MATEO
10:37
“El que ama a su padre o a su madre más que a mí,
no es digno de mí;
y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí,
no es digno de mí”.
“Porque todo
el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda
su vida por causa de mí, la hallará”. Mateo 16:25.
José Huerta del Valle, detective jefe de la unidad de delitos
especiales de la policía de San Benito, está leyendo
la biblia cuando le avisan que su hijo ha sido expulsado del colegio.
Lo de delitos especiales no es porque los ilícitos lo sean
en algún aspecto específico, sino porque la unidad se
dedica a los casos así llamados, especiales, entiéndase
sin solución. Su escritorio está lleno de expedientes
sin terminar, ya que por la espectacularidad de la mayoría
de esos asuntos, no se les puede cerrar. Pero las diligencias están
todas hechas, las investigaciones terminadas, los peritajes completos,
los informes revisados varias veces, y las soluciones permanecen sin
ser halladas. Por lo tanto, a José Huerta le sobra el tiempo,
ya que mientras no aparezca ningún nuevo suceso llamativo y
dramático, debe simplemente estar alerta, y contestar a ciertos
periodistas que cuando se acercan los aniversarios de los horrendos
crímenes o desapariciones no resueltas, realizan un nuevo reportaje
para dejar de manifiesto la ineficacia de la policía y lo desprotegida
que está la población. Debido a este particular estado
de las cosas, y a que se ha leído todas las novelas de moda,
muchos libros tradicionales, las revistas deportivas y de farándula,
ha optado por el libro más clásico y famoso del mundo
occidental, La Biblia. Y el evangelio de Mateo lo ha cautivado. La
mayoría de los sermones que escuchaba en su colegio católico
y en las visitas posteriores a la parroquia del barrio para oír
misa o simplemente para conversar con el cura, estaban sacados de
este evangelista.
El sermón de la montaña con las bienaventuranzas, que
no te afanes por lo que habrás de comer, beber y vestir mañana,
porque la vida es más que el alimento, y el cuerpo más
que el vestido, y que cada día tiene su propio afán.
Pero lo más notable está en ese versículo que
habla de lo difícil que es hacer lo correcto, ése que
dice algo así como: entra por la puerta estrecha, porque la
puerta para el mal y la perdición es ancha, y por ella entran
muchos. El camino que lleva a la verdad es angosto, y son muy pocos
los que lo recorren. Lo cierto es que con tantos crímenes atroces
que había tenido que conocer hasta en sus más mínimos
detalles, no acababa aún de sorprenderse de los alcances de
la maldad humana, y de lo extraño que era encontrar quien siguiera
el camino correcto sin desviarse de él alguna vez. Porque también
dice este evangelio que ames a todos por igual, a amigos y enemigos,
porque amar solo a quienes te aman no tiene mérito alguno,
y te pide que seas perfecto, como el Padre que está en los
cielos. Y finalmente, le cautiva aquello de que no deben hacerse tesoros
en la tierra, porque lo terreno es corruptible. Debes hacer tus tesoros
en el cielo, porque allí será intocable. Y debes poner
esos tesoros en el cielo, porque donde está tu tesoro, allí
estará también tu corazón.
Esta última parte aún no la comprende a cabalidad José,
pues no logra entender qué significado le puede dar a las palabras
“haz tus tesoros en el cielo”. Tiene claro que no debe
apegarse a nada de la tierra, porque todo lo terreno es pasajero y
puede ser robado o destruido, pero no se le ocurre que podría
ser aquello de construirse tesoros en el cielo. Estando en esas cavilaciones
lo interrumpe una llamada a su teléfono celular, en la cual
lo citan con urgencia a la escuela de su hijo Roberto, de 16 años.
Este joven se ha caracterizado por sus salidas de madre, extralimitándose
en muchas oportunidades. José Huerta cierra la biblia con un
profundo suspiro, levanta la chaqueta del respaldo de la silla reclinable
donde se encuentra sentado, y se va a buscar el auto para dirigirse
al colegio.