El proceso de escribir, el oficio y la vocación del escritor


por Juan Mihovilovich

 

SOBRE EL PROCESO DE ESCRIBIR. Dudo de que existan fórmulas sacramentales para explicar genéricamente el proceso de escribir.Se han vertido tantas opiniones como autores existen, luego, lo que cabe, en mi concepto, no es diseñar un proceso totalizador, una “receta” mágica que establezca principios o de cuenta de secretismos transmisibles a terceros.Apenas sí, “contar” cómo se estructura mi propio y personal proceso escritural.No soy un escritor constante, permanente, en el sentido formal del término.No hago del oficio un trabajo oficinesco con horarios prestablecidos.Desde que tengo uso de razón,recuerdo haber “observado” el mundo personal y el adyacente con una suerte de porfiada obstinación, con esa insistencia que bordea los límites de la racionalidad y que pretende descubrir en cada hecho una interpretación que otorgue sentido a la existencia, o que pretenda dárselo.Y claro, un hecho como tal no es otra cosa que eso: un hecho, y lo primero que debiera aceptarse es que él mismo no admite interpretación, sino simple acatamiento.No hay forma de modificarlo.Un individuo que se arroja de un décimo piso y termina en el suelo es un hecho objetivo.Sin embargo, he ahí el milagro de la literatura (como pudiera atribuirse también una explicaciónpsicológica o psiquiátrica del fenómeno suicida) la interpretación y recreación de un hecho objetivo hace la diferencia.Es más, la secuencia de un hecho produce en la imaginación otra secuela de acontecimientos, previos o concomitantes al hecho mismo y eso establece una ligera (o profunda) diferencia con el fenómeno empírico.Ese simple o intrincado acontecimiento, como cualquier otro que deje una huella en mi inconsciente, se aloja en mi siquismo individual y, tarde o temprano, termina por aparecer, sea producto de la casualidad o de la causalidad, de un gesto, de una frase dicha al pasar, deun cruce de miradas, de un reflejo no condicionado, de una reacción emotiva, de un deseo, etc.Luego, lo que constituye mi proceso escritural no obedece a causas preestablecidas claramente y si tuviera que definirlo de un modo pomposo o grandilocuente, diría que escribo siempre, que estoy atento o desatento, si cabe el término, a lo que ocurre conmigo y mi entorno, aunque materialmente no lo traduzca en forma inmediata en el papel.Y claro, en esta suerte de fenomenología personal todo cabe del momento en que los hechos, sus principios y causas, se alojan en una parte de mi cerebro “memorioso” hasta que es expulsado por una necesidad imperiosa.A eso le llamo, en mi estricto caso personal, proceso creativo, individual, excluyente sin ser exclusivo, o quizás siéndolo, del momento en que se transforma en una especie de tesis íntima y personal.

Luego, EL OFICIO DE ESCRIBIR deviene en causa natural.El oficio ya existe, está, de momento que la observación y la atención hace su trabajo.Ahora bien, hay una parte de ese oficio que tiene una construcción natural, que obedece a un factor que enriquece la fluidez del lenguaje en la medida que se nutre de ella y que no es otro que la lectura.Se escribe también cuando se lee y es en esa simbiosis fraguada desde temprana edad en que el oficio de escribir se pule día a día.No hay mejor enriquecimiento para el lenguaje, para el ritmo, para la decantación interior, que una lectura constante.En mi caso personal he hecho de las novelas mi fuente de apoyo, el sitio donde me alimento de las experiencias y vivencias de otros, de quienes me antecedieron, de quienes son afines, de mis contemporáneos, y desde donde se extrae parte significativa de mi propia voluntad para mejorar mi oficio.Es evidente que no es la única nutriente, porque el ejercicio mismo de escribir deviene en desarrollar luego lo que el sentimiento, los deseos y la razón hacen confluir en un texto.Y como ese es un proceso en espiral, termina su decantación cuando el relato, la novela, el texto, se atora en la garganta y la única vía posible es su manifestación externa.Pueden pasar años, como de hecho me ocurre, en que una idea, una obsesión particular, situaciones que se triangulan o traslapan, personajes que persiguen, están girando en mi interior hasta llegado el momento de su eclosión.Cuando ello acontece no hay obstáculo alguno que impida el trabajo material, la escritura misma, su nacimiento palpable, su desarrollo y desenlace.Y en esa materialización, conforme la dimensión de la exigencia, de acuerdo a su apremiante necesidad, el tiempo a emplear en su concreción está en directa relación con esa creación interna matizada por años.De hecho, novelas como Desencierro,El contagio de la locura, Sus desnudos pies sobre la nieve, tuvieron largos períodos de incubación recóndita, soterrada, permanente.Y tal es así que luego vieron la luz en períodos de trabajo efectivo relativamente cortos.El contagio de la locura, por ejemplo, que me llevo9 años diseñar en mi corazón y en mi mente, se concretó apenas en dos semanas en que trabajé sin pausas ni horario.No siempre son esas las coordenadas. Ocasionalmente me asalta una idea más sintética y escribo un cuento en un par de horas, sólo que me parece que su lógica interna ya estaba predestinada sin yo saberlo.

POR ELLO LA VOCACION DEL ESCRITOR, me lleva a situarla en el comienzo de mi existencia.No existe para mi otra opción: se escribe, porque lisa y llanamente no hay alternativa.Es la única forma de descubrir el mundo interior y de intentar reproducir la vida ajena en esa imperiosa necesidad de re-crear todo lo existente, ya sea el reino vegetal, animal o humano con la secreta, oculta aspiración de acceder a lo divino.Y en ese trayecto vocacional, que se arrastra desde la infancia y adolescencia, resulta inevitable pasar por las etapas consustanciales al desarrollo de la persona humana, de la propia y de las ajenas.Pero, por sobre todo, inmiscuirse en las pasiones, en los desequilibrios, en la sin razón aparente de lo autodestructivo, de las obsesiones y neurosis que nos afectan a todos por igual.Desde que tomé las primeras revistas siendo muy niño (seis o siete años) y desde que leyera mi primer libro novelado (Genoveva de Brabante) e incursionara en la fantasía, el mundo de los encierros y la danza de la espiritualidad, con todas las miserias previas que nos hacen ser hombres y mujeres de este mundo, “sentí” que mi único trabajo y vocación posible en el plano de las formas era y es la literatura.Esa es mi vocación primera y última.No es que haya nacido escritor. Nací siendo un ser humano, simplemente.A ello hay que sumar y restar las vivencias personales y colectivas, los mundos escindidos y revueltos, el tormento de las penurias y las alegrías esporádicas de la grandeza del individuo, cualquiera éste sea.Su resultado es un escritor, deformado, incompleto, desnudo a veces, disfrazado en ocasiones, enfrentando esa vida inconmensurable que se arrastra en su interioridad y que rasguña lo trascendente, que insinúa la esperanza de una realidad nueva, así se trate del relato más delirante que pueda escribir.Porque, hasta en ello la realidad existe.Y por ello el escritor resiste y avanza, se entristece y alegra circunstancialmente…y escribe, sencillamente escribe, porque es su única alternativa, mi alternativa, y eso me basta…y como ya lo dijo el gran poeta Enrique Lihn, porque escribí y escribo, estoy vivo…


 
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