Apuntes de una pensadora: Pepita Turina

 

Por Juan Antonio Massone

 

La escritora chilena Pepita Turina (1907-1986) publicó cuentos, novelas y, especialmente, un género especial de ensayo: el multidiálogo. Lo gestaba en el silencio de sus percataciones y en el trato de variadas lecturas. Publicó dos volúmenes de este formato: Multidiálogos (1978) y Multidiálogo sobre el matrimonio, la familia y sus prismas (1985).

Nadie menos farandulera que ella. No buscaba exhibirse; necesitaba decir. Para hacerlo, prefería cultivar el silencio, la distancia que atiende a lo esencial. Médula pura. ¿Para qué la dispersión y el aglomerado suceder, si es preciso asir la flor lúcida del instante?

Sus apuntes podía escribirlos en los márgenes de un libro, en una hoja completa o en libretas donde reunía observaciones y definía su condición de mujer y labor literaria.

“Escritora mental a toda hora. Pienso en palabras, no en personajes. Aún distanciada de los adminículos para escribir, mis sesos “escriben”, en cualquier instante. Las alternativas y los caprichos de escribir se amplían. Los conceptos sin personajes son sin principio ni fin; no hay ni fines felices ni desgraciados. Inconclusos permanentes, hacen los posibles cambios, están haciéndose y deshaciéndose: son modificables”.

Concebidos como colaboración, los multidiálogos “destronan el sí mismo. Esparzo mi mandato para que otros tengan derecho a decir lo suyo, libremente”, aclara.

¿Existen temas específicos que incitasen especialmente a la autora?

Pepita Turina apuntó en una libreta: “No soy especialista en temas ni quiero serlo. Todo está concatenado. Dependemos hasta de una hormiga, y ella depende de nosotros (…) Dependemos de una hormiga y del Cosmos. Entonces, ¿cuáles son los temas elegibles, débiles, desechables, y cuáles no lo son? ¿Cuáles son los dialogantes desechables y cuáles no lo son?”.

Una persona como ella no podía pasar de largo acerca de la significación de la escritura. “Escribir es una plegaria. Rogamos comunicación. Expresamos porque queremos ser escuchados. El escritor dirige una plegaria al lector. Se confiesa para ser escuchado. El escritor no escribe para sí mismo sino para alguien. Se promulga”, aseveró.

Y, como quien acepta las eventuales consecuencias de su labor, sentencia: “Lo que sale de nosotros ya no es nuestro. Y entonces tenemos que aceptar ser interpretados”.

Los textos de la autora siempre despiertan el pensamiento. Es preciso releerlos.

 

 
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