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Biografía
Diomenia Carvajal
nació en Valparaíso.
Vive en Francia desde
el año 1963. Fue
profesora de castellano
en Instituto durante 20
años. Ahora enseña
en la Université
du Sud de Toulon La Garde
– Francia. Publica
también en Internet:
La revista
ARCOIRIS publica dos sitios
en Internet : LA
HISTORIA DE ESTRELLA No sabía cómo
había llegado hasta esa casa. Un
recorrido por calles oscuras y silenciosas
se le había ido enredando poco a
poco, adentrándolo cada vez más
en ese laberinto del que no sabía
ahora cómo, ni por dónde escaparse.
Había sido seguramente el viento.
El viento. Ese mensajero alado e inatacable
tenía algo que ver con ello, y le
había hecho empujar, casi sin querer,
una puerta entreabierta. Y una vez adentro,
traspasada la entrada, cuyo ámbito
se abría por completo como una mandíbula
monstruosa, oscura y profunda, no sabía
cómo debía actuar. Encendió
la linterna y el rayo luminoso alumbró
el interior de lo que podía ser una
sala de estar. Marcos no supo por qué
le había sobresaltado el pensamiento
de que aquellos libros, fueran éstos
de colección o no, yacieran allí
sin haber sido leídos siquiera. Pensó
dejar la inspección que les convendría
para el final y continuó la visita
de aquella biblioteca. Descubrió
una escalerilla que le hacía bajar
de un medio piso, o más bien de un
entre piso a otro. Las paredes de aquellas
piezas, con el cielo raso más bajo,
también estaban amobladas con una
infinidad de estanterías. Esos libros
parecían más antiguos, más
pequeños, quizás pertenecieran
a una colección de bolsillo y los
había por centenas. La tentación
de alargar una mano para coger uno de ellos
se hizo incontrolable. Acercó la
luz de la linterna para leer los títulos
o el nombre de los autores. Descifró
uno o dos, que le resultaron desconocidos.
Terminó extrayendo un ejemplar del
estante que estaba recorriendo, lo miró
mientras en el pecho pulsaba un sentimiento
de culpabilidad, como si estuviera a punto
de cometer un robo. Acomodó la linterna
bajo el sobaco y lentamente dio vuelta a
las primeras páginas. El título
en inglés escapaba a su entendimiento,
sólo pudo descifrar Edgar Allan Poe
y ese nombre no le sonó desconocido.
Lo puso de nuevo en la estantería
y dio una vuelta total por la pieza. Volvió hacia donde
había empezado su descubrimiento,
hacia la pieza con la biblioteca gigantesca.
Se sentó en un banquillo, se quitó
la gorra y se enjugó las gotas de
sudor que brotaban en su frente mojándole
el pelo. El teniente había
explicado durante su curso a los recién
reclutados, que todo papel hallado donde
fuera, o donde estuviera, debía ser
destruido para siempre. Y para siempre quería
decir, quemado… « ¿me
entienden ustedes? que…ma…dos,
todos los papeles, sueltos, o encuadernados,
no importa, todos los libros …o papeles
encuadernados, que es lo mismo, deben ser
destruidos. ¡No debe quedar nada!
¿Me entienden? ¡NA...DA! Y el tiempo había
pasado, a veces raudo y sacudido, otras
lento y amargo. El recuerdo de la biblioteca
descubierta le sobresaltó de nuevo.
De instinto, miró hacia los libros
que había visto cuando recién
llegado. Se acercó con la linterna
alumbrando la pila de color púrpura
enmarcada de oro. Arrastró el banquillo,
arregló un espacio, apartando un
lote de otros libros de espesor y tamaño
diferentes y cogió el volumen que
se hallaba a su alcance. El volumen llevaba
el número uno. Lo abrió delicadamente,
casi con temor. Un olor de flores resecadas
se escapó de las primeras páginas.
Leyó sin titubear, casi asombrado
de la facilidad con la que comprendía
las palabras que brotaban con fluidez bajo
su mirada cautelosa. El texto había
sido escrito con una bella letra de alfabeto,
y recordó las primeras que había
contemplado en aquél que les había
repartido la Señorita Hilda. Recordó
la redondez de las C y de las O mayúsculas,
de las H y de las L que prolongaban su cuerpo
como si fueran a danzar, hasta que se dejó
cautivar por el contenido del texto. El segundo tomo concernía
la descendencia de Estrella. Sus hijos,
sus nueras, sus nietos y nietas. Supo de
la falta de presencia de los hombres que
se ausentaban, algunos por negocios, otros
porque habían formado sus parejas
en otras ciudades y hasta en otros continentes.
Estrella que regentaba su casa, siempre
con la sonrisa ingenua reflejada en un rostro
atravesado por un siglo de vida, se había
dormido una tarde de septiembre, justo cuando
los primeros brotes de la primavera, empezaban
a mostrar sus perfumes y colores. Estrella
se fue y los brotes se habían quedado
esperándola en el jardín. El tercer tomo concernía
los hijos de los nietos de Estrella. La
generación de aquellos años
que había sido pisoteada y humillada
por el auge de las tiranías que gobernaban
el continente. Marcos empezó, al
cabo de unas seis horas de lectura, a reflexionar
que si no se presentaba al plantel de guardia,
sería considerado como desertor.
Suspiró. Trató de marcar la
página que no había terminado
de leer. Dio vuelta a dos páginas
en blanco y leyó lo que habría
podido ser la continuación de un
capítulo que aún no había
empezado. Sorprendido volvió a dar
vuelta las páginas en sentido contrario,
para asegurarse de que lo que acababa de
leer estaba bien escrito en aquel libro,
siempre con sus frases fluidas y sus letras
elegantes y antiguas de tanta preciosidad.
No pudo continuar preguntándose lo
que significaba ese desorden, en medio de
una bella historia, cuyo principio se encontraba
en el tomo número uno, « La
Historia de Estrella. La última frase
marcada, después de dos páginas
dejadas en blanco era: « pero Marcos
no pudo terminar, ni comprender toda esta
historia, ya que las órdenes del
Teniente eran de arrasar con todo lo que
fuera papel, suelto o encuadernado, y ordenó
que se dispararan las bombas que lo fragmentaron
todo… » |
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