PASIÓN DE VIOLETA PARRA


Por Waldemar Verdugo Fuentes

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(Fragmento de “El sentido de la vida”)

En Chile el panteón de suicidas está presidido por dos presidentes: José Manuel Balmaceda y Salvador Allende, por intelectuales ilustres como Luis Emilio Recabarren, por escritores como Joaquín Edwards Bello, Pablo De Rokha, Teresa Wilms Montt, Alfonso Alcalde, Rodrigo Lira, Magdalena Vial y Adolfo Couve, y por una artista excepcional como fue Violeta Parra, que se mató porque le dolía la vida, a quien cantó agradecida; no necesitaba más y tuvo que matarse porque llegó a un momento en que su exquisita sensibilidad fue tal que cualquier roce trizaba su espíritu, donde remendaba un tejido a punto de quebrarse y doloroso a la menor presión. Así, un día la mujer que confiaba en sus fuerzas, perdió el impulso vital, la mujer que era toda fortaleza comenzó a resquebrajarse esa tarde cansada, la mujer a quien todo le salía bien encontró todo malo. Viola chilensis, mujer-bote, mujer-casa, mujer-lana, mujer-luna, mujer-nacimiento, mujer-muerte cuando su alma proyectada al exterior decidió recogerse en sí misma: cuando la luz que se dirigía hacia fuera, alumbró al interior, y su propia luz que era tal la cegó un instante cuando se inspeccionó; se examinó, y se vio cansada para salvar la dificultad de una nueva subida que no quería. Al final había subido tan alto, que se encontró consigo misma y nadie más, ahí aislada, sola cuando la conciencia de sí le originó el vértigo de altura que le dio fuerzas, el escalofrío del pánico que le produjo la desolación y que indujo a Violeta a enfrentarse con Violeta.

Pasión de Violeta Parra.

Un día domingo a la hora del crepúsculo de la tarde, la autora de “Gracias a la vida” se disparó un balazo en la sien. Murió al instante. Móviles: desconocidos. Violeta tenía 49 años, estaba sola y comenzaba el otoño.

"El día que yo no tenga un amor a quien dedicarle mis canciones, arrumbaré mi guitarra en un rincón y me dejaré morir. A quien me encuentre vieja para las expansiones sentimentales, yo le discuto que el amor no tiene edad", declaró Violeta Parra en Santiago, de vuelta de París donde vivió un romance desdichado. Recuerdo muy bien a Violeta chilensis. Para los jóvenes de entonces era un jolgorio cada una de sus actuaciones en el Parque Forestal, al aire libre, dueña de esa dosis de majestad propia de la mujer campesina. Antes de interpretar un tema, solía explicar con detalle cuándo, cómo y en qué sitio obtuvo la inspiración que le permitió crear la canción que iba a entonar. Y su voz nos atrapaba, a los hombres y mujeres, a los pájaros y al viento que la hacía rebotar en las paredes frías de los inviernos en Santiago, y éramos todos uno solo al cobijo de su música eterna. Ella era de lo más accesible, siempre atendía con la mayor generosidad a quien se le acercaba, como los sabios oía todo y hablaba lo justo. Una vez la abracé, en la Feria Artesanal que entonces se hacía en el Forestal. Cuando caminando distraído con mis compañeros del liceo Manuel Barros Borgoño, la vimos sola moviendo estantería y desenvolviendo sus telas para adecuarlas en un stand. Nos apresuramos de inmediato todos a ayudarla. Siguiendo sus instrucciones. Con una escoba de ramas barrimos las hojas del suelo y cuando llegaron sus gentes ya Violeta estaba instalada. Nos dio un abrazo a cada uno, yo le respondí con un beso, y nunca más en la vida dejaron de acompañarme sus canciones en los caminos. Varias veces preguntaron: "¿por qué la música chilena es tan triste?". Y nunca encontré justificación porque simplemente no la tiene, la naturaleza de uno es así nomás. Entonces, la emoción de ver cantar a Violeta no se puede explicar porque es perfectamente inexplicable lo sin vuelta que darle, lo que traemos predestinado en los huesos.

(Permítame el lector chileno ahondar algo en este tema con un ejemplo propio, para que no se diga que uno escribe por escribir. Mi encuentro con Violeta Parra fue hace más de 30 años, tal cual he narrado. Entonces también todos bailábamos con las canciones de Cecilia y la Nueva Ola. Esa era nuestra música. Luego en la Universidad se amaba u odiaba a Gloria Simonetti, yo era de los primeros. La última vez que fui al Teatro Municipal fue para escucharla cantar, y me llevé también sus voces en los caminos. Ahora que he vuelto a mis raíces, como suele suceder, vivo tanto como afuera la incógnita de vivir. Hace unos días, saliendo de unas oficinas de El Mercurio, donde suelo colaborar, vi a una dama que entraba cargando unos cuadros enmarcados y de inmediato la ayudé. Ella, tal cual si hubiésemos concertado vernos, encantadora, me dio su carga, un abrazo y un beso en el rostro que respondí fascinado al reconocerla, era Gloria Simonetti. Al instante llegó la persona que debía recibirla con quien seguramente habían concertado una entrevista por teléfono, y con quien fui felizmente confundido. Ayer, entré a una farmacia de Bellavista y ocurrió lo siguiente: al entrar con mi pie derecho, como suelo hacer dondequiera que sea, veo aparecer a alguien sumamente cercano justo frente a mí: era la cantante Cecilia (Pantoja Levi), tal cual yo la veía en las carátulas de mis discos de entonces, sin edad, inalcanzable en la televisión, tal cual esas imágenes que archiva nuestra memoria histórica. No me pude resistir y la abracé y la besé y ella se dejó hacer sin haberme visto en su vida. Me preguntó cuál era mi oficio, y le dije que era escritor. Entonces, os lo juro, Cecilia tomó mis manos y las besó. Luego hubo un fugaz instante secreto de comunión ojo a ojo y me envolvió una cierta alegría. Estos signos soterrados y ocultos ¿no son como para pensar que en verdad hay cosas que suceden y no podemos explicar?)
La muerte temprana de Violeta Parra fue un dolor en mi adolescencia y para Chile quedará siempre sin respuesta. Al final de su vida, Violeta había luego instalado su propia carpa, un enorme recinto en La Reina donde actuaba regularmente y que, al fin, se le hizo quizás demasiado inhóspito; quizás recordó otros veranos más jóvenes y menos solitarios. Porque el amor es un asunto de dos y estaba sola. Fue valiente: las mujeres que utilizan armas de fuego para suicidarse son una excepción. No dejó carta. Quiso morir entera, solo con la convicción de que ya no quería cantar, de que no deseaba más bordar su maravillosa tapicería ni modelar sus cacharros de greda. La noticia de su muerte conmocionó a nuestro país, donde, entonces, la tasa de suicidios era la más baja de Latinoamérica, y muy por bajo de las estadísticas al respecto en otras partes del mundo.

El año que murió Violeta (1967) la tasa de muerte premeditada en Chile fue de un 7% por cada 100.000 habitantes. En Hungría, por ejemplo, ese mismo año se suicidó un 26,8% en la misma cantidad de habitantes; le seguían Austria (21,7%), Finlandia (19,2%), Alemania Occidental entonces (18,5%), Dinamarca (19,1%), Suecia (18,5%), Suiza (16,8%), Japón (16,1%), Francia (15,5%), USA (10,8%)... ese año 1967 la Organización Mundial de la Salud hizo un serio llamado por el grave panorama que asolaba al mundo al respecto: el informe decía que de cada tres personas que fallecían en el planeta, una correspondía a suicidio. Eran los funestos aires que soplaban antes de las masacres oficiales que comenzaron a ennegrecer la atmósfera a partir de los sucesos mundiales de 1968, y que respecto a Chile desembocarían en 1973. Era esa época cuando Violeta se devolvió a la distancia una época convulsa; en la actualidad, sin embargo, el suicidio ha disminuido. Entonces era una plaga y Albert Camus llega a declarar: "El suicidio en nuestra época es el único problema filosófico realmente serio".

Violeta Parra nació al sur de Chile. Su padre fue profesor primario y cantor popular, al igual que su madre, de quienes la folclorista tomó su amor inmenso a la música de nuestro país. Pero no se inició su expresión de manera simple, de hecho su padre no quería para ella ese camino. Solía contar Violeta:
"Nací en Malloa, un pueblecito situado por Chillán hacia el interior de la cordillera. Malloa era un pueblo perdido en el campo a las faldas de las tierras altas; era un pueblo incomunicado con el resto de Chile; un solo camino real lo unía con Chillán y había media hora a caballo, yendo al galope tendido, y más de dos horas si se iba al paso. Mi padre no quería que los hijos cantáramos, y, cuando salía escondía la guitarra bajo llave. Yo descubrí la llave en el cajón de la máquina de coser de mi madre, donde la guardaba, y se la robé. Tenía siete años. Me había fijado cómo él hacía las posturas y aunque la guitarra era demasiado grande para mi y tenía que apoyarla en el suelo, comencé a cantar despacito las canciones que escuchaba a los grandes". Desde entonces vivió y construyó su mundo enredado en las cuerdas de una guitarra. Se formó musicalmente sola, naturalmente, igual como los ruiseñores. Nunca se preocupó del contrapunto, notación o desarrollo temático, porque nació sabiendo: simplemente de su corazón brotó la armonía como erupción volcánica. Estaba "llena de pájaros cantores", como dice su hermano Nicanor: "Chillaneja locera y costurera, bailarina de agua transparente, árbol lleno de pájaros cantores. Violeta Parra, has recorrido toda la comarca, desenterrando cántaros de greda, y liberando pájaros cautivos entre las ramas..."
Su primera canción la hizo a los nueve años, para su muñeca de trapo, y ya nunca dejó de escribir versos y componer música. En su autobiografía en décimas dice:

"Los años allá en el sur
Primera infancia me fueron
malhaya los desespero
que pasé con Marilú
rayaba mi canesú
diez veces me tir’al suelo
me rompe libro y cuaderno
por todo busca pelea
y luego me zamarrea
cual pollo en corral ajeno"

En su trabajo, desde temprano Violeta trasciende lo personal para exponer su posición de defensa a los más marginados, denunciando falacias sociales que ejercieron poderosa influencia en su ánimo. En su autobiografía narra:

"Por ese tiempo el destino
se descargó sobre Chile
cayeron miles de miles
por causa de un hombre indino
explica el zorro ladino
que busca la economía
y siembra la cesantía
según él lo considera
manchando nuestra bandera
con sangre y alevosía.
Fue tanta la dictadura
que practicó este malvado
que sufrió el profesorado
la más feroz quebradura
hay multa por la basura
multa si salen de noche
multa por calma o por boche
cambió de nombre a los pacos
prenden a gordos y flacos
así no vayan en coche.
Así creció la maleza
en casa del profesor
por causa del dictador
entramos en la pobreza
juro por Santa teresa
que lo que digo es verdad
le quitan su actividad
y en un rincón del baúl
brillando está el sobre azul
con el anuncio fatal.
Le dieron por mucha cosa
desahucio muy miserable
si no le gusta hay un sable
y un panteonero en la fosa
mi mamá muy pesarosa
malicia qu’este es el fin
y con tanto querubín
que dar alimentación
mejor tirarse al zanjón
que de hambre verlos morir..."

La familia de Violeta, parte importante de ella, se traslada a Santiago y en la capital forma un dúo con su hermana Hilda, iniciándose profesionalmente:


"Musicalmente, entonces, yo sentía que no iba por el camino que quería seguir, y consulté a Nicanor, el hermano que siempre me guía y alienta. Yo tenía veinticinco canciones auténticas. El hizo la selección y comencé a tocar y a cantar sola. Después me exigió que saliera a recopilar por lo menos un millar de canciones:
"¡Tienes que lanzarte a la calle!" me dijo. Y lo hice. Encontré folclore en todas partes, aunque las viejas del sector de Barrancas fueron mi primera fuente. Doña Rosa Lorca, arregladora de angelitos, me cantó todo su valioso repertorio y me lo enseñó. Es a ella a quien le debo la nomenclatura del "Canto a lo Humano" y "Canto a lo Divino" que, siguiendo el orden del velorio del angelito, se divide en Versos por Saludo, Versos por Padecimiento y Versos por Sabiduría. Gracias a la doña Rosa Lorca y a otras ancianas de la región, recopilé 500 canciones de los alrededores de Santiago, y volví donde Nicanor con tonadas, parabienes, villancicos, y con danzas campesinas como "El Pehuén", "El Chapecao", "La Refalosa", "La Cueca"...

La creación artística de Violeta fue reconocida de inmediato por el pueblo de Chile, nunca gozó del favor oficial, siendo en cierta época silenciada, pero su obra se esparció por mérito propio en los círculos artísticos internacionales. Su peregrinaje no fue corto. En 1937 conoce a Luis Cereceda, ferroviario, con quién contrae matrimonio. De esta unión nacen Isabel y Ángel, luego continuadores de su arte. Recorre distintas Iocalidades de Chile en los años siguientes, trabajando en teatros y boliches, recopilando canciones antiguas. En 1948 se separa definitivamente de Cereceda, y sigue su vida itinerante por Chile. AI año siguiente vuelve a casarse, y de este nuevo matrimonio nacen sus hijas Carmen Luisa y Rosita Clara. Recorre el país trabajando con sus dos hijos mayores en circos y teatros, y recopilando la música campesina chilena. En 1953 comienza a alumbrarse el verdadero genio de Violeta después de un recital en casa de Pablo Neruda, Radio Chilena le contrata una serie de programas que la lanzan a la primera línea del arte folclórico del país. Intensifica su trabajo de recopilación por todo Chile. Con un magnetófono y una guitarra, recorre los lugares más recónditos para rescatar el folklore olvidado de su pueblo, aprendiendo composiciones populares que oía de las cantoras que a veces frisan los cien años de edad.

En 1954 obtiene el premio Caupolicán, otorgado a la folklorista del año. Es invitada al Festival de la Juventud, en Polonia, y recorre la Unión Soviética. Tanto en Polonia como en Checoslovaquia fue vitoreada. En París hace su espectacular presentación durante el Festival Internacional Folclórico realizado en el Anfiteatro de La Sorbonne, cantando sola: "Salí con mi guitarra al escenario y sentí un murmullo casi de desaprobación. Todas las otras delegaciones eran numerosas y llenaban el escenario: yo me sentía asustada y muy pequeña. Sonó la guitarra y se hizo silencio inmediatamente. Tuve que cantar siete veces, obligándome los aplausos atronadores". Violeta logró gran éxito y colocó a nuestro folklore a una altura alcanzada jamás por nadie. Fija su residencia durante dos años en París, grabando allí sus primeros discos y sus recitales transmitidos por radio y televisión. Regresa a Chile en el 56, y al año siguiente se traslada a Concepción, contratada por la Universidad de la ciudad. Funda y dirige el Museo de Arte Popular de esta ciudad y graba nuevos discos, además de reiniciar su labor de recopilación folklórica.

En 1958 vuelve a Santiago y comienza a pintar y hacer tapices. Ofrece recitales por todo el país y graba nuevas canciones. En 1960 cae enferma y debe permanecer largos ocho meses en cama. Durante ese tiempo se inicia como arpillerista, inventando materiales y técnicas para ello. Explicaría: "Tanto tiempo no podía quedarme sin hacer nada. Un día vi lana y un pedazo de tela y me puse a hacer cualquier cosa. Nada surgió. Nada sabía, y era porque, en el fondo, no tenía claro qué quería hacer. Volví a tomar el pedazo de tela y deshice todo y quise copiar una flor, pero, cuando terminé no era una flor, sino una botella. Quise ponerle una tapa a la botella y surgió una cabeza, entonces, le puse ojos, nariz y boca: era una dama, como esas que van todos los días a la iglesia a rezar". Conoce ese año al músico suizo Gilbert Favre, estudioso del folklore sudamericano.
Viaja en 1961 a Buenos Aires y después a Europa, junto con sus hijos mayores. Participa en el Festival de la Juventud en Finlandia, y recorre gran parte de la ex Unión Soviética, Alemania, Austria, Italia y Francia. Vuelve a fijar su residencia en París durante tres años. Canta en La Candelaria y en L'Escala. Graba discos, realiza exposiciones de sus trabajos y recitales de canto en la UNESCO y el Teatro de las Naciones.
En Francia, donde residió unos meses, se reveló esa otra virtud de Violeta: sus trabajos manuales. Ella comenzó en las artes plásticas donde los maestros terminan, exponiendo en el Museo del Louvre. En cierto documental dedicado a ella por la televisión suiza, una periodista le pregunta a Violeta que, si tuviera que elegir un solo medio de expresión artística, ¿cuál elegiría?

"Elegiría quedarme con la gente, son ellos los que me inspiran hacer todas estas cosas".
La entrevistadora, entonces, insiste: Pero, si debiera elegir solo uno, ¿cuál?
"Me quedaría con la pintura” -le responde Violeta-. “Porque la pintura es el punto triste de la vida. Me esfuerzo por hacer salir de allí los aspectos más profundos que hay en el ser humano".
Ya reconocida por su música, en Francia da a conocer sus tapices y pinturas, realizados a imagen y semejanza de sus sueños, de lo que veía, del mundo y las cosas. En Ginebra, la portada de "La Dauphine Liberé" titula: "Ginebra descubre a Violeta Parra. Extraordinaria artista chilena: pintora, escultora, ceramista, experta en tapicería, cantante, guitarrista, poeta, compositora..." En el catálogo de su exposición en El Louvre, la investigadora Ivonne Brunner escribe: "Violeta no es una desconocida en Francia. Utiliza un lenguaje poético y simbólico, dando un significado a cada tema, a cada color, sin por eso descuidar el lado plástico de su obra. Cada una de sus arpilleras es una historia, un recuerdo o una protesta en imágenes".

En una entrevista para la televisión francesa, su hijo Ángel Parra recuerda: "Todo lo que realizó mi madre lo hizo por iniciativa propia y prácticamente sola. Fue ella misma quien quiso exponer en el Louvre, y, un día, simplemente partió con sus telas a hablar personalmente con el director del museo, quien luego de expresar que sometería la obra a la estricta Comisión de arte del Louvre, le dijo: "Es una gran artista, ¿sabe usted?"
Y Violeta se vuelve la primera artista latinoamericana que expone allí individualmente. Tuvo dos meses para preparar la exposición: 26 pinturas, 22 tapices, pequeñas esculturas en alambre y sus máscaras cubiertas con granos de arroz, con lentejas, con semillas, al estilo de un mosaico. Ella misma confeccionó el afiche que anunció la exposición. Sobre una arpillera negra, con un gran ojo bordado al medio, se anuncia:
"Violeta Parra. 8 de abril 15 de mayo. Tapicería, escultura, pintura. 109 rue de Rivolí. Musee des Arts Decoratifs. Pavillon de Marsan. Palais del Louvre". Era el año 1964, y en los trabajos que vieron de ella los franceses estaba Violeta entera, como se veía: alegre, vivaz, irónica, y también dolorosa, triste, fugaz, sola.
En la expresión plástica de la artista están también los temas de su música. Ella misma diría: "Me esfuerzo por mostrar en mis tapices la canción chilena, las leyendas, la vida de la gente. Y las ideas que tengo que me parecen indispensable decirlas, hacerlas".

De su tapiz titulado "Contra la guerra", Violeta dijo: "Sucede que en mi país hay siempre desórdenes políticos y eso no me gusta...En esta arpillera están todos los personajes que aman la paz. La primera soy yo, en violeta, porque es el color de mi nombre".
En otra de sus arpilleras, "El Circo", muestra una escena de circo y se ve a Violeta, a los 11 años, tocando la guitarra y cantando, como lo hizo al comienzo y al final de su vida. Aquí ella se pinta en lo alto a la izquierda, en verde claro y no en violeta como siempre, "para expresar que estaba feliz cantando".
De "El Hombre", otra de sus creaciones, diría: "Es en verde porque es la esperanza; su alma es una música; pero se escapa sin cesar como el pájaro". Quizás si se refería al trágico amor que trizó su corazón en París.
Están también presentes en la expresión plástica de Violeta los velorios de angelitos, tradicionales de toda nuestra América. Así como el sufrimiento del campesino, que expresa en figuras desoladas, recostadas a punto de caer. Atrae, especialmente, la atención el recurrir de Violeta a dos símbolos constantes: la búsqueda de Dios y la búsqueda del hombre. Uno, representado por la imagen repetida de Jesucristo, y otro por el bordado o dibujo de ojos que ubica en los más diversos sitios. En "El borracho", a modo de ejemplo, todas las botellas tienen ojos. Y son siempre ojos vivaces, al acecho. Ella decía al respecto: "Me aprovecho del momento cuando tengo necesidad de hacer ojos, porque si me saltara de la cabeza a los pies, sería algo totalmente diferente. Dejo los pies para una próxima vez".

Violeta se reconocía autodidacta. No tenía estudios formales y nada sabía de técnica o fórmulas. Simplemente creó su arte pictórico tal cual como escribió sus canciones: con su don más allá de lo comprensible, con intuición, mente y un trabajo constante. En sus pinturas y arpilleras emplea una cantidad enorme de colores, diciendo con cada uno un sentimiento. En alguna ocasión lo explicó así: "Las cosas son simples. No sé diseñar, yo invento todo, y todo el mundo puede hacerlo. No sé dibujar y no hago dibujo alguno antes de comenzar mis tapices, sino que voy viendo, poco a poco, lo que debe ponerse. Voy llenando espacios en mis tapices...Y con mis pinturas: ellas están todas en mi cabeza; como mis canciones. Cuando siento que hay una persona sensible o que le nace un sentimiento al ver lo que hago, me quedo tranquila. Sólo hago algo en lo que pueda poner la emoción. Cada trabajo es para mi único. En mis telas tengo treinta personajes, y cada expresión de ellos es única, ellos hacen cosas distintas, pero yo tomo un solo color y viajo por todos los cuadros para conservar lo que siento cuando quiero dar una expresión, así sea el mismo personaje. Yo misma a veces tengo el color de mi nombre o el color verde que es de la alegría y que me cuesta más que ninguno, o el rojo si estoy enojada y denuncio...siempre uso como base los colores araucanos: amarillo, negro, violeta, rojo y rosado de copihue".

Cuenta su hija Isabel en una entrevista en México, que Violeta comenzó a pintar con tempera sobre cartones alrededor de 1959: "No tenía dinero, por eso pintaba sobre cartones. Tampoco tenía taller. Pintaba en cualquier rincón de su casa; incluso no contaba con un atril. Y nunca firmó sus cuadros". Por primera vez mostró sus obras en la Feria de Artes Plásticas de Santiago, y es seleccionada para representar a Chile en la Bienal de Sao Paulo. Pero, duras críticas, impiden su viaje a Brasil en manera oficial. Recuerda Isabel Parra: "Violeta fue muy discriminada". En Chile oficialmente se desconoció su labor como artista plástica hasta 1992, en que, por primera vez, se hace una retrospectiva de su trabajo en una muestra de 33 cuadros y tejidos. De lo que se conserva en Santiago, hay fisonomías particulares a lo que hizo Violeta en este campo: concurrencias cromáticas, soluciones de composición inspiradas en la vida diaria del campesino, texturas propias, enfoques desconcertantes del espacio, vacíos en que flotan personajes, ya en atmósferas etéreas, ya en hoyos negros, más negros que la noche, y que parecen presagiar la tragedia de su final. Los personajes, con quizás qué pensamiento acechándoles, siempre miran de frente al espectador, con ojos diciéndolo todo, a veces desamparados y tiernos, tristes en general. Hay en los héroes humanos de Violeta una tristeza implacable, que logra penetrar hasta en las escenas de mayor jolgorio. También surge aquel personaje masculino amenazante, el amor perdido, cada vez menos trazado, como ya resignada a la tragedia de la soledad del corazón. Nos muestra hombres borrachos o muertos, tendidos. Siempre hay una guitarra, aquí o allá, como presencia amada más acá de todo. Tampoco olvida nunca el crucifijo, como presencia constante de lo sobrenatural. Sus tejidos en arpillera son espléndidos, realizados bordando con toda su alma el genio que llevaba dentro. El entrelazado de colores que tejen sus lanas e hilos es complejo y rico, sin que la historia pierda nunca su importancia capital. Ella siempre dice algo. Se hacen notables las avecillas que, con vida propia, juegan, revolotean o miran con esos, sus ojos de Violeta. Se ven también cuerpos formados de puras líneas, grecas y símbolos que rescató de tribus indígenas bien definidas. En sus arpilleras están presentes, además, y en manera importante, varias escenas que representan combates navales, en que su tema es único: la valentía del héroe Arturo Prat Chacón, por quien Violeta sentía especial admiración. La ejecución fantástica de sus ejecuciones plásticas, de hecho, la constituye su arpillera que tituló "Combate Naval", de 1964, en que retrata una inolvidable hazaña en el mar: el barco enemigo tiene el aspecto de un monstruo marino que vomita hombres voladores, tendidos, enfrentados al héroe y a una bandera chilena, en un juego de trazados verticales y horizontales que danzan sobre cabezas desgajadas al ras de los círculos que forman las aguas bravías. Su obra plástica es magnífica. Pero la pasión que la hizo clásica es su música, sus canciones. ¿Acaso es posible pensar otra cosa al leer los versos de Gracias a la Vida?

“Gracias a la vida que me ha dado tanto,
me dio dos luceros que cuando los abro
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado su oído que en todo su ancho
graba noche y día, grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos
y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro,
madre, amigo, hermano y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos
y la casa tuya, tu calle y tu patio.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su manto
cuando miro el fruto del cerebro humano,
cuando miro el bueno tan lejos del malo
cuando miro el fondo de tus ojos claros.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto,
así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto".

Luego de su último viaje a Europa regresó a Chile en junio de 1965. Instala en las afueras de Santiago una gran carpa, en La Reina, para entonar su música y de inmediato se convierte en un centro de cultura folclórica chilena. En 1966 viaja a Bolivia, donde canta con Gilbert Favre. Regresa con él a Chile. Viaja por el país cantando en teatros. Compone sus últimas canciones, que graba acompañándose de sus hijos y del músico uruguayo Alberto Zapicán. Se devuelve a la distancia por decisión propia el 5 de abril de 1967 en la Carpa de la Reina. Era un día frío en Santiago de Chile y ni un alma cerca.

 
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