Por
Jorge Etcheverry
En
el mundo actual de nómadas y expatriados, de migraciones y trashumancia,
el exilio no es excepcional. El filigrana complejo y abarcador de
la novela parecería ser el instrumento más adecuado para crear un
patrón que abarcara a todas esas odiseas, al absorberlas, digerirlas
y expresarlas. Pero sin embargo es la poesía y no la novela la que
puede representar todo eso muchas veces fragmentario en la forma mejor
y más rápida. El golpe de estado en Chile en 1973, por las particularidades
históricas e institucionales del país, y el exilio que ocasionó, que
incluyó prácticamente a la intelligentsia del país, fueron dos caras
de un evento que dejó una profunda impronta en América Latina y el
mundo. Las vicisitudes del exilio, de la solidaridad contra la dictadura,
la comparación sempiterna con el mundo originario, siempre erizado
de anécdotas muchas veces dolorosas y trágicas, dieron fruto en los
diversos países y regiones que cobijaron a las comunidades exiladas.
En el caso de las autoras chilenas exiladas, entre ellas Mariela Griffor,
la dimensión del género es un elemento importante y definitorio. Pero
no es la constelación temática de la memoria, la nostalgia, la comparación
del aquí y el allá, el compromiso, el cuerpo y estatus femeninos como
campo de batalla, la relación afectiva, que en este libro es muy presente
y determinante, lo que en definitiva realiza al poema en la lectura,
aunque formen las bases de su producción. Es el modo de articular
y presentar estos temas lo que producirá la empatía, la mímesis, en
cada caso particular. En este poemario, y en parte para llegar a digerirlos,
se intentan diversas maneras de indagar, reflexionar, definir, comprender
y presentar la experiencia del golpe y el exilio, y cuyo rescate,
preservación y exorcismo constituyen esta resolana, este fulgor ambiguo
que no extingue. Así, se va desde el largo poema conversacional y
enumerativo, hasta una concisión extrema. En Capitán (p. 18) vemos
un poema largo y polifónico, y en cambio en Cómo empezó el caos (p.27)
vemos cuatro versos y una sola imagen:
Una mariposa volando
a través de Santiago
en un día de lluvia
en el mes de Septiembre
Quizás por la recuperación de la literatura y la poesía,
para usar el lenguaje guerrillero, o su devolución, a los grupos a
que expresan y que las producen, legitima los discursos literarios,
y luego de la primera valoración por su pertenencia al grupo originador,
los textos tienen más necesidad aún de valorarse por sus “cualidades
internas”, como hubiera dicho Pound. Porque solo así se realizan en
su lectura. En algunos de los poemas entre los 29 de este libro, la
autora logra establecer una constelación de los diversos elementos
de contenido en torno a un hilo conductor del poema, que se entrega
de manera directa y por así decir llana. Por ejemplo, en el poema
Capitán (p.28), es la ilación experiencial de la hablante la que enlaza
los diversos motivos y alternativas que se enlazan en su experiencia
del exilio, que se despliega en un diálogo cuyo interlocutor es Neruda,
al que se intimiza como confidente: ¿Qué me dirías Neruda/si te contara
todos mis secretos? Así se inicia este poema. En general, las alternativas
del proceso vital desencadenado por la experiencia del exilio llevan
hacia una equivalencia de la experiencia vital y la expresión emotiva
de la poeta (o su voz) con la colectividad y sus avatares. Esto queda
de manifiesto en el análisis somero y quizás impresionista de algunos
poemas de la autora incluidos en este libro.
Si tomamos por ejemplo Amor en tiempos de guerra, veremos cómo el
proceso político de la revolución frustrada se personaliza y se intimiza
en un nosotros:
Nos ha quedado una alegría pendiente
se quedó entre montes y valles
de este pueblo combatiente
No ceses el fuego ahora
no ceses de luchar
que aún tenemos muchos años
para los anhelos candentes
Así, la única resolución del conflicto o la faena
histórica que—o fue—la revolución sólo llega a dar fruto, o incluso
se plantea, dentro de la relación amorosa, que comporta como elemento
importante al compañerismo. La culminación afectiva y emotiva equivale
a, o internaliza, el proceso social revolucionario, que se revela
a la postre triunfante, ya que la derrota histórica de la revolución
es transitoria y se vincula a la esperanza y el deseo, todavía vivos.
La segunda estrofa, aterrizada en el presente y por así decir más
alejada o distanciada del proceso, es a la vez más objetiva:
Dice la voz interna:
Lo mismo cada día
yo no hago caso, sobrevivo
día a día,
no me preocupo más de los sueños
de tenerte siempre cerca
de saberte siempre mío
hasta que es tarde
y la mano fría de la muerte te recoge
Y la tercera estrofa hace extensiva a todos esta contradicción,
o a lo mejor integración, o que se resuelve en integración, entre
el pasado y el presente, la memoria y la esperanza. Esta situación
es personal, a la postre individual, pero se realiza plenamente solo
a nivel de la colectividad, es decir esa dimensión universal ínsita
en la poesía y que de alguna manera también abarca al lector, aquí
indirectamente apelado, quien por el acto de lectura pasa a formar
parte de esa colectividad (universal), ya que efectúa un “compromiso”
por el acto de lectura
Ahora le digo a todos
aquellos de alegrías pendientes:
no dejes que voces extrañas
te confundan de lo que sabes
“no dejes para mañana
lo que bien puedes hacer hoy”…
Así,
la autora se va construyendo como auténtica poeta, testigo y portavoz
del exilio y los compromisos y avatares que implica.
Una dimensión crucial e inevitable de la poesía exilada es el desarraigo
y por ende la anfibología del sujeto poético. Sus viscisitudes son
más intensas en el exilio que en la inmigración, por el carácter impuesto
del primero, que agudiza el desgarro o dislocación que acarrea el
desarraigo. La dimensión existencial del trasplante, la fluidez identitaria
que lo acompaña, su lucha por mantener el núcleo de la identidad originaria,
son elementos ya paradigmáticos, pero que configurados y reformulados
por la poeta en este libro adquieren particular eficacia. Por ejemplo
tenemos el poema Camaleón, donde ya desde el título se predetermina
de algún modo la lectura del poema, ya que el camaleón cambia solo
su apariencia, según su acepción popular, “cambia de colores según
la ocasión”, como dice la letra de una conocida pieza bailable. Porque
las circunstancias de la escritura—el aquí y el ahora—en que se vive,
no logran suplantar ni comprometer el meollo originario—un compuesto
ideológico, cultural, afectivo, lingüístico y geográfico que permanece
pese a la adaptación exterior o aparente de la emisora poética: “anoche
soñé que me americanizaba/y me llenaba de sílabas que no podía pronunciar/y
que no podía traducir…y que compraba el NY Times/en vez de leer La
Tercera Online…y me vi que corría al Café Caribou/para mi café sin
cafeína…¡Oh my Goshhhhh!”. Y la emisora poética se pregunta “¿Cómo
voy vivir sin/mis sabores a mar” y se universaliza “y pueda ser yo
misma/con mi gusto por sílabas…/nasales, pensando solo en los fermentos/de
la escondida lengua humana?”. El idioma de origen nacional se vuelve
idioma original, edénico, primordial….
Iván Carrasco M. define así a la literatura del exilio: Aparecida
durante el período de la dictadura y la pos dictadura militar, obligada
a dialogar con otras lenguas y culturas, caracterizada por la violencia
descrita o implícita, la codificación plural de los textos, en español
de Chile y lenguas europeas modernas, sobre todo el inglés, la aculturación,
el desarraigo, etc.” (La literatura intercultural y sus expresiones
en Chile, Universidad Austral de Chile, 2005), lo que aquí queda patentizado,
ya que la inserción exilada cultural, cotidiana y lingüística en el
idioma que se habla es obligada, pero puede ser superficial. No hay
un compromiso profundo, es más bien un asunto de supervivencia. El
autor cita a M. Teresa Cárdenas, según quien el exilio “ se transforma
en un método de sobrevivencia física, económica y mental”. El poema
Conclusión (p. 28) ofrece una manifestación de la necesidad de sesta
supervivencia: “La vida comienza cuando uno se dedica/a sacar afuera
lo muerto,/es como la renovación de células”, ya que “lo que vale
aún lo llevamos por dentro,/lo que se quedó incrustado/en la tela
de araña de los sueños”, pero esa supervivencia, otra vez, necesita
de lo colectivo, ya que “falta la fuerza de todos unidos/y los rayitos
de sol en la madrugada”. La condición del exilio, sin embargo, pese
a su núcleo originario, a esa tozudez de permanecer, al ser concreta
y desarrollarse en un medio en el que a la postre hay que vivir y
con el que hay que negociar, está siempre amenazada de disolución
y fragilidad, “No me gusta la sensación del miedo/a perder lo que
es mío, lo adquirido con sacrificio y saña”. Con sacrificio, porque
la situación originaria del exilio, el Nacimiento del caos, que se
mencionaba más arriba, es impuesto, no elegido, “me he quedado atada
al pasado/inmovilizada ante el dolor y la impotencia” (Cristal quebrado,
p.30) en ese camino uno puede perderse. Porque el exilio nace originalmente
de la asunción de un sueño. Y en definitiva siempre se implica el
desarraigo y la trashumancia que impulsa a recorrer “horizontes perpetuos”
(Cristal quebrado). A la postre, el exilado es siempre “…un extranjero/que
sólo transita”.
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