Ruego a Dios

Fernando Jerez

Le he dicho a Dios:

Dios, te equivocaste el día de la creación. Hay cosas mal hechas. Un error cometido en la apreciación de las mezclas espirituales, ha llenado la tierra de gente mala; de bellacos que pasean sus triunfos por todas partes y, lo que es peor, lo hacen mofándose de los buenos, y tomando para sí los placeres y el dinero que desde el principio has deseado repartir multiplicados como los panes.

Dios, se te ha complicado el mundo. Una virtud aislada encubre y alimenta millones de malas acciones. A la multiplicación de los pecados, tú respondes en represalia con nuevos desastres y enfermedades. La población mundial, furiosa y humillada, ha llamado en su defensa a médicos y científicos que se gastan la vida en laboratorios sin obtener la más mínima evidencia de las claves secretas que tu olvido divino se obstina en no revelar al microscopio o al tubo de ensayo. Esta guerra no tiene para cuándo terminar.

Dios, son demasiadas las mentiras que distraen tu mente y consumen el tiempo eterno que tienes por delante, escaso, sin embargo, para una administración sin fin. Tampoco has querido delegar en otros la responsabilidad de ponderar las faltas que cometemos en la tierra. Los santos carecen de poder para ordenar la aplicación de milagros urgentes sin previo trámite divino. Creaste la verdad, pero ha venido a engullírsela -con el permiso tuyo, por supuesto-, la mentira, lo cual provoca que la población mundial sature los templos con arrepentimientos, confesiones e indulgencias. Actos movidos por el interés de remover pecados que por atractivos y testarudos, volverán desde lo profundo del deseo a derribar otra vez voluntades endebles. Presumo que son estos fenómenos frecuentes los que han restado valor al perdón.

Dios, cuántos hombres sobre la tierra, y aparatos de televisión, ampolletas, botellas de vino, revólveres, pistolas, ametralladoras, todo lo cual tú tienes que hacer funcionar y echar a perder, vaciar y llenar, activar y desactivar, enfermar o curar. Pienso otra vez que pierdes demasiado tiempo.

Dios, son millones cada día los ataúdes y velatorios con viudos y huérfanos llorosos. No hay un segundo en que el luto no se manifieste en infinidades de ceremonias calamitosas. Actos que constituyen una prueba inútil de tu poder. Controlando desde arriba los límites del dolor, pierdes minutos preciosos. No deberías malgastar el tiempo permitiendo que en aras de la libertad, el ser humano pueda fallar eligiendo el infortunio.

Dios, la institución de los arrepentidos no me parece una buena ocurrencia. Suman tantos los que a través de los siglos se han acogido a ese seguro contra el pecado, que no te va a quedar terreno donde poner a los injustos ganadores del premio celestial. En suma, derrochas tiempo e ingenio construyendo paraísos no para albergar a gente buena, sino a puros aterrados de último momento.

Dios, los condenados ya están produciendo atochamientos en las vías que conducen al infierno. Pronto van a derramar como lava de volcanes su corrupción ardiente sobre los justos del cielo. Está claro, por despejar el tránsito y ordenar las vías al paraíso, infierno y purgatorio, dilapidas momentos creativos que bien podrías emplear en soluciones de fondo.

Dios, cuantiosas súplicas te distraen:

te ruegan los unos contra los otros en El Líbano y en Jerusalén, en Bosnia, Serbia y Croacia, te ruegan once tipos en el camarín del Real Madrid y los once rivales en el cuarto vecino, te ruega el enamorado que teme al otro y te ruega el otro, te ruegan el obrero que agoniza en el subterráneo de la mina, la madre que espera, y el fotógrafo de accidentes que sueña con el premio anual de gráfica espectacular, te ruegan el dictador en su búnquer y el preso en la mazmorra, en el casino de juegos o en el palacio asediado a polvorazos, te ruega el que oye con la vista vendada, el que ve con el oído y el que apunta con la mirada fija en su salario de esbirro, te ruegan que llueva y que no deje de llover, que salga el sol en los campos y que lo escondas en el desierto, te piden zapatos, te piden manos y te piden pies.

Te piden fuerzas en el mar para llegar a tierra y en tierra una oportunidad de perderse, por fin, en las aguas extensas y profundas,te piden ver y no ver, con palabras y con pensamientos.

En conclusión, asuntos poco relevantes dada tu investidura de Autoridad Suprema, pero suficientes para estorbar la dedicación concentrada y plena de misericordia que necesitas para mejorar los aspectos fracasados de tu invento.

Dios, los humanos te piden soluciones. Que no eches a rodar los problemas trescientas y tantas veces, año tras año, alrededor del sol.

Por tanto:

Este humilde hijo, propone a su padre Dios algo tan simple como abolir la vieja práctica de empezar todo por el principio y acabar por el final; hazlo, si tienes voluntad para dar la vuelta completa, revolucionando una obra que la inercia sin cambios ha vuelto ineficaz.

Dios: en sencillas palabras te ruego suprimir lo más pronto posible la muerte y los nacimientos. Como esta petición te puede tomar por sorpresa, quizás desees hacer un barrido apurando las últimas muertes antes de fundar el nuevo orden que habrá de restablecer la inocencia desbaratada por Adán y Eva. Tal vez resuelvas dejar en la tierra -adonde será trasladado el nuevo paraíso-, sólo a quienes se han ganado la eternidad amándote con obras solidarias. Apúrate, Dios, pronuncia rápido el decreto innovador, porque hay personas que se encuentran a punto de perder la vida, como es el caso injusto de Raimundo Amador Torres Torres, de veintisiete años.

Te bastará con desautorizar al corazón, a la sangre y al oxígeno, de su tiranía vital, fosilizándolos como viejos instrumentos del pasado.

Con tu decisión ganaremos tú y yo la satisfacción de rectificar errores. Volveremos a sentir el amor como tú lo concebiste por la época en que nada tenía forma o sentido, y como no lo hemos podido entender acá los imperfectos; estoy seguro de que yo, particularmente, seré un hombre nuevo, un resucitado de verdad.

Algo no quiero olvidar:

y es que no vayas a creer que pido abolir la muerte y los nacimientos en beneficio propio. No. Ofrezco mi vida en sacrificio, mi muerte anticipada. Lleno de alegría te pido que desde ahora me incluyas en el primer barrido que piensas hacer para mejorar la calidad de vida en esta tierra, siempre y cuando,te ruego, Dios, admitas entre los vivos eternos a mi buen amigo Raimundo Amador Torres Torres, conocido mío desde los cuatro años, herido a bala ayer sábado, en la posada "El caminante", a las 0,45 horas, víctima de mi mano sin control, enloquecida por la ebriedad, en los instantes que atendías otros ruegos y llamados desde África, Asia, Europa y Oceanía, y dejabas durante un par de segundos en el desamparo más completo, a la América del Sur y al pueblito donde vivo.

Amén.

 

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