Silencio para hacerse oír (A propósito de un ensayo de Massone acerca de Salvatore Quasimodo)

 

 

Por Miguel Angel Godoy


El género ensayo, en palabras de José Ortega y Gasset, permite “posibles maneras de mirar las cosas”. Del mismo modo se le ha denominado literatura de ideas por su empeño de esclarecer doctrinas, pensamientos o teorías que permitan enjuiciar, analizar o propiciar un acercamiento crítico a la realidad.
Pero es, también, pasión esclarecedora, afán de acoger y de comunicar verdades esenciales. Más aún cuando esa faena es experiencia vinculante cumplida por un poeta que hace suya la misión de poner en evidencia la palabra interiorizada—impostergable en nuestro tiempo—de creadores cuya memoria tiende a difuminarse debido a la ya proverbial fatiga lectora y a una inexplicable renuencia a vivir cuanto sacuda el espesor de lo inmediato.
Mérito de interioridad tiene el ensayo de Juan Antonio Massone, “Salvatore Quasimodo, palabra en el relámpago de la historia”. Escrito en lenguaje favorable a la tarea confirmadora del milagro de ser hombre, exhuma la obra fina e intimista de uno de los más importantes poetas italianos contemporáneos, Premio Nobel de Literatura, en 1959, autor de Aguas y Tierras (1920-29); Oboe sumergido (1930-32); Erato y Apolo (1932-36); Nuevas poesías (1936-40); Día tras día (1947); La vida no es sueño (1946-48); El falso y verdadero verde (1949-1955); La tierra incomparable (1955-58); Dar y tener (1959-1965).
Poesía la de este autor, según Massone, que es “promesa, asombro, corazón que tiembla”, cuando valora uno de los textos con el cual el poeta “alcanzó la felicidad de un poema que es todo un emblema de sabiduría, de intuición cogida al vuelo, y que, en su brevedad, confirma la iluminación portentosa de la soledad en medio del mundo, para luego cerrar los párpados de aquella dádiva como quien se recoge, fulminado de luz, en bruscas sombras inexorables”.

“Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol
y enseguida anochece”.

En el desarrollo de las reflexiones estéticas de Massone surge la necesidad de hacer silencio para escuchar la palabra esencial de una poesía que, nacida desde la vigilia interior, no requiere de alborotos palabreros, de ínfulas chocarreras, ni de aspavientos efectistas para transformar su soledad en compañía personal y multitudinaria. Trátase del “otro vivir”—al que se refirió Massone en otro escrito--- que “es bien morir de la palabra que mitiga insuficiencias mientras amanece la eternidad”.
Al hacerse cargo de la breve composición del poeta italiano, Massone encara de un modo directo el texto, pero sin amputarle su riqueza semántica y tonal que abraza la realidad humana de siempre, en la gracia de tres versos.

“Cada quien, según el poeta, ocupa el centro del mundo. Centro o eje en torno del cual toda fracción de tiempo y cada afán develador se disponen como anillos siderales o aura tornasol que imanta un nombre, una pertenencia y una soledad. Esta última representa un repliegue y hospedaje en toda porción biográfica. La tierra es soporte de la soledad, pero dicha compañía no mengua la intensidad de estar consigo, acaso de bruces en el sí propio, animado de un rayo de sol que, presumiblemente, ilumina y otorga calor, a la vez. Y ese rayo deviene fugaz, hendiendo las capas solitarias, para dejar el recuerdo de un mundo por habitar: consciencia despierta que, reconociendo la agudeza de su arrimo auspicioso, no le es dable prolongar los beneplácitos del ver. ¿Imagen de la vida en su condición de palmaria fragilidad? “
Los diversos libros del poeta italiano son examinados de una forma meditativa, propia del ensayo, además de hacerlo como un soliloquio en el que se desdobla la voz interna. Se trata, en este caso, de escuchar la voz de las palabras, la continuidad de ellas cuando se abren y cierran su riqueza en los ojos del lector.

Respetuoso de los aportes de otras perspectivas analíticas, pero enfático al exigir su despliegue “con alguien dentro”, Juan Antonio Massone incursiona en la poesía de Quasimodo (1901-1968) a base de un lenguaje rico en percataciones, sabor de alma, como diría Gabriela Mistral, y ferviente vocación humanista, todo lo cual permite acercar la obra de un poeta cuya tesitura y realización estética superiores se confirman en la maduración expresiva de las experiencias de ser.


 
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