Me pregunto por qué ya no se deja a los muertos en
el cementerio. Acá, sobre el césped, es difícil
caminar. Los tacos se hunden. La humedad entumece mis piernas.
La brisa me levanta la pollera. ¿Estaré exagerando
la anécdota? Me deslizo vistosamente, contoneándome,
irritándolos. Represento con soltura al personaje.
Siento furia y deseo sobre mis caderas. Me causan gracia
los comentarios de rigor. ¿Que no tengo velas en
este entierro? ¿Que si no conozco la vergüenza?
Lentamente, me aproximo a la viuda, mordiéndome los
labios. Le paso las flores y recito. “Hola, soy yo. La víbora.
Gusto en conocerla”.
Lorena Muñoz Zapata
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