Por
Jorge Salavert
Son pocas las obras literarias que
hacen de la esquizofrenia una propuesta narrativa o incluso estética.
En el caso de este libro del chileno Mihovilovich, Yo mi hermano,
al lector la escritura se le aparece como un doble monólogo,
dos voces de un mismo narrador que a ratos interroga, a ratos
apela y a ratos maldice a su otro yo, representado por "su hermano".
Ya desde el principio el narrador avisa de que la voz de ese hermano
va a tratar de suplantarlo. Tanto es así que hacia el final de
la novela pareciera que esa voz impostora se haya adueñado del
relato, y puede que Mihovilovich (juez nacido en Punta Arenas)
se deleite en la confusión del lector.
El hermano protagonista, aparentemente recluido en una casa a
la que casi nadie viene, rememora su niñez y las muchas desdichas
que su hermano mayor le infligió. Por ejemplo, el recuerdo de cómo
el hermano mayor lo empujó al río helado cerca de la casa con una
sonrisa cruel y desalmada. En otro episodio el narrador relata
el día en que el hermano le saca el ojo al hijo de unos vecinos.
Con la narración de muchos otros incidentes familiares y alguna
que otra colorida descripción de la larguísima convivencia fraterna,
el hermano menor va construyendo la leyenda negra del hermano mayor,
ribeteada de un odio extremo.
Yo mi hermano es un libro atípico, no solamente
por su estructura narrativa. Cada capítulo cuenta con dos partes,
en la que la segunda es un paréntesis contrapuesto a la primera.
No hay nombre alguno, y cuando hay que nombrar a algún personaje,
Mihovilovich opta por utilizar la inicial: “¿Cómo supe que habías
embarazado a C.? Te preocupa, ¿no es cierto? […] Es claro, tus
problemas no son de peso, sino de conciencia. Haber preñado a C.
no tendría mayor significación a menos que hubieras querido desembarazarte
– qué término tan apropiado – del ser que ayudaste a gestar.” (p.
29)
La locura, parece querer decirnos Yo mi hermano,
nace del dolor, de la crueldad del abandono, de la rivalidad ilimitada,
de la vileza y la bajeza con que los monstruos justifican sus acciones
y la indiferencia con que culminan aquellas. La contraposición
de las dos voces narrativas crea un eco rico en matices, pero que
no termina de tener una posibilidad de resolución final. A fin
de cuentas, la realidad nunca es una, sino la suma de las percepciones
de muchos de eso que creemos realidad.
Un libro que podría resultar perturbador para muchos por lo que
tiene de feroz disputa de la identidad propia, con ecos bíblicos.
Si Kafka sugería que “El escritor que no escribe no deja de ser
un monstruo que coquetea con la locura”, también hay escritores
que, al escribir, pareciera que coquetean con una especie de enajenación.