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Era el final del año mil novecientos noventa y seis, año que había transcurrido para mí al igual que el año anterior, sin mayores sobresaltos, en un período de estudio, formando parte del bienio 95-96, en la Academia de Ciencias Policiales, Academia de Alto Mando de Carabineros de Chile, Institución a la que pertenecí por espacio de 21 años.
La Academia, desde donde estaba egresando como “oficial graduado”, requisito indis-pensable para llegar a los altos grados jerárquicos de la institución, fue una etapa muy agradable, pues en ella se vive un grato ambiente de camaradería entre los compañeros de profesión; es algo así como volver a encontrarse en un ambiente de aulas, después de los añorados y ya lejanos años de escuela, donde todos nos formamos como oficiales de Carabineros y del cual guardo muy bonitos recuerdos.
Este período de estudios, con la asistencia a diferentes e interesantes cátedras del quehacer académico, acompañadas de conferencias dic-tadas por personalidades del más alto nivel, nacional e internacional, culminó con una gira de estudios a Europa, continente en donde visitamos países con culturas milenarias; por lo que haciendo un recuento de los dos últimos años de mi vida estos habían sido muy buenos, tanto en este ámbito, como en el personal y familiar.
El día 30 de diciembre, aproximadamente a las nueve cinco de la mañana, nos encontrábamos en nuestro departamento en el 18avo. piso del edificio de Bilbao esquina Seminario en la comuna de Providencia. Con mi esposa Marcela nos preparábamos para ir a dejar a nuestros hijos al Jardín Infantil, donde ella trabajaba como educadora de párvulos .
En realidad estábamos un poco atrasados ese día, ya que ella debía estar en su trabajo a las nueve de la mañana en punto, pero por uno u otro motivo no habíamos salido aún.

En los momentos en que salíamos del departamento y me dirigía a abrir la puerta de éste, escuché el sonido del teléfono y regresé a contestarlo. Era Verónica Seitz, secretaria de LASSA, empresa de aviación donde de vez en cuando trabajaba como piloto comercial de helicópteros en mis tiempos libres; ella me llamaba de parte de Juan Griffin, gerente general de la compañía, para solicitarme si era posible hacer un vuelo que a él le era imposible realizar. Yo accedí, ya que justamente ese día lunes me encontraba haciendo uso de un día de permiso, que nos había dado la Academia Superior de Carabineros.
Soy piloto de helicópteros desde diciembre del año 1985, y desde esa fecha me he mantenido en actividad de vuelo en forma ininterrumpida, en diferentes destinaciones donde me ha co-rrespondido desempeñar funciones de esta espe-cialidad sirviendo en la Institución.

Junto con preguntarle a Verónica otros antecedentes relativos al vuelo, le consulté el lugar y hora de éste, respondiéndome que sería alrededor de las once horas; yo debía estar en el hangar unos quince minutos antes, posiblemente sobre la ciudad de Santiago. Ella no estaba segura y solo me dijo que se trataba del traslado de unos turistas.

Cuando a un piloto de helicópteros le comunican que hará un vuelo con turistas, de inmediato asume que se trata de un vuelo placentero, sin mayores dificultades, con personas agradables y de un buen nivel social, por la que tal actividad resultaba normalmente grata. Yo sabía especialmente esto; el verano pasado había trabajado durante mis vacaciones en otra empresa aérea haciendo vuelos turísticos en la ciudad de Pucón, actividad de la que guardaba muy buenos recuerdos.

Terminada la comunicación telefónica con Verónica, fui a dejar en el auto a los míos al Jardín Infantil y regresé al departamento para hacer algunas llamadas pendientes, además de buscar ciertos elementos indispensables para el vuelo, tales como el computador manual Jepessen, cartas visuales, mapa rutero y la piernera, elemento éste último muy útil que sirve para anotar todo tipo de datos necesarios para el vuelo o durante el mismo.

Me extendí un tanto en las llamadas tele-fónicas y salí de mi hogar aproximadamente a las diez y media, por lo que llegué al Aeródromo de Tobalaba alrededor de las diez cuarenta y cinco minutos, justo a la hora que me había comprometido con Verónica a llegar.
Al llegar al Hangar de LASSA, estacioné mi vehículo y me dirigí a su interior donde se encontraba Juan solucionando un pequeño deta-lle, justamente del helicóptero Bell Long Ranger 206 B1, en el que realizaría el vuelo, para el cual había sido llamado.

El helicóptero si bien es cierto formaba parte de la empresa como su última adquisición, era de propiedad de Juan, por eso éste se preocupaba en forma muy especial de su mantenimiento. En febrero de ese mismo año había tenido un accidente en faenas forestales en la ciudad de Concepción resultando con serios daños que hubo que reparar, por esta razón no era raro ver a Juan haciendo labores de mecánico en su helicóptero. Además, considerando la escasez de mecánicos que en esta época tiene la empresa disponibles, la mayoría se encuentran en terreno asistiendo a los helicópteros en diferentes lugares de Chile, en funciones de combate contra incendios forestales.
La Compañía LASSA, fuera de sus doce helicópteros operativos de diversas marcas y modelos, cuenta con la empresa “Alas Agrícolas” con aproximadamente veinte aviones fumigadores y seis aviones Dromader, aeronaves que, además de ser fumigadores, son de gran utilidad para el combate de incendios forestales por su gran ca-pacidad para el lanzamiento de agua.

Saludé a Juan y comencé a cooperarle en solucionar detalles del helicóptero. Me agradeció el que yo pudiera hacer el vuelo que él no podía hacer, debido a que tenía que solucionar un problema en un Dromader contratado por CONAF, el que el día anterior y al momento de despegar, dañó su tren de aterrizaje en la pista de Rodelillo de Valparaíso, y el avión debía estar rápidamente en vuelo para dar cumplimiento al compromiso con la Corporación Nacional Forestal.

Me explicó además que el cliente era un argentino, un guía de turismo que se dedicaba a traer turistas del país vecino, que normalmente hacía vuelos cerca de Santiago y que, además, era un muy buen cliente porque cancelaba al contado y en dólares.