Por Juan Antonio Massone
Maximino Fernández Fraile |
Matías Rafide |
Jorge Nawrath |
I. Jorge Nawrath se ha ido
El 22 de febrero se fue de este mundo. Había nacido en Traiguén,
en 1935. Abogado de profesión, este escritor vivió en Rancagua
durante muchos años. Fue miembro correspondiente de la Academia
Chilena de la Lengua y asiduo de las reuniones quincenales de la
corporación, así como de su aporte a la Comisión de Lexicografía.
Simpático, entusiasta, acogedor. Gustaba de la buena mesa. Conversador
amenoe irónico, destacaba situaciones hilarantes entre sus contertulios.
Profesó el buen humor y supo reír de sí. Por sobre todo fue una
persona participativa y bien dispuesta. Pero la inesperada viudez
(fines de 2018) le asoló con tristeza.
Cuentista, por excelencia, su legado literario son siete libros: La
mujer hilvanada (2002); Jazmines y Glicinias (novela,
2008); Memorias del abrevadero (2012); Después de
la ceniza (2014); Juego de caravanas (2015); Por
qué relinchan los caballos (2017); Después del viento (2019).
Cada obra de Nawrath alienta la curiosidad del lector. Todas gustan.
Ninguna defrauda. El elenco de los personajes está conformado por
tipos humanos que habitan lo rural, principalmente, o, cuando pertenecen
a la ciudad, muestran estar igualmente dotados de memoria emocional
activa y de vivencia complacida con la naturaleza. Persona y paisaje,
éste último es reservorio de reminiscencias, réplica y borbotón
del psiquismo profundo. En ese reino de vigilias, donde no faltan
travesías oníricas, los caracteres libran su lid cotidiana.
Cuando los personajes se alejan o regresan alternan situaciones
decisivas en las íntimas historias. Cada uno es un mundo en soliloquio
antes de la soledad y previo al olvido. Más que conclusas, las
circunstancias entretejidas son jalones de destinos inherentes
a modos de ser, a conjugaciones solitarias. Venturas y desventuras
se amistan y discuten con igual e inexorable propiedad.
Narración dinámica, en unas cuantas líneas toma el pulso de sus
protagonistas. Avanza mientras recuerda; envuelve en tanto expone.
El suyo: idioma pulcro y estético.
La vida se lleva por dentro y, lo que deja a la vista de los demás,
requiere de un desciframiento progresivo que, en algún momento,
revela su semántica. Algunas confidencias franquean los labios,
o la intención, o el temor, o la lejanía inminente.
La confidencia de un personaje suyo dice con elocuencia: “He
vivido mucho más que todos los que llegaron conmigo y, aunque
me siento fuerte, algo está envejeciendo dentro de mí junto con
el paisaje: el bosque ha disminuido, el río se ha poblado, las
bandadas de gansos silvestres que llegaban a anidar en las lagunas
ya no vienen. No quiero estar cuando todo desaparezca”.
(Vivir en la ribera).
II. Matías Rafide en su tránsito…
Que alguien cumpla sus contados días en este mundo, no parece
ser un asunto extraño; pero tampoco es baladí. A fin de cuenta,
nos abraza completamente lo que ignoramos y acaba por impresionarnos
el adiós.
Ahora ha sido el turno de Matías Rafide Batarce (Curepto, 5 de
noviembre, 1929-Santiago, 30 de marzo, 2020). Nuestro amigo escritor
vive su tránsito.
¿Por dónde comenzar si pretendo ser leal a su amistad y a su espíritu
de poeta?
Un largo trato con él me regaló una certeza: Matías fue persona
cabal. Generoso y creativo, su conversación no pretendía sorprender
al contertulio ni menos invadirle a punta de autorreferencias.
Practicaba la hospitalidad y, como buen hijo de árabes, tenía preferencias
por el café y los guisos que probara en su casa natal cureptana
y, luego, preparase con tanto esmero y amor, Ana, su señora, quien
se le adelantara en dejar este mundo.
Tan quitado de bulla, como entusiasta trabajador. La Universidad
Católica del Norte, la otrora Universidad de Chile—sede Talca--,
los colegios donde empezó a ejercer la docencia, y su labor en
calidad de agregado cultural de Chile en Egipto, son algunas de
las cartas credenciales del Matías Rafide más público. A propósito
de sus labores emprendidas bien podría decir él en esta hora: trabajé
con entusiasmo y concebí a los demás como presencia.
Si no, ¿cómo se explican aquellos libros en cuyas páginas dispensó
atención e interés a la obra ajena? Diccionario de autores
de la Región del Maule; Escritores Chilenos de origen
árabe; tres antologías de los poetas del Maule, además de
su coautoría en sendas selecciones de nuestra corporación: Poetas
de la Academia; Cuentos de académicos, sin olvidar
otras obras antológicas.
Sus libros de poemas se le parecen. Concisos y sugerentes, las
voces que lo llamaban tienen la marcha muy larga de las generaciones
“de camelleros” que le precedieron. Despertó su voz para
que se oyera el silencio y el reverbero de las inquietudes perennes.
La querella de la temporalidad, los visajes de relampagueantes
plenitudes, la concentración y los puntos suspensivos con que dejaba
adivinar la réplica de afectos y de adioses, tornan audible esa
su manera de ser poeta.
Al detenernos en los títulos de poemarios que le pertenecen: “La
noria”, “Ritual de soledad”, “Itinerario del olvido”, “Fugitivo
cielo”, “El huésped”, “Antevíspera”, “Presagios”, “Espejo en
sombras”, “Fantasmas en la lluvia”, sentimos de trasfondo
la fugacidad que les alienta. Un dejo de comprobado deshacerse
de las formas y de las presencias asoma, permea, trasparece.
También en él, la escritura poética fue una manera de estar despierto:
“Escribiré en la arena/versos que aún faltan/para que el día/y
la noche no se/ duerman…”
Sí; aquello que nos mantiene vivos no elude la espesura de cuanto
parece entregarse en el acto más personal que es el morir. Respiramos,
suspiramos y aspiramos cuando el tiempo acaba y la eternidad empieza.
III. Recuerdo de Maximino
Fernández Fraile (1937-2020)
Una acogedora sonrisa era el primer gesto que se recibía de él.
Nunca parecía perder la compostura ni su tono amable y caballeroso.
Entusiasta y perseverante en sus trabajos literarios y docentes,
muchos de sus alumnos y de los escritores con quienes trató, pudieron
comprobar el devoto esmero que ponía en la investigación literaria
y su correspondiente libro, fundamentado y servicial, para bien
de las letras y de la educación de Chile.
Su obra más extensa: Historia de la literatura chilena (1994)
sobresale por la prolijidad informativa, tanto como por el juicio
equilibrado acerca de autores, tendencias y creaciones. A Maximino
Fernández (1937-2020) no le interesaba únicamente el pretérito
cuando escribía sus obras. Prestó atención a las nuevas generaciones
literarias. Para muestra, el volumen Literatura chilena de fines
del siglo xx (2002).
Mistraliano convencido, muchos son los aportes con que incrementara
la bibliografía de la autora de Lagar. Biografía y obra
le atrajeron grandemente.
No fue casualidad que también cultivara el texto bibliográfico.
Durante años, mantuvo gran cercanía con el P. Alfonso Escudero,
O.S.A., primero en el Colegio San Agustín, donde Maximino cursó
su escolaridad, y, posteriormente, en la Universidad Católica,
lapsos que siempre valoró y gustó recordar.Lo que se ha dicho
sobre Nicanor Parra Sandoval y su obra (2014), es uno de las
publicaciones que debemos a su interés.
Compartimos trabajos y reuniones en “Rumbos”, revista educativo-literaria
que publicaba “La Tercera”, a principios de los ochenta. Años después
me concedió el honor de presentar algunos de sus libros: Literatura
chilena de fines del siglo xx (2002); La crítica
literaria en Chile (2003); Historia de la Literatura Chilena (Edición
de 2008). Además, integramos jurados literarios en varias instituciones.
Cuando se incorporó en calidad de miembro de Número en la Academia
Chilena de la Lengua, me correspondió recibirlo en nombre de la
corporación. Su aporte quedó de manifiesto en disertaciones y contribuyó
en la mesa directiva, en calidad de tesorero.
Sin ser él locuaz, no faltaron interesantes conversaciones. Acudían
recuerdos, proyectos que emprender, rebanadas de agustinismo—estudiamos
en el mismo colegio-, la experiencia de fugacidad y el enigma de
morir.
Una vez me refirió su afición al montañismo. A esa práctica, dijo,
debía algunas dolencias padecidas con los años. El relato más supo
de admiración que de quejumbre. Hoy, junto con la noticia de su
más íntimo viaje,me informo de la voluntadde que sus cenizas fueren
esparcidas en la cordillera.
Maximino, te harán mayor sentido aquellos versos del himno que
cantaste muchas veces: “Una tienda de amor en la cumbre,/ cuatro
estrellas que formen la cruz”.