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Periodismo estético, de Juan Antonio Massone

por Abraham Santibáñez

Este libro es como un mega concierto, en el cual desfilan –supuestamente- nueve voces, como se señala explícitamente. Pero, además cada una de ellas hace valer, a su vez, sus múltiples registros y se acompañan de sus propios invitados…El resultado es una experiencia única. Realza, me parece, este efecto el que precisamente no haya “efectos especiales”: no hay luces que giran y enceguecen, ni estridentes acompañamientos musicales que deslumbren y ensordezcan. Es texto puro, en su forma más directa.

Gran mérito de Juan Antonio y, me adelanto a decirlo, habría mucho, mucho más que decir. Me auto-limitaré a algunas ideas que considero esenciales:

1.- Esta es una gran lección de periodismo.

En su sentido más estricto, el periodismo consiste en recopilar información, procesarla y difundirla. Lo notable de estos estudios y los textos que los acompañan es que en cada una de estas etapas uno advierte la mano maestra de un gran periodista o escritor.

Recopilación. Antes de que se inventara la hoy omnipresente grabadora, bendición y maldición de los profesionales de la prensa, la obligación primera del periodista era andar por la vida con los ojos bien abiertos, atento a recoger todos los detalles de su entorno, de los hechos que estaba reporteando o del personaje que entrevistaba. Hoy esa tarea se encarga a la máquina y, fatalmente, hay detalles que ni el audio ni el video son capaces de registrar.

Todos los autores aquí incluidos son verdaderos maestros de la observación, de captar el guiño huidizo, el color preciso o el tono de voz más revelador.

Joaquín Edwards Bello, por ejemplo, habla de “los cerros acallampados” de Valparaíso. También sobre el puerto principal Manuel Peña Muñoz menciona las “escaleras que no conducen a ninguna parte, (los) palacios de lata y cartón construidos sobre la nada…”. “Si yo tuviera que educar, enseñaría a los niños a descubrir las alegrías de la vida… que comprendieran la belleza a través de todo lo viviente, tanto de la llameante puesta de sol como de la rana en su pantano…”, señala Salvador Reyes.

Procesamiento. La acumulación de datos, obviamente no es suficiente. El papel del periodista –y del escritor, no lo dejemos de lado- es destacar lo que le parece más clarificador, que retrata mejor al personaje o la situación que enfrenta,

Esta es la tarea natural de cualquier periodista o comunicador, pero ¡qué diferencia hace quien tiene la gracia del talento, como estos personajes aquí reunidos!

Difusión. Hoy que estamos inmersos en el mundo cibernético-audiovisual, donde proliferan los celulares con cámaras, donde hay televisión hasta en el Metro, en que parece que para muchos el silencio resulta aterrador y el hábito de la lectura reposada, con pausas para reflexión, espacio para anotar al borde de la página, es una especie en peligro de extinción.

Hay que agradecer a Juan Antonio que, coneste trabajo suyo, nos devuelva la confianza en la palabra escrita. Los autores aquí reunidos son maestros de la expresión. Son elegantes, cultivan el estilo. Son capaces de encantar y re-encantar.

E insisten en ello deliberadamente. “Un texto jamás es bello e inolvidable solo por las palabras en que está expresado, sino básicamente por la calidad de su contenido”,precisa Edmundo Concha.

Gran lección de periodismo.

Hay más.

2.- Ética y Estética.

Permítanme jugar, aunque no sea original, con la estética, como lo plantea Juan Antonio, y Ética, una preocupación compartida ampliamente en nuestros días.

Seré breve: lo ético es estético. Por eso, cuando leemos a estos maestros de la palabra, junto con apreciar los muy variados mensajes que nos entregan, desde posiciones muy diferentes, coincidimos siempre en que en ese ejercicio se han preocupado de algunos valores básicos que compartimos. Desde luego no todo plantean en tono pedagógico, sino como experiencia de vida.

Gabriela Mistral, en un texto que se reproduce aquí y del cual todos hemos oído hablar alguna vez, planteaba hace 60 años, con motivo de una colecta, escribía que “estamos enfermos de muchos errores y de otras tantas culpas, pero nuestro peor delito se llama abandono de la infancia”.

¿Por qué recordarlo ahora?

Porque hace unos pocos días, en la Homilía del 18 de septiembre, el cardenal Errázuriz planteó, en un breve párrafo que casi no consignó la prensa, una parecida preocupación cuando dijo:

“Existe una estrecha relación entre la libertad de expresión y la vigencia de la democracia. Sin que ello obste, el conocimiento que tenemos de la casi incontrarrestable influencia que tienen algunos medios de comunicación social, sobre todo los audiovisuales, en la formación de incontables niños, y de la eficacia que tienen en darle carta de ciudadanía a determinadas maneras de pensar y de actuar, que a veces refuerzan y a veces destruyen nuestros valores, ¿no se hace del todo necesario dar más calidad a la formación de los futuros comunicadores, que asumirán abnegadamente tantas jornadas de trabajo y de fatigas por prestarle un gran servicio al país, mediante la información, comunicación, entretención y socialización de proyectos y costumbres? En realidad, no debiera existir ninguna escuela de periodismo que no ofrezca, con mayor razón que en la mayoría de las otras profesiones, una asignatura que se ocupe, con gran nivel, de la ética profesional”.

No sólo Gabriela Mistral y el Cardenal coinciden. Creo que mucho de lo que aparece en estas páginas, tiene que ver con esta misma preocupación valórica. No se trata, por cierto, de los valores de determinada Iglesia o postura filosófica, sino de aquello que muchos especialistas denominan los “valores compartidos” y que son los que nos permiten ajustar nuestras conductas sociales y que, en el caso del periodismo, marcan los análisis de los organismos de autorregulación, el tribunal del Colegio de Periodistas y el Consejo de ética de los medios.

3.- La identidad del periodista

Y esto me lleva, aprovechando este escenario pero, sinceramente porque creo que es parte de las lecciones que entrega este libro, a un tercer aspecto. Hace un tiempo, Javier Darío Restrepo, colombiano especialista en la Ética periodística, nos planteó la idea de que parte de la debilidad en esta materia de nuestros profesionales deriva de una debilidad en nuestro propia identidad como profesionales.

Hace medio siglo, como se aprecia en muchos de los textos aquí reunidos, ser periodista “era una pasión”, como dijo, pero sobre todo demostró Joaquín Edwards Bello. Hoy día, muchas veces, es apenas una manera de ganarse la vida, lo que obliga a recurrir, a falta de mayor esfuerzo, al pequeño escándalo convertido en tema de una semana entera en portada, en programas de radio y TV dedicados a la farandulería.

Nuestra convicción –y este es una aviso en mi calidad de presidente del Colegio de Periodistas-es que debemos reflexionar sobre el gran desafío de nuestro tiempo, en que se multiplican los canales y las posibilidades. El hecho de que cualquier ser humano, en cualquier punto del planeta, pueda poner información y opinión al alcance del resto del universo, es un gran paso en materia de libertad de expresión. Pero es también un gran riesgo, ya que muchas veces esa información no ha sido comprobada y las opiniones se entregan sin respaldo alguno.

Estamos en esa tarea pero, por cierto, desborda los límites de la profesión, cuando hoy, además, se reconoce (en función de la libertad de expresión) a todas las personas a ejercer funciones periodísticas sin ser periodista. Pero el periodismo serio –no fome ni acartonado-, sigue siendo una necesidad.

Y una pasión.

 

 


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