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Extracto del libro

CAPITULO 1

Dolores Cienfuegos Sanfuentes caminaba por el Santiago de 1890, un día de otoño soleado llevando su sombrilla abierta para proteger su piel, en una época en que Chile se encontraba bajo el gobierno de José Manuel Balmaceda. Un pequeño sombrero cubría su cabeza. Era alta y espigada, algo nada común en las chilenas de entonces, e iba acompañada
de su chaperona, una mestiza llamada Facunda, fiel como un perro con su querida niña, a la cual había criado.
Venían de provincia buscando la casa de don Alamiro Cienfuegos, su tío, al cual anunciaron su llegada a su debido tiempo. Éste vivía en el Centro, muy cerca de la Plaza de armas.
Dolores, de rostro bonito, ojos cafés, pelo castaño recogido en un moño bajo el sombrerito, con un vestido largo con polisón y una chaquetilla ajustada de manga larga, cubierta por un mantón que modelaba su figura, se deslizaba con su andar elegante y ligero. La “china”, su chaperona, iba envuelta en una manta negra que la cubría entera.
La agitación y el miedo se apoderaban de la joven, porque nadie las había ido a esperar a la estación de ferrocarril. Tenía muy poco dinero y temor de tomar un coche con caballo, por lo que debió dejar su equipaje en el terminal. Llevaba la dirección, y un pequeño mapa hecho por su padre.
Era casi una niña, de solo quince años, pero la terrible enfermedad de su progenitor, lo había obligado a pedir a sus hermanos ayuda, repartiendo a sus hijos que eran cinco, en las casas de sus tíos, temiendo morir dejándolos abandonados.