Te conozco mosco

Jorge Etcheverry

El tema de las relaciones humanas me ha interesado siempre. Una cosa que nunca ha dejado de sorprenderme es que no exista una ciencia que agote este tema, al menos en sus coordenadas fundamentales. Después de todo lo que define al hombre de la manera más esencial y básica es que somos gente, y bueno, tenemos que entrar en relaciones. Todo el mundo anda por ahí diciendo "Esta es una relación muy absorbente, o, Juanita y Pedro tienen relaciones", y, como le escuché hace como un año a un tipo que hablaba por teléfono, en Montreal -yo estaba esperando mi turno para usar el aparato- : ¿Cómo va la relación con la Flaca?" Entre los chilenos hay una tendencia a ponerles sobrenombres a todas las mujeres: están los que hablan de "La Flaca" y los que dicen "Esta Niña". No me detenido a considerarlo, pero parece que cuando la relación ya está andando, y se cuentan cosas episódicas a los amigos, o, más a menudo, cuando comienzan los problemas, se comienza con "Esta Niña". Bueno.

Porque, a decir verdad, puede que uno quiera decir un montón de cosas, por ejemplo que es el trabajo lo que define al hombre, la praxis (¿Me va siguiendo?), o puede hablar, como hace una punta de años, de la condición de yecto, da-sein, la existencia que precede a la esencia, la Libertad, el Compromiso, o incluso puede sacar a Aristóteles a la palestra y decir que el hombre es un zooon logon politicon, que en griego quiere decir animal racional y político, aunque algunos, por allá abajo prefieren decir social y racional, ya que a muchos no les gusta la palabra político.
En todo caso, antes que todos los calificativos (o epítetos, ya que si se trata de atributos sustanciales o esenciales tiene que tratarse de epítetos), la realidad es que somos gente, y después lo demás. Lo que me molesta es cuando dicen, "Es una relación muy absorbente", ya que parece que la relación sacara una trompita y te empezara a chupar. "La relación anda medio mal", y hay que imaginarse a la relación, una especie de animal con un ojo grande, mirando medio de lado, como en esas caras hipócritas y femeninas de algunos cuadros de Picasso, caras sin frente, un impreciso animal gris, semitransparente; sus contornos muy difíciles de precisar, siempre cambiante y dotado de un número variable de tentáculos, de longitud diversa (ya parece que se ha dado cuenta de que estoy hablando de él y me mira de lado, con expresión casi furiosa).
Ese tipo, el de Montreal, no sabía que yo entendía castellano, o español. Yo estaba sentado fumándome un puchito al lado de donde están los teléfonos, y de repente comienzo a sentir la conversación "Cómo te va compadrito, que no nos vemos como hace dos meses", y el tipo era grande, macizo pero ágil, muy bueno para gesticular y accionar, como si estuviera hablando en persona y no por teléfono, de bigotitos, se notaba que era patudo, encaramado con inconsciencia y facilidad por encima de los treinta y decía "Sí, es buena, buena. Me pegué un par de cachas pero se acabó la huevá. Había otro huevón de por medio, me comencé a meter en su vida amorosa... ... Una tremenda historia, otro día te cuento... ...Comí cualquier cantidá, por tres dólares se come cualquier cantidá en la Universidá compadre, no había comido nunca por aquí. La otra vez me llamaron de Chile". Y es entonces que me levanté y me puse a caminar por el pasillo, que empezaba a alargarse y quedarse vacío, mientras la luz fluorescente aminoraba un poco su intensidad y sobrevenía algo así como un silencio y una sensación de cámara lenta, que es lo que me pasa cuando me pongo nervioso o me parece que va a pasar algo. Es un territorio poblado de fantasmas y azares, bastante impreciso, y que siempre se instala cuando se trata de mujeres, o de relaciones en general.
Llegué finalmente a la escalera y comencé a bajar de a poco. En el nivel inferior hay otra cafetería. Me acuerdo de que la primera vez que entré a una cafetería aquí estaba recién llegado, andaba con un amigo, otro chileno, no me acuerdo el nombre, que me decía que eso ya se lo quisieran en un restorán bueno de Santiago. Bueno, allí había otro tipo sentado con una quebeca chiquitita, petite, como se dice en los avisos personales por aquí, una especie de versión seria del Cásese si puede de la Tercera. En Montreal no hay necesidad de cosas así. Un amigo español (ex), me decía que acostarse con una mina aquí es más fácil que salir a comprar cigarrillos (estábamos tomando unas cervezas en un café y se nos acabaron los cigarros). Yo no sé. El fulano éste de aquí era más o menos del mismo tipo del otro, del que hablaba por teléfono en el piso de arriba. Parece que me conocía de vista, y que me tenía como ingrediente en alguna historia, ya que levantó la mano como diciendo "me llegó al pihuelo", mirándome de reojo. Seguramente le decía que yo me había metido en algún problema o que era el marido o el fiancé de alguna niña, seguramente francesa, con la que él se había metido. En esa forma que tienen los chilenos cuando cuentan o inventan sus aventuras, sobre todo a mujeres. Pero a lo mejor era una idea mía. Me senté en una mesa sin mucha luz, tomando un café, de a poco, y fumando, en un ángulo que me permitía tenerlos bien a la vista.

Había algo familiar en el tipo, y de pronto se me aclaró la película. Me acordé de que varios años atrás habíamos tomado juntos un curso beginners de literatura, o algo así -porque era en una ciudad de habla inglesa- o creative writting, era una buena manera de mejorar el inglés, decíamos, cuando todavía teníamos esperanzas de hacerlo. Al final no aprendimos nada. Pero me acuerdo que estudiamos juntos para un control. A los dos nos fue mal. Uno siempre tiende a conversar un poco después de las clases, era una de esas amistades de finales de clase. Siempre en Chile uno se quedaba discutiendo, después se iba a veces a tomar. Y aquí todo el mundo sigue cursos de cualquier cosa, para no aburrirse. Es que vista de afuera, en las revistas, en las películas, Norteamérica es una ninfa pelirroja, de faldas angostas siempre dispuestas a subirse, con ojos azules y muy vivaz. Como lo que llega por allá abajo es el brillo, las películas, el hueveo, la música, el look corporativo. Pero para la mayoría de la gente es muy otra cosa. Me acuerdo que teníamos unas Características del Cuento, por ahí anotadas; un suceso global y progresivo, escueto, la importancia del plot. Y el tema tenía que ser algo interesante. Como yo había sido profesor de filosofía eso me parecía como una receta para escribir westerns. Pero al tipo sí que le interesaba la literatura, aunque antes había sido algo así como mecánico.

Y ahí estaba ahora, hablando con la minita, medio ausente, mientras ella se notaba muy metida, quizás qué historias le estaría contando, viendo su mundo reducirse, quizás sin tener plena conciencia de eso, de una dimensión histórica, podríamos decir -que me represento como una especie de litografía grande, hecha por los vanguardistas rusos, llena de ángulos y masas desfilantes - a un vértice casi inexistente; el hecho de tomar café a esa hora, con esa minita, relatándole una vida reducida a sus líos con otras mujeres, sus sentimientos paranoicos hacia otros tipos siempre brumosos, siempre medio inventados, sus peleas con su mujer, dale que dale.
Quizás a veces, algo como una perplejidad se le asoma a los ojos y se queda un poco con la mirada medio en blanco, fumando con la cabeza medio agachada. Porque como se nota en García Márquez (las novelas sí que me gustan), las cosas dan vueltas y vueltas, y se van desgastando, y parece que no queda nada más, pero todavía queda para otra vueltecita, un restito ¿Me va entendiendo? Bueno, el tipo como formando con su cabeza el vértice inferior de una pirámide en que la base se perdiera arriba, en la vastedad y multiplicidad de la historia, pareciendo salir de su cerebro, abrirse desde su pequeñez de ahora hacia ese antiguo esplendor como un abanico, como una consumación, arriba, y una decadencia, abajo. Puede que una u otra vez se pregunte ¿Cómo yo que he pasado lo que he pasado estoy metido en este tipo de cosas ahora? Y hay no una reflexión, como le quería decir antes, sino una especie de perplejidad ¿Soy el mismo? Y casi parece que tiene la intención de tocarse la manga, para ver si la siente entre el pulgar y el índice. Por eso habla medio distraído, y a la vez, como tirando anzuelos, segregando goma, a ver si puede mantener a la mina pegada otro rato, antes de irse fumando por la calle a su casa, o su departamento. A lo mejor está separado y está viviendo solo, después de haber hecho tanto chamullo, haber llegado con grandes ideas y haberse destacado, mientras la mujer tomaba con toda modestia su cursito en CEGEP, o en el Algonquin (eso en el lado inglés), sacando un diploma de secretaria, trabajando calladita todos estos años, mientras el hombrón aparecía por ahí en las asambleas, en las reuniones. Salió una vez entrevistado en un periódico, y la mujer empezó a estudiar el idioma y no se veía en ninguna parte y de repente sale separada y con una media pega, en otro círculo, y el compadre ya no puede hablar con el entusiasmo de antes. Claro que aquí, como cualquier tipo que sepa algo de comunicaciones puede decir, la cosa se da por ondas; los chilenos, los nicaragüenses, los salvadoreños (a nivel de Latinoamérica). Perdonando la expresión, a los chilenos ahora no les tiran ni peos, si no son estas minitas maometanas de Québec, que todavía se toman su café o se gastan su platita con un macho latino porque alguna vez estuvieron en México o estudiaron en España, o están solas o estadísticamente les gustó el fulano nomás y punto.

En realidad, él estaba bastante emputecido con su mujer, decía siempre que era una arribista y que se había separado de él porque no podía darle muchas comodidades y que claro, como las mujeres son medio como animalitos, en su otro círculo había encontrado nuevas amistades y no había tenido ningún empacho en botarlo a la primera de cambio. Dejó de frecuentar a sus amigos de la misma edad, algunos había que eran unos tipos trabajadores, muy de su casa y que no se les conocía nada por fuera, ni antes ni ahora, medio cuadrados en la cosa política, que iban a cualquier acto por solidaridad, que habían llegado a limpiar pisos pero que cual más cual menos se habían rayado algo seguro por aquí y por allá. Empezó a encontrarlos fomes, y un poco ahuevonados, y que no eran muy inteligentes ni nada tan especial, con su seguridad, en sus casitas, claro que le provocaban su poqueque de envidia, aunque nunca se lo iba a confesar. Después, cuando empezó a meterse en rollos (como dicen los españoles), ya no se curaba con ellos, porque se lo quedaban mirando con algo de sorna y algo de distancia, y le decían a veces: "Deja a tu mujer de una vez", o "arregla las cosas con ella" o "Si querís a la quebeca, ándate a vivir con ella y listo, se ve que a tu mujer no la querís". Y era peor con las mujeres de los amigos, ya que los chilenos siempre ventilamos las cosas en familia, ahí no había ninguna compasión. Y comenzó a evitarlos y comenzó a tratar de frecuentar a los cabros más jóvenes, que les gustaba más el hueveo, pero se notaba la edad, no le gustaba la música de ahora y al cabo de unos meses andaba verde, con una tos seca y el hígado hinchado, siempre cansado y con sueño. Esas cosas alguna vez me las contó, cuando seguíamos el curso de redacción en inglés, quizás pensando que después no me iba a ver más, como en realidad sucedió por esa época. Claro que como el medio chileno es chico, no tan chico como en otras partes, claro, pero chico, terminamos por encontrarnos de nuevo, es decir, en un grupo, no me acuerdo si era por una peña, un acto de solidaridad con los palestinos, o eritreos, a lo mejor contra el bombardeo de Yugoeslavia. No sé. Ah sí, ahora que me acuerdo, era un cantante andaluz, o gallego, que lo traían algunas Universidades en gira, el tipo me saludó medio cortado, y me acuerdo que en lo primero que pensé fue "Qué gordo se ha puesto el compadre", comparándolo alegremente con mi propio físico, que, como soy flaco, y no me castigo mucho, se me va acabando más despacito.
Pero en realidad, no fue por eso que habló conmigo, ya que ese tipo de confidencias se las hace uno a los amigos que tiene más a la mano, que son más íntimos, y a los cuales uno les sabe sus caídas, cosa de tenerlos agarrados de ahí mismo si salen después con una indiscreción. Lo que pasa es que en mi horóscopo me sale siempre que las personas se me acercarán con sus problemas.

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