El microbús entero parecía
sudar por las ventanas, apretado por el tráfico entre otras
sofocadas máquinas. Era un día sin dudas sobrecargado,
empozado en medio de un calor amenazante. Nadie decía nada
y a lo más el gesto era para limpiar el sudor de la frente
o del cuello. El chofer dobló a la izquierda y tuvo que
hacer algunas maniobras con sus brazos transpirados. El vehículo
se pegó al suelo. Las espaldas se pegaron a los respaldos
de plástico. Luz amarilla... Luz roja. El accidente fue
inevitable. Los frenos no respondieron. El pedal derretido se
pegó a la suela del zapato. Nadie estaba suficientemente
lúcido para preveer ese estrellón. Llegaron los
carabineros. Se juntaron los curiosos. El noticiero de las ocho
dió cuenta de la terrible ola de calor. Los pasajeros descansan
ahora, fríos.. ... en la morgue.