Nota sobre Aeropuertos, de Alberto Fuguet

 

Por Jorge Etcheverry

 

Esta novela, publicada en Alfaguara en 2010, se inicia en el aeropuerto de Cancún. Aeropuerto, un espacio central y ubicuo, lugar privilegiado de la dimensión internacional urbana, espacio análogo de conexión entre las capitales y las ciudades grandes, cuyos centros de asiento del privilegio dieron origen, en el universo fuguetiano, a jóvenes dúctiles, que se quieren cosmopolitas, pero no de manera consciente—no se trata de un “proyecto”, ni de un programa, ni de una ideología—, sino que más bien parecían hermanados en el consumo celebratorio y exaltado de ciertos productos globales, una alienación que se abrazaba y aceptaba con entusiasmo, una subcultura de la juventud de la clase media alta, sus hábitos de consumo, su sociabilidad, su música y su argot, que son lo que primero salta a la vista en los diálogos entre los jóvenes protagonistas, que abren el libro, que tiene como epígrafe un diálogo de la novela de Manuel Puig “Maldición eterna a quien lea estas páginas”, cita que, a la vez testimonia el homenaje del autor y la influencia en su obra del dialogista maestro, indica el problema de la relación filial entre los protagonistas, un tema central, especialmente entre padre e hijo, cuyo atisbo de solución cierra el libro, que así como se inicia en un aeropuerto, finaliza en otro aeropuerto, el de Santiago:

“Ruido de avión despegando. Álvaro guardando su mochila en la moto. Mira hacia arriba, al cielo. Su celular hace un ruido seco. Lo saca. Es un mensaje. De Pablo. Lo abre. Es una foto. Una foto de los dos. En el hotel” (p.188).

En la novela se siguen los avatares de una pareja desde su adolescencia, y de su vástago, Pablo. Fran quedó embarazada de manera casual con Álvaro, a quien ella describe como “Un mal alumno de un colegio de Providencia”, en una aventura después de una fiesta. Luego del alejamiento del padre, indeciso y reluctante, la relación madre/hijo se irá desenvolviendo de manera conflictiva semi edípica, incluyendo una cuasi parálisis social y sexual del hijo, su conflicto con el padre, en las sucesivas etapas que abarca esa novela, que transcurre desde 1992 (McOndo pleno) a 2009. Este elemento de la relación entre el hijo y la madre nos parece lo más importante y fuerte, ya que introduce un nódulo de densa ambigüedad que le da peso a la novela. El adolescente, con problemas de soledad, aislamiento, autovaloración e identidad, correlativos a su inserción— lo que lo convierte en un personaje actual emblemático— en un mundo mediático virtual, escoge hacer un video muy dramático para comunicarse con la madre por ese medio, que pasa a sustituir la comunicación “concreta” en esa instancia de su crisis, que además incluye una amenaza de suicidio. La que también se resuelve en una actuación. Esa comunicación con la madre se realiza en el mundo virtual, en el mundo alternativo de la representación que así fagocita a la comunicación real, concreta. Esto sucede en 2008:

“¿Es posible vivir sin que nadie excepto tu mamá te trate bien o te admire?

¿O te toque?

Digo, de manera normal, aunque a veces cuando te empujo o me arranco cuando me acaricias es porque me gusta, o sea, no es que me caliente, mamá, no tan friqueado, no tan psicoanalítico, pero parece que la gente que tiene piel necesita que se la toquen (p.138)

“Y me echas de menos

y yo te echo de menos

y nada

nada

nada ya va volver a ser como cuando tú y yo estábamos como casados (p.149)

Este meollo duro y permanente, viscoso y material, existencial, se destaca en medio de la presentación en general de las vidas comunes, vacías, huecas, si se quiere, de estos antihéroes chilenos y los personajes relacionados con ellos, de dos generaciones de una clase media alta, urbana y semi cosmopolita en versión chilena. Estos personajes se insertan en una constelación específica de lo “a la mano” y lo “ante los ojos”—categorías heideggerianas, que denotan respectivamente al mundo de los útiles, de lo instrumental, y al de las representaciones artísticas, y pensamos, a la representación en general. Esta inserción se da de una manera natural, sin planteárselo, sin una elección —lo que hubiera significado conciencia— sin la presencia de la necesidad material, que al existir se habría dimensionado tanto a sí misma como a su objeto. Están inmersos en una madeja de marcas, consumibles y elementos mediáticos, sobre todo la música, que puede ser un acompañamiento al cuasi pensamiento, la “habladuría”, la cháchara, que acompaña esas existencias, pero que también puede constituir la puerta de escape o el lugar de representación preferencial respecto a la “realidad”.Nada que no hubiera sucedido con otros medios y en épocas pasadas, quizá en otra escala. Tampoco es nuevo el fenómeno de jóvenes que asumen el cosmopolitismo como románticos y son los rebeldes, dandis o bohemios de su tiempo. Pero en el caso de este libro, el entusiasmo inicial con esos elementos de consumo global, que dio origen al publicitado y mediático McOndo, ya aparece atenuado incluso en los personajes Fran y Álvaro, en su primera apariciones en 1992, fecha del inicio de la narración—esta novela es de 2010—si se compara con la recepción extática McOndesca de otros personajes en otras narraciones anteriores del autor. Para esta pareja adolescente que espera en un aeropuerto, y posteriormente en la novela para su hijo Pablo, estos elementos constituyen una barrera, una protección, un ruido, que los ayuda a sobrellevar la situación presente y a no pensar. Pero a la vez los sumerge en su continuo fragmentario y caleidoscópico. Aquí, como decía, estos elementos mediáticos aparecen básicamente como un auxiliar que posibilita el escape de una situación concreta, que pueden distraer. No aparecen mucho como objeto de adhesión o de fervor, ni de entusiasmo excesivo. Pero pese a esta atenuación, los personajes sujetos a, o inmersos en, esta “charla”, pueden aparecer para ciertos lectores como objeto de ironía o hasta de parodia. Es posible hacer una lectura de Fuguet como autor paródico.

Los personajes no son empáticos, es difícil empatizar o identificarse con el abandono afectivo y sensorial de Fran, la madre, con la personalidad maleable e invertebrada de Álvaro, que quizás por esa misma maleabilidad se recupera después de cada caída como un Fénix de barrio, con Pablo, ese muchacho débil, terco y caprichoso, que parece refocilarse en su angustia y representa dramas que bordean el sadomasoquismo. Pero la novela hacia el final se instala de lleno en el mundo representativo de las micropantallas, que en definitiva es el elemento tecnológico que a la postre predominó sobre los demás de esa galaxia tecnológica mediática.

“Pablo recibe un mensaje en iPhone. Un ruido como una copa que se quiebra. Lo mira, se ríe.

--¿Qué es?

--. Unos conejos cinéfilos, un dibujo animado

……..

¿Bueno?—le pregunta el chico.

Bueno, muy bueno. (p.187)

Entonces es a través de este medio en que hacia el final, se establece el (mediado) y embrionario diálogo de Pablo y su padre Álvaro. Han cambiando, o mejor, se han modificado, los elementos lingüísticos, culturales y mercantiles que habían llevado al lector a leer esta obra como una secuela de los cabros pijes y su subcultura neo cosmopolita, que eran el sello de Fuguet, por lo menos para muchos de los lectores que compran este libro. Como decíamos, la novela se inicia con dos adolescentes en un aeropuerto frente al hecho del embarazo de la protagonista. Aquí se puede a veces percibir en su dialogo una dimensión intelectual y reflexiva, un nivel meditativo que no calza con la edad de los personajes. Claro que incluso Sábato, con su maestría, nos vende y aceptamos los pensamientos y reflexiones de Martín y Alejandra, que a veces parecen los de un filósofo existencialista, elementos que en el caso de ambos autores son un guiño a un lector apelado que es miembro de una élite.

Esta novela tiene un final abierto. Para ese entonces, las marcas de productos, la música que se oye o se cita, y en general los elementos de consumo y culturales, básicamente de la cultura de masas, se han movido al trasfondo, dando lugar a las vicisitudes existenciales de estos héroes inauténticos, no tan solo de Fuguet, sino de la novela moderna y contemporánea, que se podrían reproducir en muchas urbes a nivel mundial. Estos elementos no son específicos de la urbe global macondiana, que en esta novela presenta una problemática existencial moderna con componentes psicoanalíticos. Es decir, los aspectos mediáticos y mercantiles envuelven y acompañan, dando visos concretos de realidad, a unas circunstancias humanas que se dan y narran en diversos entornos tecnológicos o históricos, pasados, y podemos suponer, futuros. En esta novela que abarca de 1992 a 2009, de manera sutil se revisa y hace un balance desde el apogeo a la habitualización del fenómeno literario McOndiano, que acompañó a un estadio de la globalización. Cosas de la tecnología, la representación, la mundialización y el consumo, a que el movimiento alude y refiere, o mejor manifiesta, ya se han extendido y derramado por todas partes: los fundamentalistas islámicos usaban Ipods para filmar ejecuciones y ver pornografía, escuchaban música por audífonos y comían chocolate suizo. Si la tecnología de las comunicaciones no existe separada de las coordinadas histórica sociales que la originan, entonces todos somos occidentales, e integramos en nuestro imaginario representativo y consumidor, y de acuerdos a nuestros medios y localidad, a una infinita variedad de “combos” con lo local, en el seno de un cosmopolitismo a la vez monocorde y caleidoscópico.

 

 

 

 
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