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Fragmento del libro

CASUAL



Iba caminando con mi mascarilla de flores con colores chillones y brillos como me gusta. Llevaba casi media hora
con ella puesta y, la verdad, es que iba bien mareada. No sé qué es, pero de verdad me hace pésimo andar con
boca y nariz tapada. Algunos dicen que es normal, pues nonos oxigenamos como de costumbre y otros dicen que es mental… que no toleramos la sensación de ahogo, por otros muchos motivos. Bueno, yo estoy en ese “otros muchos motivos”.

Por años padecí crisis de pánico sin saber qué eran, solo recuerdo, muy a mi pesar, esa sensación desesperante
de falta de aire y sensación de muerte en los próximos segundos. Con los años, llegué a las manos apropiadas,
las controlé a punta de medicamentos y cesaron ya hace tiempo. A estas alturas de la historia los efectos secundarios que pudiese tener por la medicación me importan bien poco si ha permitido dejar de sufrir. Quienes hayan padecido de esto lo entenderán. Esa sensación de morir es escalofriante.

Después entiendes que no morirás y logras pasar la crisis más o menos cuerda sabiendo que aún no es tu hora… pero a veces, como un mal chiste, aparece tu lado inseguro y te dice, ¿y si esta vez no es crisis de pánico y de verdad tu corazón se detendrá?

En fin… yo iba con mi mascarilla floreada de colores chillones y mucho brillo. Todos me parecen sospechosamente
conocidos, pero no puedo estar segura, solo veo ojos y, en el peor de los casos, frentes hacia abajo. Los típicos que van mirando el suelo.
No sé quiénes son, pero quizás sí algo, el pelo, su forma de caminar; de la mirada, algo, porque llevamos siglos evitando mirarnos a los ojos. Recién ahora nos hemos visto en la obligación de “vernos”, “mirarnos”.

En una oportunidad en que además iba caminando rápido y cargada como mula, solo quería llegar a mi auto lo antes posible y arrancar del peligro, me vi frente a frente a unos ojos que parecían cercanos de mi vida antes de la pandemia. Los conocía, pero no sabía de dónde. Esa persona, una mujer como de mi estatura y menos rolliza que yo, iba también con bolsas de compras en ambas manos. Solo nos teníamos sostenidas por la mirada.

Fue incómodo, pues no tenía como bajar mi mascarilla para decir, soy yo… y ella, estaba en las mismas incómodas condiciones mías. Y sin tapujos y con toda mi confianza del tiempo anterior, le dije:

-¡Hola!
Ella me respondió:
-¡Hola!
Más osada, le pregunté:
-¿Cómo estás?
-¡Bien! -me dijo ella-. ¿Y tú? -me preguntó.
-Aquí -le dije yo, como mostrando que estaba, pero no
estaba, que era pero no era, que aunque la misma en el
cuerpo, era otra, otra que cambió en pandemia.
-¡Nos vemos! -se aventuró a decir ella.
-¡Nos vemos! -me aventuré yo.

Seguí mi camino y ella el suyo. No quise mirar atrás y supongo que ella tampoco. Subí las compras al auto, me
senté, me puse el cinturón de seguridad y me saqué feliz la mascarilla, inspiré hondo y profundo, libertad, qué alivio.
De pronto, frente a mí, antes de salir del estacionamiento, salió la misma mujer de nuestro elocuente diálogo y también se había sacado la mascarilla. Pasó muy lentamente frente a mí, pues había dos vehículos esperando espacio. Nos miramos, ya ambas sin mascarilla y descubrimos que jamás en la vida nos conocimos antes. No sé quién mierda es ella y no sabe quién mierda soy. Incomodidad, de esa real, presente, y ambas luego de reconocernos sin reconocernos, giramos la mirada.

¿Quién será? Ni idea. Me fui pensando divertida, porque ese diálogo ameno ya lo he tenido con bastantes enmascarillados.
Ella debió ir pensando lo mismo.
Pues bien, amiga o amigo. No sé cómo asegurar que alguna vez realmente te saludé y conversé contigo. Ni idea,
pero fueron entretenidos esos segundos de conversación de bocas tapadas.
Y así como están las cosas, mejor no arriesgarse a andar mostrando la sonrisa para que te reconozcan. Los ojos, aunque a veces muy expresivos, no logran transmitir realmente su verdad, por los años de poca práctica de mirarse directo a los ojos. Otros intentan la mueca de levantamiento de cejas, pero se trunca con tanto bótox.

En fin… seguiré sufriendo con la mascarilla puesta, sintiendo ahogo extremo y seguiré, cuando tenga un poco de valor extra, saludando a quién crea que conozco. En una de esas, achunto y de verdad cruzo palabras con alguien que sí existe en mi vida.