No cabe duda que uno de los personajes más entrañables de la literatura
chilena contemporánea es el detective Heredia. Desde el debut de
la saga con la publicación de La ciudad está triste, en
1987, el investigador creado por Ramón Díaz Eterovic ha protagonizado
17 libros, el último La cola del diablo. El asunto del
volumen gira en torno a la desaparición de una joven en Punta Arenas.
Heredia es contactado por una amiga para investigar el hecho, es
así como regresa a la ciudad luego de más de 20 años. Durante la
búsqueda Heredia se reencuentra con Yazna, un viejo amor que le
brinda hospedaje en su hostal y que le develará uno de los secretos
más importante que ha recibido y con el que se intuye que todo
cambiará en las futuras entregas.
El trabajo no es fácil, hay muchos
poderes involucrados, factores que a Heredia no lo detienen en
su afán por llegar a la verdad. La maldad se hace presente en
esta oportunidad en la iglesia donde Heredia desempolvará sucesos
que incluyen una serie de abusos además del crimen central de la
obra. El tiempo ha pasado, Heredia ya no es el mismo, sin embargo,
su olfato detectivesco sigue igual de fino.
En La cola del diablo nos
encontramos con un hombre que ha crecido y madurado pero que
en el fondo sigue siendo el mismo de siempre, con mañas y una
soledad que parece nunca se alterará pero que luego de este libro
se abren nuevas expectativas. Tal como nos ha acostumbrado, la
prosa del autor conserva esas características que configuran la
personalidad de Heredia, con sus mundos interiores y la presencia
de su gato Simenon siempre presente, sus cavilaciones y sus constantes
citas y refranes.
Estamos frente a un libro escritor de manera
ágil y envolvente. Se trata de un volumen sumamente entretenido
donde el suspenso y el arrojo acostumbrado de Heredia cobran
nuevos bríos. Acá la mayor virtud es constatar lo saludable que
se mantiene una saga que muchos deseamos que nunca acabe. Larga
vida a Heredia.