En torno a Resolana, de Mariela Griffor, El taller del poeta, Madrid, España, 2013


Por Jorge Etcheverry

 

En el mundo actual de nómadas y expatriados, de migraciones y trashumancia, el exilio no es excepcional. El filigrana complejo y abarcador de la novela parecería ser el instrumento más adecuado para crear un patrón que abarcara a todas esas odiseas, al absorberlas, digerirlas y expresarlas. Pero sin embargo es la poesía y no la novela la que puede representar todo eso muchas veces fragmentario en la forma mejor y más rápida. El golpe de estado en Chile en 1973, por las particularidades históricas e institucionales del país, y el exilio que ocasionó, que incluyó prácticamente a la intelligentsia del país, fueron dos caras de un evento que dejó una profunda impronta en América Latina y el mundo. Las vicisitudes del exilio, de la solidaridad contra la dictadura, la comparación sempiterna con el mundo originario, siempre erizado de anécdotas muchas veces dolorosas y trágicas, dieron fruto en los diversos países y regiones que cobijaron a las comunidades exiladas. En el caso de las autoras chilenas exiladas, entre ellas Mariela Griffor, la dimensión del género es un elemento importante y definitorio. Pero no es la constelación temática de la memoria, la nostalgia, la comparación del aquí y el allá, el compromiso, el cuerpo y estatus femeninos como campo de batalla, la relación afectiva, que en este libro es muy presente y determinante, lo que en definitiva realiza al poema en la lectura, aunque formen las bases de su producción. Es el modo de articular y presentar estos temas lo que producirá la empatía, la mímesis, en cada caso particular. En este poemario, y en parte para llegar a digerirlos, se intentan diversas maneras de indagar, reflexionar, definir, comprender y presentar la experiencia del golpe y el exilio, y cuyo rescate, preservación y exorcismo constituyen esta resolana, este fulgor ambiguo que no extingue. Así, se va desde el largo poema conversacional y enumerativo, hasta una concisión extrema. En Capitán (p. 18) vemos un poema largo y polifónico, y en cambio en Cómo empezó el caos (p.27) vemos cuatro versos y una sola imagen:
Una mariposa volando
a través de Santiago
en un día de lluvia
en el mes de Septiembre

Quizás por la recuperación de la literatura y la poesía, para usar el lenguaje guerrillero, o su devolución, a los grupos a que expresan y que las producen, legitima los discursos literarios, y luego de la primera valoración por su pertenencia al grupo originador, los textos tienen más necesidad aún de valorarse por sus “cualidades internas”, como hubiera dicho Pound. Porque solo así se realizan en su lectura. En algunos de los poemas entre los 29 de este libro, la autora logra establecer una constelación de los diversos elementos de contenido en torno a un hilo conductor del poema, que se entrega de manera directa y por así decir llana. Por ejemplo, en el poema Capitán (p.28), es la ilación experiencial de la hablante la que enlaza los diversos motivos y alternativas que se enlazan en su experiencia del exilio, que se despliega en un diálogo cuyo interlocutor es Neruda, al que se intimiza como confidente: ¿Qué me dirías Neruda/si te contara todos mis secretos? Así se inicia este poema. En general, las alternativas del proceso vital desencadenado por la experiencia del exilio llevan hacia una equivalencia de la experiencia vital y la expresión emotiva de la poeta (o su voz) con la colectividad y sus avatares. Esto queda de manifiesto en el análisis somero y quizás impresionista de algunos poemas de la autora incluidos en este libro.
Si tomamos por ejemplo Amor en tiempos de guerra, veremos cómo el proceso político de la revolución frustrada se personaliza y se intimiza en un nosotros:
Nos ha quedado una alegría pendiente
se quedó entre montes y valles
de este pueblo combatiente
No ceses el fuego ahora
no ceses de luchar
que aún tenemos muchos años
para los anhelos candentes

Así, la única resolución del conflicto o la faena histórica que—o fue—la revolución sólo llega a dar fruto, o incluso se plantea, dentro de la relación amorosa, que comporta como elemento importante al compañerismo. La culminación afectiva y emotiva equivale a, o internaliza, el proceso social revolucionario, que se revela a la postre triunfante, ya que la derrota histórica de la revolución es transitoria y se vincula a la esperanza y el deseo, todavía vivos.
La segunda estrofa, aterrizada en el presente y por así decir más alejada o distanciada del proceso, es a la vez más objetiva:
Dice la voz interna:
Lo mismo cada día
yo no hago caso, sobrevivo
día a día,
no me preocupo más de los sueños
de tenerte siempre cerca
de saberte siempre mío
hasta que es tarde
y la mano fría de la muerte te recoge

Y la tercera estrofa hace extensiva a todos esta contradicción, o a lo mejor integración, o que se resuelve en integración, entre el pasado y el presente, la memoria y la esperanza. Esta situación es personal, a la postre individual, pero se realiza plenamente solo a nivel de la colectividad, es decir esa dimensión universal ínsita en la poesía y que de alguna manera también abarca al lector, aquí indirectamente apelado, quien por el acto de lectura pasa a formar parte de esa colectividad (universal), ya que efectúa un “compromiso” por el acto de lectura

Ahora le digo a todos
aquellos de alegrías pendientes:
no dejes que voces extrañas
te confundan de lo que sabes
“no dejes para mañana
lo que bien puedes hacer hoy”…

Así, la autora se va construyendo como auténtica poeta, testigo y portavoz del exilio y los compromisos y avatares que implica.
Una dimensión crucial e inevitable de la poesía exilada es el desarraigo y por ende la anfibología del sujeto poético. Sus viscisitudes son más intensas en el exilio que en la inmigración, por el carácter impuesto del primero, que agudiza el desgarro o dislocación que acarrea el desarraigo. La dimensión existencial del trasplante, la fluidez identitaria que lo acompaña, su lucha por mantener el núcleo de la identidad originaria, son elementos ya paradigmáticos, pero que configurados y reformulados por la poeta en este libro adquieren particular eficacia. Por ejemplo tenemos el poema Camaleón, donde ya desde el título se predetermina de algún modo la lectura del poema, ya que el camaleón cambia solo su apariencia, según su acepción popular, “cambia de colores según la ocasión”, como dice la letra de una conocida pieza bailable. Porque las circunstancias de la escritura—el aquí y el ahora—en que se vive, no logran suplantar ni comprometer el meollo originario—un compuesto ideológico, cultural, afectivo, lingüístico y geográfico que permanece pese a la adaptación exterior o aparente de la emisora poética: “anoche soñé que me americanizaba/y me llenaba de sílabas que no podía pronunciar/y que no podía traducir…y que compraba el NY Times/en vez de leer La Tercera Online…y me vi que corría al Café Caribou/para mi café sin cafeína…¡Oh my Goshhhhh!”. Y la emisora poética se pregunta “¿Cómo voy vivir sin/mis sabores a mar” y se universaliza “y pueda ser yo misma/con mi gusto por sílabas…/nasales, pensando solo en los fermentos/de la escondida lengua humana?”. El idioma de origen nacional se vuelve idioma original, edénico, primordial….
Iván Carrasco M. define así a la literatura del exilio: Aparecida durante el período de la dictadura y la pos dictadura militar, obligada a dialogar con otras lenguas y culturas, caracterizada por la violencia descrita o implícita, la codificación plural de los textos, en español de Chile y lenguas europeas modernas, sobre todo el inglés, la aculturación, el desarraigo, etc.” (La literatura intercultural y sus expresiones en Chile, Universidad Austral de Chile, 2005), lo que aquí queda patentizado, ya que la inserción exilada cultural, cotidiana y lingüística en el idioma que se habla es obligada, pero puede ser superficial. No hay un compromiso profundo, es más bien un asunto de supervivencia. El autor cita a M. Teresa Cárdenas, según quien el exilio “ se transforma en un método de sobrevivencia física, económica y mental”. El poema Conclusión (p. 28) ofrece una manifestación de la necesidad de sesta supervivencia: “La vida comienza cuando uno se dedica/a sacar afuera lo muerto,/es como la renovación de células”, ya que “lo que vale aún lo llevamos por dentro,/lo que se quedó incrustado/en la tela de araña de los sueños”, pero esa supervivencia, otra vez, necesita de lo colectivo, ya que “falta la fuerza de todos unidos/y los rayitos de sol en la madrugada”. La condición del exilio, sin embargo, pese a su núcleo originario, a esa tozudez de permanecer, al ser concreta y desarrollarse en un medio en el que a la postre hay que vivir y con el que hay que negociar, está siempre amenazada de disolución y fragilidad, “No me gusta la sensación del miedo/a perder lo que es mío, lo adquirido con sacrificio y saña”. Con sacrificio, porque la situación originaria del exilio, el Nacimiento del caos, que se mencionaba más arriba, es impuesto, no elegido, “me he quedado atada al pasado/inmovilizada ante el dolor y la impotencia” (Cristal quebrado, p.30) en ese camino uno puede perderse. Porque el exilio nace originalmente de la asunción de un sueño. Y en definitiva siempre se implica el desarraigo y la trashumancia que impulsa a recorrer “horizontes perpetuos” (Cristal quebrado). A la postre, el exilado es siempre “…un extranjero/que sólo transita”.

 
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