Nuestras calles de cada día


por Juan Antonio Massone


La ciudad es un mapa de la memoria y del afecto, cuyo centro es la propia casa con su respectiva calle. A partir de esa primera vía, se animan los pasos cotidianos y el mundo queda dispuesto a ser alcanzado, entre asperezas y complacencias. Las rutas cruzan la urbe y trazan de ella una fisonomía, complementadaéstapor edificios históricos, distinguibles barrios y nombres que orientan y especifican domicilios.

Por eso mismo, una ciudad corresponde a una cuerpo animado, en movimiento perpetuo, cuya topografía se parapeta debajo de los cimientos, para luego alzar diseños arquitectónicos orillados por aceras y calzadas, en donde cada quien reconoce sus más habituales derroteros.

Las calles, tal como la mayoría de las obras humanas, obedecen a la intervención de muchos o hacen referencia a personas, hechos históricos, oficios y naturaleza, cuyos rótulos dejan patente esa disposición de consagrar un espacio al reconocimiento admirativo o evocador que anima a nuestra especie.

Imposible que hubiese obrado alguna imaginación anticipatoria de lo que sería Santiago del Nuevo Extremo, en la urgida circunstancia fundacional llevada a cabo por Pedro de Valdivia, aquel lejano 12 de febrero de 1541, cuando la voluntad de sentar presencia en Chile, decidió proyectarla en el valle del Mapocho.

Intervinieron después el alarife Gamboa, adelantado urbanista de algunas calles santiaguinas; siglos después, don Benjamín Vicuña Mackenna emprendió la modernización de la urbe; a él se debió el hermoseamiento del cerro Santa Lucía, la primera circunvalación—mentada camino de cintura--, la edificación de algunos edificios importantes: el Mercado Central, entre varios otros.

Los terremotos y la incuria criolla—picota e indolencia—han sido las causas principales de una ciudad que ha hecho poco y nada por mantener su patrimonio. Santiago se ha extendido indebidamente al ocupar terrenos de labranza, modificando artificiosamente los cauces naturales, además de privar de una mejor ventilación a sus habitantes. Los perjuicios más visibles los sufre, cada día, la mayoría de sus pobladores, cuando deben someterse a calles atestadas de vehículos y lapsos prolongados hasta llegar a destino.

Claudio Massone Stagno, arquitecto y devoto de lo itálico, se ha esmerado en acopiar cuanto nombre aluda o recuerde a personas ilustres de origen italiano, que merecen ser tenidas en consideración y gratitud, especialmente por quienes viven en Santiago.Compendio de noticias biográficas e históricas, acompañadas de íconos—retratos, fotografías, diseños—constituye el cuerpo del presente volumen.

Largo entusiasmo y convencida pasión se han unido en bien de un resultado tan servicial como orientador para conocer, en parte, a quienes, en sus días, animaron trabajos, se esforzaron en el servicio público o crearon obras de arte señeras, cuya ejemplaridad alimenta el espesor cultural más selecto de la memoria personal y colectiva.

Las 32 comunas de la provincia de Santiago están representadas en este trabajo de Claudio MassoneStagno. Comprobamos, en las páginas siguientes, la reiteración de algunos nombres en sectores diversos, sin apartársenos la incertidumbre acerca de los motivos que, en su hora, tuvieron los municipios para estampar sus preferencias. No caemos en la tentación de preguntar, aleatoriamente, a los vecinos de un barrio o de otro, para enterarnos por ellos mismosde una mínima curiosidad por conocer algo de la persona que mienta su calle o pasaje.

Además de la misión educativa, este libro cumple aportar a la justicia histórica: destaca la presencia de una de las naciones cimeras de la cultura de Occidentey, en numerosos casos, de alcance mundial. Chile debe, y mucho, a distintas inmigraciones europeas, americanas y de otros continentes. La italiana es una de las más arraigadas y significativas en nuestro país y, en este caso, comparece animadora y prestigiosa, en tantas menciones alusivas a lo sagrado y a lo profano, habría dicho Mircea Eliade.

Las calles nos llevan y nos regresan a través de una ciudad premiosa que, así como la respalda una cadena de macizos cordilleranos, luz y sombra juegan a sucederse en un inacabable ceremonia que colorea ramajes de jacarandás, plátanos orientales, ciruelos, acacias y otras especies, mientras el aire se magnetiza de ondas electrónicas y el ruidoso desplazamiento de ingentes vehículos concede una tregua al anochecer.

Se renueva el paisaje urbano: quiere elevarse mucho más en cada edificio, al tiempo que el trazado de líneas férreas, mayoritariamente subterráneas, traslada a mucha gente. Algunos barrios aún resisten, nostálgicos, y mantienen tradiciones. No obstante, muchos vecinos se trasladan o emprendieron ausencia total. Las nuevas generaciones no se amilanan delante de las dificultades; después de todo, saben ingeniarse modos de vivir, o de sobrevivir.

Todos haríamos bien en mantener presente que los espacios son impulsos y encuentros a través de los cuales nos identificamos, grandemente, cuando necesitamos saber de nosotros. Los nombres de las calles ofrecen ese primer indicio de experiencia donde la memoria y el pie comienzan las jornadas y saben culminarlas. Son señales indelebles en nuestro horizonte interior.

 

 
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