Generación
del 60, tiempos difíciles
Por Fernando
Jerez
Sabemos que el
mundo en el cual vive el escritor afecta profundamente a su mundo interno y
deriva hacia una visión muy particular de su entorno, impacto que puede
manifestarse con mayor o menor fuerza en el mundo creado. Los escritores de
la generación del 60, también llamados de la "Generación
del 72", por Maximino Fernández Fraile , o "Los novísimos", o
pertenecientes a la "Generación Emergente", están marcados por
los fuertes acontecimientos históricos que ocurrieron a partir de los
últimos años de la década de los 60. Estos hechos, creo
yo, han determinado frente al público y la crítica el destino
de sus obras, las que introducen en sus contenidos la atmósfera conflictiva
de su tiempo. Surgen estos escritores después del llamado boom literario
latinoamericano. Es una generación irreverente en muchos sentidos, desagradable
al comienzo para los críticos literarios por el afán de ruptura
con los moldes lingüísticos y por su separación de las referencias
emanadas de sus modelos anteriores. Con el transcurrir del tiempo y de los acontecimientos,
son cuestionados paradójicamente por el orden establecido que no lee,
pero que controla los medios de información y de edición, debido
a que ha oído hablar de su rebeldía y de su inconformismo con
los cánones de esteticismo puro proclamados como deseables por el mundo
del diario vivir.
Este trabajo pretende
llamar la atención de críticos y estudiosos de la literatura chilena
acerca de la desagradable tendencia a subvalorar por criterios prejuiciosos,
anteriores por completo al juicio literario, no sólo a muchísimas
obras que produce esta generación durante los convulsionados tres años
de Allende, sino también a los textos que surgen durante y después
del golpe militar. Se trata de exponer una situación concreta, con una
intención nada plañidera. Tampoco pretendemos recuperar del naufragio
los restos inservibles de la obsoleta discusión acerca del compromiso
del escritor.
Estos autores,
como sucede al inicio de casi todos los ciclos literarios se formulan un programa
que pretende revolucionar las letras chilenas. Sólidas lecturas de escritores
extranjeros, especialmente norteamericanos, y un profundo conocimiento de las
técnicas literarias y una formación humanística intensa
auguraba la concreción inmediata del proyecto. Ignacio Valente sostiene
que los escritores de este período plantean "una decidida voluntad de
exploración de los lenguajes nuevos y de las nuevas situaciones existenciales
y colectivas del país y del mundo" . Por su parte, el escritor Ramiro
Rivas, afirma que "estos narradores dan sepultura al seudo-lirismo, al seudo-filosofar,
o a la maraña metafísica, al constante falseamiento de la historia,
o a la adoración mitificada de la anécdota. En su gran mayoría,
dejaron atrás los caducos moldes del narrador omnisciente" .
Pero sus afanes
de experimentación, no iban encaminados a realizar una literatura expuesta
a perecer asfixiada en un narcicismo extremo. Por el contrario, sus textos logran
muchas veces acusar, denunciar, desenmascarar, mostrar los microscópicos
fragmentos que dan sustancia a la realidad, como si fuera otra y distinta.
Al comienzo de
los años 70 la capacidad creativa de estos escritores, adquiere nuevos
rumbos, quizás caminos inesperados debido a la presión que ejercen
sobre su sensibilidad los ecos de las luchas sociales que conmueven al país
y a gran parte del continente. Estas realidades provocadoras intervienen en
la formación de un mundo interior que habrá de manifestarse con
mayor o menor énfasis en sus obras. Se encuentran ante un mundo insoslayable
y con perspectivas claras de poder llegar con su arte a la comunidad, en los
umbrales de un sueño posible. Un párrafo del acta del jurado,
que justifica la elección de las diez obras premiadas en el Primer Concurso
de Cuentos Baldomero Lillo 1972, ilustra la magnitud del momento que se vive:
"...el jurado considera en la selección de los cuentos valores como capacidad
imaginativa, habilidad técnica, conciencia de los conflictos individuales
y colectivos que de una manera u otra, están interpretando el momento
actual de cambios profundos de nuestras estructuras sociales y políticas..."
Son tiempos que
potencian también la sensibilidad de Vargas Llosa y lo llevan a proclamar
que "sólo a través del socialismo podrá América
Latina adquirir el impulso, ése, suficiente como para salir de su estado
de postración, y para vencer las terribles injusticias que hoy día
existen en nuestra realidad. Ahora, yo creo que el escritor, el escritor latinoamericano,
tiene la obligación de comprometerse con este ideal".
Hoy día,
yo creo que la divisa de "comprometerse con este ideal" encierra una pretensión
desmesurada y, por cierto, algunos peligros. Una literatura mandada a hacer
por uno mismo, con un programa de elementos externos autoimpuestos, elimina
el misterio de toda creación auténtica. Por lo demás, considero
innecesario un compromiso de tal naturaleza, dado que el artista, el escritor,
habrá de fundar su arte no en la uniformidad sino en la libre elaboración
de sus múltiples propuestas, en las que puede o no caber la historia
y la sociología con sus conflictos alterantes.
Pero por aquella
época se hablaba de los capitales foráneos como si fuesen el demonio
mismo que arribaba a nuestros campos, a nuestras minas y ciudades a empobrecer
más todavía a los nacionales. La Coca-Cola y las bananeras, desembarcaban
en barcos piratas que luego regresaban a Estados Unidos cargados de voracidad
satisfecha. Tiempos lejanos, muy distintos a las súplicas plañideras
de nuestros gobernantes actuales que recorren de rodillas los grandes países
implorando participación en el reparto de las inversiones que administran
los filibusteros de cuello y corbata.
Esta generación,
en mayor o menor grado, pública o privadamente, de manera directa o sesgada,
ha sido estigmatizada, y sus obras tienden a ser desdeñadas en el mejor
de los casos y en el peor, ignoradas completamente.
En 1973 la dictadura
se hace presente con su terror de fama mundial. Un número considerable
de escritores, la mayoría, diría yo, se marcha con sus maletas
ligeras a diversos lugares geográficos, mientras otros se quedan en el
país, como si permaneciesen ausentes. El golpe militar brinda a los escritores,
una larga interrupción de sus carreras literarias frente al público
de su propio país. Precisamente, cuando los autores del período
emergían exhibiendo una precoz madurez literaria, sus obras merecerán,
las más afortunadas, un período muy corto de divulgación
antes del 11 de setiembre de 1973, y ni hablar lo que sucede después
de esa fecha, cuando sus textos son condenados en Chile a un protagonismo absolutamente
nulo. Entonces, Dorfman tiene 31 años y ha escrito "Para leer al Pato
Donald" (1971) y lanzará durante el año "Moros en la Costa"; el
prolífico Poli Délano tiene 37 años y ya ha escrito "Gente
solitaria", (1960), "Amaneció nublado", 1962, "Cuadrilátero",
1962, "Cero a la izquierda", 1966, "Cambalache", 1968, y "Vivario" (1971); Skármeta
con sus 33 años ha escrito los libros de cuentos "El entusiasmo" y "Desnudo
en el tejado" (1967). Este fatídico año 1973, salen a circular
otros dos libros suyos: "Tiro libre" y "El ciclista del San Cristóbal";
Ramiro Rivas, de 34 años, ha publicado "Una noche sin tinieblas", 1963,
"El desaliento" (1971); Carlos Olivárez, de 29, ha publicado "Concentración
de Bicicletas", 1971; Eugenia Echeverría, de 30 años, "Cambio
de palabras"(1972); Cristián Hunneus, "La casa de Algarrobo" (1968);
Mauricio Wacquez, de 34, "Excesos" (1971, y el autor de estas líneas,
ha escrito "Déjame tener miedo", 1971 y poco antes del golpe militar,
ha salido a circular brevemente en Chile la novela "El miedo es un negocio",
el último libro publicado por Quimantú. Algunos autores incluyen
en esta generación también a Antonio Avaria, de 41, quien ha publicado
"Primera muerte" (1971); Luis Domínguez, que tiene 44, ha publicado "Citroneta
Blues" (1971), y Manuel Miranda que tiene 43 años en 1973, ha escrito
en 1972 "David de las Islas". Otros escritores han desarrollado su carrera literaria
fuera de Chile y no disponemos de material suficiente para ocuparnos de ellos
como escritores que sufrieron los rigores de la represión cultural.
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