EL
ASADO
En 1908 cuando a mi abuelita todavía
le hacian las trenzas, ocurrió un hecho digno de ser
olvidado. Don Gregorio Arismendi y doña Gertrudiz,su
regordeta esposa, se aprestaban a celebrar sus bodas de oro,
que por lo malo del matrimonio más bien parecían
bodas de plomo.
La pareja conversaba acerca del lugar del festejo y después
de varias discusiones, acordaron hacer un asado en la parcela
que poseían en Melipilla.
El pobre chivato había caído bajo la mirada
apetente de doña Gertrudiz y a partir de ese instante
sus días estaban contados.
Ese sábado negro se hallaban junto al pareja los pocos
invitados que habían logrado sortear el camino entre
Santiago y Melipilla. Allí estaban algunos familiares
y uno que otro interesado en la herencia de Don Gregorio,
como Mardoqueo, su hermano y socio en el negocio de harina
tostada. La pequeña parcela, llena de frutales era
el lugar apropiado para la celebración.
Luego de los preparativos todos se sentaron alrededor del
gran mesón.
Doña Gertrudiz se comió la mitad del chivato,
el resto la observó pacientemente. Sus grandes manos
sostenían con presteza el cuchillo y el tenedor, mientras
que su enorme mandíbula se batía amenazadoramente.
Al medio del mesón estaba ese jarro de chicha que fue
la perdición del jolgorio. Todos terminaron con principio
de intoxicación en el hospital más cercano.
Nunca se supo quién preparo la chicha, nunca se supo
dónde guardaron el fertilizante. Y de esta forma terminaron
las bodas de oro.
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