Sobre fronteras, límites e identidades

 

 

Por Víctor Bórquez Núñez
Escritor, periodista. Académico de la Universidad de Antofagasta



Me sorprende el fallo de La Haya en Perú, en Arequipa, visitando a amigos periodistas y poetas de la Ciudad Blanca.
Esa noche, especialmente, brindamos. Porque mientras los titulares de los medios de comunicación llevan y traen agua a sus molinos, incitando, despotricando o pidiendo explicaciones, nosotros estamos en faenas literarias, no alejados de la denominada realidad (¿acaso es posible?), sino más bien reflexionando en aquello que alguna vez he sentido en carne propia: las fronteras, los denominados límites geopolíticos no son sino escaramuzas para ocultar(nos) el sentido de lo propio, la identidad y los reflejos que nos caracteriza en cuanto pueblos hermanados en un solo crisol originario.
Recojo lo expresado esa noche: “la literatura no es sinónimo de límites, por el contrario, los mundos posibles que han brotado de ella han permitido pensar la realidad y sus representaciones conjurando al espectro de la diferencia”.
La literatura solamente recoge la necesidad que siente el ser humano de tratar de buscar diferencias para reconocerse, un sentido del horror cósmico que viene atravesando desde los tiempos inmemoriales los ensayos, los cuentos, los escritos, relatos, novelas, tradiciones orales…
La actividad de la literatura no es sino una revisión de aquello que genera monstruos en las comunidades –sean estos propios o ajenos- y lo que el escritor hace no es sino una complacencia ante la diferencia. La bendita diferencia de los pueblos que en estricto rigor, termina siendo más que diferencias, diversidades.
El ejercicio de la literatura consiste entonces en tratar de disipar los límites de la identidad, para que por fin logremos el reconocimiento, de manera que la literatura transita siempre por el campo de la identidad y los reflejos.

Si bien la literatura actual establece nuevos escenarios, se hace cada vez más necesaria la definición de aquello que entenderemos por identidades: no solo es el espacio regional, sino también la ampliación al tema del género, la representación sexual, el proceso de lo étnico y el sentido de la comunidad.

No obstante, continúa presente el problema de querer definir el tema del límite, en el concepto arcaico de frontera, barrera o diferencia artificialmente establecida.


IDENTIDAD

¿Podemos entonces referirnos con entera exactitud de entidad identificable en el ámbito literario?

Si nos apegamos al concepto tradicional establecido por Stuart Hall, éste señala que identidad cultural es un “devenir” y un “ser”. No es algo preexistente, sino que producto de continuos cambios, mutaciones y transformaciones relacionadas al juego continuo de la historia, la cultura y el poder.

Así entonces, el tema de la identidad es un artificio, un artilugio, un simple intento por tratar de definir y delimitar una determinada identidad, con lo cual el ser humano está inevitablemente obligado a pensar en un simple constructo, reductivo, peligrosamente deformado y clasificatorio.

Con esto caemos en el peligro inminente de generar un discurso a todas luces autoritario, que elimina o deforma la diversidad, implantando entonces en el seno de la creación humana, la literatura en este caso, la molesta reducción. Así, hablamos de “literatura chilena” y la circunscribimos no solamente a un espacio geopolítico predeterminado, sino que le asignamos ciertas peculiaridades que ésta deberá poseer, de lo contrario, se excluye.

En esta suerte de mapa predeterminado, nace la necesidad de crear espacios de pertenencia, todos los cuales imponen límites, fronteras y nace la larva de la exclusión: lo que está ‘contenido’ y lo que está fuera del ‘continente’.

Detrás de este discurso, de esta línea de pensamiento, resulta entonces más que sospechoso definir “tipos de literaturas”, enmarcarlas dentro de identidades preconcebidas, por cuanto las literaturas regionales caen dentro del esquema, dentro de los principios de jerarquía y de exclusión construidos a partir del cual han de responder a un proyecto cultural específico.
Es aquí donde centramos el discurso: existe la necesidad de la revisión de los conceptos y de los constructos, todos los cuales han adquirido otro significado en el tema de la pertenecía, la identidad, el patrimonio y la cultura en el siglo que vivimos.

Las nuevas identidades se delimitan ahora –aunque nos cueste asumirlo- a partir de nuevas miradas, de nuevas sensibilidades, de otro tipo de acercamiento, donde lo regional, lo propio, lo tuyo y lo nuestro se confunden en una sola amalgama y los motivos, los textos y las propuestas se confabulan para, parafraseando lo ya conocido, hacer de este mundo apenas sino un pañuelo.

Aun cuando entendemos que conformar una ‘identidad literaria’ es conflictivo por “naturaleza”, es hora de que nos detengamos a pensar en la necesidad de establecer nuevos pactos, nuevas comunidades, donde los conceptos de límite o frontera desaparezcan, para dejar solamente un escenario en el cual –para bien o para mal- nos reconozcamos al fin como maravillosamente diversos, pero entrañablemente únicos.
*Víctor Bórquez Núñez nació en Antofagasta, Segunda Región, Chile, en 1960. Periodista, Magíster en Educación y Máster en Comunicación, especializado en periodismo y comunicación social. Comparte la docencia con el periodismo, especializándose como comentarista de cine en la prensa, radio y TV de su ciudad. Es académico de la Universidad de Antofagasta; comentarista de cine del diario “El Mercurio de Antofagasta” y columnista de diversas revistas virtuales a nivel nacional. Tiene diez libros publicados, el último de los cuales lleva por título ‘Mujeres Suspendidas’ (cuentos).

 
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