Volodia
Teitelboim, premiado por una obra de
verdad
por
Juan Antonio Massone del C.
Con porfiada
frecuencia compruebo que en los elencos literarios
se excluye del carácter de tal todo formato que no corresponda a poemas,
cuentos o novelas. De hecho, los dramaturgos no tienen cabida en el Premio
Nacional de Literatura. No existe alguno que figure en la nómina de
los
llamados "inmortales". Y conste que este galardón se entrega
desde 1942,
anualmente hasta 1972, año en que el Presidente Salvador Allende promulgó
la
Ley 17.595, publicada en el "Diario Oficial" del 8 de enero de 1972,
transformándolo en bienal, frecuencia que permanece hasta hoy.
Basta con escuchar opiniones innúmeras de especialistas,
escritores, aficionados y adictos a las letras para percatarse de que los
demás formatos literarios, sean éstos el ensayo, la memoria,
la biografía,
el diario personal o la meditación breve carecen de existencia o, cuando
menos, de consideración en las letras. En consecuencia, los únicos
que en
nuestro país pueden blasonar de escritores son los poetas y los narradores
de ficción. Es un decreto de la costumbre y de la muy enflaquecida
concepción cultural que, a despecho de gesticulaciones y proyectos
de
anteproyectos, pasea por doquier su despampanante ignorancia.
Este año, sin embargo, el máximo galardón chileno entregado
a la
literatura recayó en una obra sostenida en el tiempo y, de llapa, en
varios
géneros, entre los cuales aparece la novela, el ensayo, la biografía
y la
memoria personal. Parece esto desmentir lo dicho con anterioridad. Si así
fuere y sentare precedente de amplitud, constituiría motivo de auténtica
alegría. De mi parte, me inclino a pensar que en las deliberaciones
habidas
en el jurado se consideró el argumento definitivo en la valoración
de toda
verdadera obra literaria, esto es, la escritura henchida de humanidad en
cuyo desarrollo el idioma vivo alcanza incontestables cimas estéticas
al
expresar y exponer zonas de lo real importantes para la consciencia de una
nación y del lector singular.
La extensa obra de Volodia Teitelboim (Chillán, 1916),
incrementada notablemente durante la última década, tiene en
su lenguaje
nutrido de experiencia y de espesor cultural un rasgo de valor distintivo.
Leer cualesquiera de sus libros es oportunidad de hallarse entre seres
vivos, sin menguar en ese realismo el gozo estético de una palabra
que
describe mientras resplandece; ejerce crítica al par que recuerda;
revela
interioridades en tanto expone hechos con vigoroso respaldo de fuentes.
Desde luego, nadie que tenga sensibilidad y cabeza propia
activas puede gustar parejamente de todas las obras, o bien, coincidir con
la totalidad de las apreciaciones y juicios del autor. Esa impensable
unanimidad es imposible e innecesaria. La literatura no persigue la
obsecuencia borreguil, mas bien depara oportunidad de expandir horizontes,
de ver lo posible en los sueños, de asomarse al enigma humano que se
cumple
a despecho de anteojeras y de miopías. Para alcanzar esa cualidad orquestal
de lo real y de lo ideal no puede desentenderse de su materia prima: la
palabra, con la cual el escritor modela el mundo que le interesa y
corresponde. Lo primero, en razón de cuanto toca su ser hondamente,
identificándolo; lo segundo, porque es la anchura o estrechez de ese
mundo
la que acucia a su talento, en esa su intimidad transformadora de lo
externo en una inédita forma preñada de atención y de
intención diligentes.
Cada una de las cuatro biografías dedicadas sucesivamente a
Neruda, Gabriela Mistral, Huidobro y Borges son un viaje de inmersión
en
vidas complejas, ricas, contradictorias y fecundas que el autor lleva a buen
puerto con equilibrio de juicio, vívida información y permanente
interés.
Más previsible la de Neruda (Santiago. Bat,1994,segunda edición);
la más
reverente, Gabriela Mistral pública y secreta (Santiago. Bat, 1991);
reveladora, fresca y apasionante la de Huidobro (Santiago. Bat, 1993); sin
duda, de mayores escollos y desafíos la referida al paradojal Borges
(Santiago.Sudamericana,1996). En todas, queda vivo y reconocible el o la
protagonista. Las evoluciones de aquellas biografías y su parangón
con las
respectivas obras y acontecimientos en los que tienen parte los dichos
escritores conforman unidades suficientes de pormenores y de rasgos
destacables. Cierto, colabora bastante el personaje examinado en mantener
el
interés del lector, pero poco y nada importaría la fama o la
repetida
grandeza de cada uno si el biógrafo no accediera a repliegues poco
conocidos
y descartara de sus tratos la indagación y la conjetura con que complementa
antecedentes y asoma nuevos perfiles. Son biografías con reflexión
o que
llaman a ella. No aptas para lectores que sólo quieren husmear en
intimidades desestimando cualquier trato con la persona que hubo dentro de
las circunstancias.
Más morosa la lectura de sus novelas Hijo del salitre (Santiago.
LOM,1995), Pisagua (Santiago. LOM,2002), estas dos últimas son rediciones,
y
La guerra interna (México. Joaquín Mortiz, 1979). El enfoque
narrativo
realista, en los dos primeros casos, se explaya con abundante complacencia
en las peripecias de sus personajes. Cada una presenta fuertes episodios de
la historia chilena del siglo XX. En la primera se alza la figura de Elías
Lafferte y sus luchas sociales; la reclusión sufrida por muchos en
el puerto
nortino durante el gobierno de Gabriel González Videla, en la segunda.
La
tercera novela, a base de un enfoque esperpéntico de la historia, trata
del
sombrío mundo del poder militarizado en Chile.
Cualesquiera sean las opiniones respecto de tales asuntos,
estas obras son auténticas novelas que mantienen el culto de un lenguaje
con
plenaria dignidad, en las que algunos diálogos y episodios intensos
llevan
la mejor parte narrativa. El escritor Salvattori Coppola ha consagrado un
estudio a la obra novelesca de Teitelboim.
Los ensayos del escritor son numerosos. No los conozco en su
totalidad, pero los leídos como Hombre y Hombre (Santiago. Austral,1969),
Noticias de un concierto europeo (Santiago, LOM,1998), y otros publicados
en
revistas literarias no hacen más que confirmar los mejores atributos
de la
escritura del autor. Un breve texto reciente, Ulises llega en locomotora
(Santiago. LOM, 2002), es un gusto literario que se da Volodia Teitelboim
al
recordar y ensayar acerca de algunos escritores irlandeses de su
preferencia. En cada caso las materias abordadas muestran facetas
interesantes. Un artista o un literato comparecen en sus respectivas
significancias; vinculadas obra y peripecia vital en las que el escritor
avanza reflexiones y hurga en aspectos que regalan indicios de interés
y
ganas de conocer aquellos asuntos desarrollados o insinuantes. Ideas y
experiencias nutren las páginas, sin desoír las mil voces y
silencios que
enhebra el desarrollo de cada tema. A veces alguna simetría biográfica
de
personas distantes; en otras, la avasalladora actualidad que disputa
atención y preferencia al rasgo insólito de lo existente, son
pivote de
imaginativos parentescos.
Finalmente, sus memorias, previsiblemente lo más personal de sus
escritos, jamás desmienten ese equilibrio de persona y mundo, de intimidad
y
acontecimiento, de mínima historia y de enorme época sobre las
que proyecta
el ser humano a través del tiempo. Un muchacho del siglo XX (Santiago,
Sudamericana,1997) y Un hombre de edad media (Santiago. Sudamericana, 1999),
pormenorizan su trayectoria de definiciones sociales, políticas, ideológicas
y, de paso, venturas y desventuras, riesgos, omisiones, puntos de vista,
argumentos, luchas, reconsideraciones, amistades que, al cabo, pueblan la
imagen de su rostro interior. Una experiencia especial, como fuera el
ingreso ilegal al territorio, en 1987, es recordada En el país prohibido
(Barcelona, Plaza Janés,1988)
Este no es un autor de jadeos ni de chocheces. Los libros suyos
ofrecen posibilidades de elección según sean los gustos lectores.
Como
siempre, algunas de esas obras las mellará el tiempo; otras, en cambio,
dilatarán su aporte, sin que las refuten modas ni circunstancias. La
ya
larga trayectoria vital que le acompaña hasta hoy, lúcida y
humanista,
promete aún nuevos litorales y anchura de mundo. El sello de una activa
memoria tanto como el examen de lo visto y conocido son garantía y
razonable espera de nuevos textos que, hasta donde le es permitido a un ser
humano de proyectar, creemos que el galardón de que ha sido objeto,
ratificará su ánimo de proseguir en la brega de lo humano y
de Chile.
"Porque hay algo-escribe Volodia-- que a todos nos hace falta.
Esa mezcla de sol y de noche lluviosa. Es posible que el goce se esfume como
la nave al doblar el Cabo de las Tormentas. Pero siempre hay que volver a
la
navegación."