UN
INSTANTE CON ANA
Sus
vecinos la conocían como Ana, la anciana del quinto
piso, pero nadie la visitaba. Ella estaba ansiosa, se disponía
a ocupar esa antigua máquina de coser, que con tanto
esmero le había regalado Alberto, su esposo. En ese
entonces vivían en una mansión del sector de
Bellavista, ubicada a los pies del imponente cerro San Cristóbal.
Lo tenía todo y la felicidad reinaba en el hogar, junto
a Carlos, su único hijo. Un día de invierno
llegó Alberto con esa SINGER semi – automática.
En un principio Ana se opuso a la compra, pero después
la aceptó. Ahora a sus ochenta años estaba sentada
nuevamente frente a ella. Sobre el velador, las cartas de
Carlos enviadas desde Francia. Matías, el loro aleteaba
en su jaula, mientras que Andy, el gato, corría por
el pasillo en busca de alimento. Ellos eran su única
compañía, desde que tuvo que mudarse a ese departamento
de calle agustinas, después de enviudar.
Una
vez que terminó su labor y dirigiéndose al comedor,
puso el mantel recién bordado sobre la mesa. Observó
con los ojos entrecerrados su obra, y complacida, empezó
a colocar la fina vajilla...lentamente, como antes, primero
la cuchara, después el cuchillo y finalmente el tenedor.
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