Adivina, buen adivinador, ¿cuánto ingenio
tienes tú?
Por
Juan Antonio Massone
Como si no bastaran encrucijadas y dilemas, la mente se solaza en la invención
de breves e ingeniosos acertijos que, en la vivaz convivencia, forja en el
lenguaje a punta de observaciones, de picardías y de referencias al
entorno significativo conformado de trabajo, natural horizonte, costumbres,
e infaltable anatomía. Este último aspecto lleva a preguntarse:
¿por qué el ser humano gusta reír de su cuerpo? Sin duda
existen respuestas más o menos satisfactorias, pero no nos deslizaremos
por asunto tan resbaladizo. Ahora se nos invita a conocer una obra más
graciosa.
Magdalena Fuentes Z. tiene a su haber una trayectoria de mérito. Sin
estridencias ni promesas ayunas de respaldo vital, ha escrito sus libros de
poemas con el cuidado y respeto que exige la palabra al oficiante de las letras.
Se dedicó a aprender de quienes podían mostrarle sendero, en
tanto compartía con otras personas ese acto de avanzar que apasiona
a quienes saben que sólo se camina, porque en las letras no se llega
a definitivo puerto jamás. Lo otro ha sido en ella vivir y escuchar
el latido de la existencia en el esfuerzo y el silencio, en la constancia
y en la pasión.
Conozco a Magdalena Fuentes desde hace ya varios años. Pero no es el
abultamiento de tiempo cuanto importa, sino la calidad que significa acercarse
a una persona en quien confiar-- motivo poderoso de agradecer y de representar
a viva voz--, sobre todo en esta edad de hierro y otras indiferencias.
A esa frialdad ambiental que cada quien percibe, al desmayo anímico
familiar y al porfiado tedio de un momento cultural de raquítico espíritu,
le viene de perlas esta recolección de adivinanzas, las que, siendo
memoria de lo anónimo, une desafíos de asociar realidades con
velocidad asociativa.
Pariente de la charada, toda adivinanza se espeta con sorpresiva oralidad
al ingenio de otro. Dijérase prueba al espíritu alerta, presentando
dilemas de mundo despabilado al someter el intríngulis a la consideración
del eventual interlocutor. Valiéndose de analogías, la adivinanza
urge iluminar la escondida incitación que propone. A veces, la respuesta
adecuada supone atender el doble sentido de las afirmaciones, como si en lo
visible se escondiera la solución: “Oro no es; plata no es; abre
una ventanita y sabrás lo que es”.
En otros casos, la proposición de analogía corre por cuenta
de lo morfológico que emparienta a dos objetos, a realidades funcionales,
a objeto y naturaleza.
Antología de la adivinanza, publicada por LOM ediciones, contiene 1003
casos de esta forma de ingenio popular. Juegos de palabras, porque el lenguaje
hospeda al mundo y a las reacciones ante ese mismo mundo que, al par, se habita
y se admira, consterna y aporta dicha. Jugar a base de palabras oídas,
de vocablos enlaces, de tonos intencionados constituye ocasión inmejorable
de buena convivencia. ¡Qué barato y qué sano! Basta con
abrir la boca y con escuchar, en estos casos, para que se unan atenciones,
se acepten desafíos y se esfuerce el ingenio. Juego de relación
y de descubrimiento que, de seguro, es acompañado de risas, de malicias,
de intentos adivinatorios.
Riqueza de cultura popular, la adivinanza cubre numerosos aspectos de la existencia.
Lo sagrado y lo profano gozan de pareja inclusión en su repertorio
de versainas intencionadas. Por igual aparece la vestimenta que algunas funciones
biológicas; así también integran elenco propicios objetos
y manifestaciones humanas: la guitarra, el tren, herramientas de labranza
y de cocina, ejemplares de uso cotidiano tanto como realidades más
abstractas: el eco, la nada, el apellido, por ejemplo.
He aquí algunos ejemplos que aluden a realidades diversas. “El
que la teje/ la teje cantando/ el que la corta / la corta llorando/ el que
la usa/ no sabe cuándo” (La mortaja); “Livianito como hoja/
capaz de llevar al viento,/ nadie conmigo se enoja/ tengo peso y no lo siento”
(El billete); “De santa tiene su nombre/ y por cama el pobre suelo,/
tiene corazón sin alma/ y subir no puede al cielo” (La sandía)
Con la seriedad debida, la recopiladora deja expresa constancia de las fuentes
orales y bibliográficas que le sirvieron de ricas vetas en la conformación
del libro que presentamos y celebramos. Los nombres de Oreste Plath, Eliodoro
Flores, Alfonso Larrahona, Cremilda Manríquez, Yukihisa Mihara, Caupolicán
Montaldo. Rosendo Carrasco, Daniel Aguilera, Juan Bahamonde, José Santos
González Vera, Roberto Contreras, Rubén Sáez, figuran
entre los autores de textos.
Un anexo de voces asiduas-- chilenismos algunas--, quedan documentadas al
final del volumen de 196 páginas.
Constancia del aporte regional permite comprender el influjo del paisaje y
de labores en que tienen asiento y sentido muchas de las adivinanzas compiladas.
Papel diferenciador muy similar al de los factores mentados lo desempeña
el aspecto alimentario y hasta alcanza claridad la distancia de épocas
originarias de los acertijos. Indudablemente, este modo de lenguaje “inteligente”
tuvo y tiene su cultivo mayor en los ambientes rurales.
Hay libros para conocer en silencio particular. A los que sirven de relación
directa entre las personas corresponde el linaje de éste. Por eso mismo,
celebramos su edición, pues hará las veces de risueña
amalgama en más de una familia o de un grupo de amigos y contertulios.
Y fortalecer relaciones humanas es, hoy, una tarea de urgente fraternidad.
Deseo concluir esta presentación con una adivinanza que, tal vez, alguna
vez escucharon: “Adivina, buen adivinador, ¿qué pájaro
tiene don?”
Agraciada chilenidad es el que sentí al conocer este trabajo de Magdalena
Fuentes. En el mismo espíritu le brindo estas palabras como un abrazo
de gratitud.