Los muertos, de Bisama


Por Carlos Peña y Lillo Herrera


Un volumen de cuentos que se lee y se entiende desde un submundo imaginado por aquellos que todo lo ven negro. Como una apología al contrapelo, y a todo lo que hay que renegar, donde nacen el amor incondicional a las bandas satánicas y del pirsin. De aquel adoptado del Piercing, gerundio del verbo to pierce: agujerear, perforar, del que hace daño. Del vino en garrafa con anfetaminas a orillas de rieles nocturnos; donde los trenes transitan ciegos por ciudades dormidas, donde el aliento de la muerte te sacude, y te recuerda que estás pisando el límite. Cuando se alucina con canciones y bocetos que guardan profecías leídas desde el Necronomicon fotocopiado, garabateado a la chilensis. Estos son los muertos, que Álvaro Bisama describe desde aquel mundo, que vive bajo tierra, donde nadie los ve, porque nacieron muertos.

Un interesante libro de cuentos, donde Bisama en 150 páginas descubre y ventila aquellas vidas en blanco y negro, que irradian los bocetos de la muerte. De mujeres encueradas de negro sucumbiendo al látigo y al antifaz del placer, sometidas por vejetes torturadores. De un pobre viejo periodista engañado, que rememora los años de la dictadura. Cuando la muerte adquiere sentido, y “los muertos de Joyce”, remesen las aulas buscando la razón de aquello que ya no existe. Mientras que en las tinieblas de sus mentes torcidas, encuentran a constructores de robot, que lucharan en los albores de nuestra patria, izando la bandera con un O’Higgins que nunca llegó. Esqueletos de novelas que jamás crecerán, porque, son sólo, “cuerpos hechos de humo y ectoplasma”.

Un texto de lectura rápida, que se agradece en estos tiempos globalizados, donde caminamos como autómatas, como máquinas egocéntricas, que no vemos aquel mundo neutro que reniega de todo lo que se viste de color. Esta ausencia del arcoíris, que activa la imaginación sin dejar de mirar por la ventana, a una realidad que está ahí, oculta, tan oculta, que ni siquiera somos capaces de intentar ver.
Lo mejor de estos cuentos, es que incitan la mente a hurgar en nuestras propias mazmorras, en busca de un mundo que se cae a pedazos, como simples bocetos, con márgenes en blanco y negro que hay que descifrar.

 
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