LA
ESCRITURA SIMPLE
Jorge Arturo
Flores
Cuando se habla
que el chileno no lee, se argumenta que ello es consecuencia del precio de los
textos, de la mala base que traen desde la escuela o Liceo, del influjo de la
televisión, de la carencia de hábito, etc. Todo ello tiene su
pizca de entendimiento. La obligación de leer en los colegios, por tomar
un ejemplo, mata cualquier vuelo literario y asesina su interés. Esa
obligación debiera ser reemplazada por "el placer de leer".
Los resultados
serían otros.
Pero además
de los precios altos, de la televisión, de la carencia de tiempo, hay
que culpar también a los autores. ¿Cómo dice?. Sí,
los escritores, los poetas, los ensayistas, los cuentistas, novelistas, etc.
Ellos tienen su cuota de infracción. ¿Pero cómo, si ellos
lo único que desean es que lean sus ejemplares?. He ahí lo curioso.
Porque incuestionablemente cualquier escritor escribe para ser leído,
no para ser ignorado y lo que inventa se lo toma muy en serio. Terrible sería
el caso de alguien que ha escrito una obra muy sesuda, pesada y profunda y vea
con espanto cómo sus lectores se ríen a carcajadas. Ese autor
debiera pegarse un tiro en la cabeza...
Pues bien, cuando
decimos que los escritores también cometen delito en la falta de interés
del chileno por la lectura, nos estamos refiriendo a su estilo, a su forma de
emplear el lenguaje. Horrible. Existen autores que no debieran escribir porque
son malos de frentón, aunque ellos se crean pedestinados. No tienen talento
ni se esfuerzan por tenerlo. Redactan pésimo. No se dan cuentan (siempre
hay alguien que les aviva la cueca) ni se preocupan del lector, su fin último.
Les encanta emborrachar la perdiz o darnos mamotretos buenos para combatir el
insomnio. No captan la realidad. Creen que oscuridad es sinónimo de profundidad
y cantidad de calidad. El entretenimiento no cuenta para nada en su norte. Abominan
de él. Son muy graves. Son muy aburridos.
De esa forman,
ahuyentan a cualquier desprevenido lector. Estos escapan lejos, aterrorizados.
Se ve en poesía,
donde el arte no cuenta y cada día los poetas se dedican a filosofar.
¿Por qué hacerlo cuando para eso está la filosofìa?.
Por una sencilla razón: se creen dioses, se sienten profetas, piensan
que son predestinados, recibidores de luces divinas.¡Ay Señor!
Sus textos son
indigeribles.
Peor aún
los novelistas. Como no tienen límites de espacio, sueltan la bestia
de la ignorancia y de la verborrea, hablando hasta por los codos.¿Límites?.No
hay, no existe. Son tediosos.
Los críticos
literarios no lo hacen nada de mal. A fin de no pasar por ignorantes o por seres
que viven a costa del trabajo de los creadores, cogen la espada del academicismo,
de la oscuridad, del método y nos entregan parrafadas extensas, lateras,
sosas, pedantes, estériles, capaces solamente de lograr sonrisas o señales
de asentimiento...entre ellos mismos.
¿Y que pasa
con el lector, a todo ésto?.
Sigue aguardando
que lo interesen, que lo hagan soñar, que lo encumbren a las alturas,
que le enseñen en forma entretenida, que lo hagan vagar por los vericuetos
del espacio mediante una escritura simple, sencilla, ordenada, musical. Espera
que lo atrapen o que capturen su interés.
Hay legiones de
ellos esperando afuera.
Explíquese
ahora, entonces, el escaso interés por la lectura.
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