Los muertos pasean desnudos o la poética de la añoranza, de Omar Lara

 

Por Zenaida M. Suárez M.

 

Siempre recomiendo leer a Omar Lara a la luz de las velas. Desde esa semipenunbra áurica pueden entreverse los ecos de la añoranza con que Lara hace (se hace) la materia poética que va a desplegar nuestro más pleno goce estético. Y ahí, a la luz de las velas, el lector se inmiscuye con facilidad en una escritura que, al decir de Jaime Concha: “transita desde la imagen del recuerdo a la palabra de la poesía” (Lara 2016:10), lo acompaña, empatiza con él y le ayuda a reactualizar, con su lectura, el espacio mítico de esa memoria que una vez fue hecho, que sigue siendo pero ya no está.

Los muertos pasean desnudos (Mago editores, 2020) es una recopilación de textos de la obra de Omar Lara que testimonian una vida (íntima y pública, personal y colectiva) atravesada por el mitificado tiempo de la infancia y la llegada a Valdivia, el inexorable paso de la dictadura, el áspero tiempo del exilio y la vuelta, los años de madurez y la acción poética, pero de una actualidad tan preclara y rabiosa que no puede pasar desapercibida.
En sus palabras iniciales, de hecho, dice Max González: “Escribo esta presentación desde el epicentro de la geografía de la rebeldía, entre gritos por la libertad y la dignidad de personas, y la respuesta viene con represión, con gases lacrimógenos y balines por parte de la policía. Ese marco de lucha por un país más justo me sensibiliza aún más y le da más sentido cuando leo Los muertos pasean desnudos”. Esto que le sucedió a Max leyendo esta recopilación en medio del estallido social de octubre de 2019, me ha pasado siempre con la obra de Lara, he podido ir vinculando sus textos con un pasado mitificado (lárico) y un presente duramente cruel (reactualizado).
Esto es lo que yo llamo una poética de la añoranza, de aquella especie de zozobra melancólica que atrapa al que vive en un estado permanente de recuperación de la memoria sea de lo primordial (como el amor, el nacimiento de los hijos o la infancia rodeada de árboles), sea de lo histórico, sea de lo poético o sea, bien sea, de lo inefable. La poética de la añoranza, de saudade sería mejor decir, que lleva a cabo Omar Lara a lo largo de toda su trayectoria poética, le ha valido el calificativo de poeta lárico y lo ha llevado a ser hermanado con un Tellier cuya presencia teórica (a veces negada a propósito de Lara; incluso por los propios Lara y Teillier) podría constatarse en la siguiente afirmación de Teillier:

Frente al caos de la existencia social y ciudadana, (estos poetas) pretenden afirmarse en un mundo bien hecho, sobre todo en el mundo del orden inmemorial de las aldeas y de los campos, en donde siempre se produce la misma segura rotación de siembras y cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a la gestación de los dioses y los poemas.

En este universo aldeano, íntimo y universal a un tiempo, desde antaño (1964, podría decirse) Lara se autodefine y se autorrememora en el texto. Su estrategia; traer al primer plano lo que quedó enclaustrado en el alma, lo que quedó atrapado en el ojo, lo que quedó indeleble en la memoria, para hacer partícipe al lector de un trayecto de vida que suma y que sigue y que a todos atañe, para refugiarse (y refugiarnos) como bajo un paraguas en la lluvia, del sentimiento recobrado, dándonos espacio suficiente para ver caer las gotas alrededor.
La añoranza implica la pena, sí, pero no necesariamente la angustia. La añoranza en Lara, como la bella “saudade”, es una pena que en ocasiones es tenue, como el amor floreciente bajo el cielo sin luna de “A veces en mi pueblo”. En otras ocasiones es luminosa esta pena, fresca, radiante, aunque en su fondo colorido y oloroso se perciba un dejo de melancolía.

La materia poética se va develando, en Lara, como una línea transversal que surca los estadíos del amor en todas sus dimensiones, de la amistad, de la infancia, de la aldea recobrada y retejida, redecorada, remembrada y vuelta a vivir a través de los olores, de la luz y del instante, y todo permanece, no intacto, sino maleable a antojo del momento concreto en que es vuelto a traer, al aquí y al ahora;
Sin embargo, la experiencia acecha y el poeta sabe que hay que estar pendiente/expectante/vigilante, ante lo acontecido, porque un instante de duda, un despiste, puede dejar herida el alma y transformarlo todo en recuerdo del instante doloroso en que la añoranza va a derivar en exclusivo dolor:

Asedio
Mira donde pones el ojo
cazador
lo que ahora no ves
ya nunca más existirá
lo que ahora no toques
enmohecerá
lo que ahora no sientas
te ha de herir algún día. (Los buenos días)

La memoria se arma como un cielo que se puebla de pájaros en vuelo, los recuerdos, siempre matizados por un halo que podría definirse como el misterio último, que los adorna, que nos engaña y que al momento de su estampida, vivifican en la remembranza, el instante fugaz de la verdad primera: la ternura.
Y es feliz ese instante de la recobranza, a pesar del sentimiento de pérdida que lo acompaña, porque ese rememorar es pleno, incide no solo en la memoria sino en la piel de la memoria que atrae hasta sí el momento justo, con todas las sensaciones, con todos los dolores, con todos los sabores y sinsabores que lo hicieron posible y que gusta de estar de nuevo en el “antes” que se hace “ahora” como un ciclo eterno, como una reincidencia “feliz”.
A ese modo de añoranza puede comparársele con el pensamiento mitificador, generador o generatriz de un balbuceo incesante que no requiere de definiciones y que solo quiere reencontrar(se) con el pasado inmediato, con el pasado lejano, con el bello, o terrible, pero añorado, pasado, como saudade interminable, cíclica e incomprensible.
Y al final, la memoria y el instante, es siempre uno. Lara, como sujeto poético, se sitúa indefectiblemente en un tiempo doble, en el aquí y el ahora del Omar que recuerda y el allá y antes del Omar que vivió, y reactualiza esa vivencia como un algo que se reitera en la escritura al momento de hacerse palabra; cuando la comparación es remembranza y a la mente acude otra tarde que ya no está.

 


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