CUANDO
EL VIENTO SOPLA SOBRE EL ARRECIFE
“… Y de acuerdo a la voluntad de don Teodoro Ruiz
Matte, se hace entrega de la documentación que acredita
a su hijo don Teodoro Ruiz Lagos y sucesión como únicos
propietarios de la isla denominada “El Hueso”
y que está ubicada en las cercanías de Chiloé
en el meridiano y paralelo indicados en los documentos adjuntos”.
Con estas palabras el notario dio fin a una prolongada alocución
que fue escuchada en respetuoso silencio por los pocos asistentes
que llenaban la oficina, entre ellos se hallaban el beneficiario
acompañado de su hijo Alberto. Teodoro estaba muy contento
en ese momento y su sonrisa lo delataba, después de
toda una vida de engaños y estafas, al fin lograba
tener algo propio.
A las semanas Teodoro y sufijo se encontraban en Chiloé
esperando la lancha para viajar a la isla. Una fuerte brisa
marina era el presagio para la fuerza de los abuelos. El muchacho
recordó su infancia feliz junto a sus padres y también
recordó a su madre y ese accidente que nunca debió
ser. Sin embargo ella estaba presente en cada acto de su vida.
- Alberto no te quedes paveando – le gritó el
padre – hay que baja el equipaje
En dos grandes bolsas cabía todo lo que tenían.
Alberto las observó y en un trago de amargura pensó:
“Si no fuera por mí abuelo a esta hora estaríamos
en la calle.”… “Debo trabajar y duro”,
concluyó.
Los primeros días fue de reconocimiento para ambos
que hacía años no visitaron el lugar, pero nada
había cambiado, el cero, los tres senderos, el bosque,
los espinos, el pequeño muelle y el arrecife, todo,
estaba como antes. Alberto estaba ansioso de trabajar y al
poco tiempo se hallaba reparando aquel bote que estaba botado
cerca del muelle, con paciencia y dedicación colocó
las tablas que faltaban y luego lo impermeabilizó.
Aquel día había un lindo sol y con toda premura
se hizo a la mar. Estaba optimista y cada vez que movía
un remo, una fuerza interior le decía que remara más.
Hasta que echó la red, ese fue el momento culmine del
día para Alberto, pues su primera pesca fue todo un
éxito. Luego enfiló hacia Chiloé,
Allí estaba lleno de botes y de pescadores vendiendo
sus productos. Gran
cantidad de público recorría el sector y Alberto
en pocas horas vendió su mercadería, con orgullo
volvió a la isla para mostrarle sus logros al padre.
Esos días fueron de regocijo para padre e hijo y juntos
celebraron diariamente las ventas de Alberto con veladas indefinidas
al calor de una chimenea, una espontánea conversación,
cigarros, café y un mazo de naipe que siempre estaba
a mano. Aquel acogedor living estaba lleno de recuerdos de
los abuelos. En las paredes colgaban cuadros de importantes
pintores como también trofeos del abuelo. Al centro
y en forma destacada se hallaba su preciada escopeta. La casa
era bastante amplia, techos altos y bastantes dormitorios,
casi todos los vacíos, como si estuvieran esperando
una visita, una visita que pronto llegaría.
Aquel día, una torrencial lluvia caía sobre
la zona y a pesar de las fuertes marejadas, el muchacho salió
a pescar. Después de estar varias horas en el mar y
con su cuerpo totalmente entumido se dirigió a Chiloé.
Cuando iba llegando, una gran ola arrasó la embarcación
haciéndolo caer a las gélidas aguas. Quiso aferrarse
al bote pero la fuerza del mar se lo impidió. En las
cercanías, una mujer de cierta edad observaba la escena
desde su lancha. Prontamente se acercó a Alberto y
lo rescató. El muchacho estaba completamente congelado
y lo único que atinó, fue indicar la isla.
Una vez en casa, el muchacho fue atendido. Y después
Teodoro y la mujer, de nombre Teresa, se sentaron a charlar.
La tormenta era severa y Teresa.
|