La poesía no deja de sorprenderme


por Lila Calderón

La materia del sueño, este hermoso libro de poemas de Francisca Santibáñez, ha traído múltiples escenas hasta mis aguas. Ellas trascienden épocas y llevan el sello eterno de los textos donde vivimos. Disfruté la lectura y me maravillé con la capacidad prodigiosa de crear atmósferas y recuperar la mitología, materializando imágenes que estimulan la evocación. Son pequeñas fogatas que se encienden y hacen ver la vigencia del eco que se trenza en el ADN nuestro de cada día. Porque lo que me conmueve es aquello que está vibrando en una misma frecuencia. Lo sagrado. Toda la humanidad viviente en el ritual de la poesía. El testimonio de la historia que dejamos itinerando por estos campos terrenos donde nos posamos, como en las palabras-huellas que seguimos proyectando cuando nos retiramos. Y así lo siento en el poema Alejandría, cuando leemos que: “Esa noche soñamos con un templo profano, oculto en el fondo del mar o en el medio de una ciudad griega o egipcia. Manuscritos de África y Palestina envejecían en los estantes, sus líneas eran devoradas por cientos de ojos hambrientos”. Así, de pronto, vemos aparecer la textura del tiempo dibujándose en una ola oscura, como un breve espejismo. Y una voz lejana pregunta: “¿Te acuerdas del incendio que provocó el César? Corrimos por las escaleras apretando contra el pecho los poemas de Tito Lucrecio Caro”. Y en esa suerte de debate entre las fuerzas de los elementos, la tierra se deja envolver con capas sobre capas y raíces y fluidos y cenizas en el aire que nos respira y desplaza por la vida, entrando y saliendo de nosotros en los otros. Y entonces la muerte pierde toda importancia, porque al decir de Tito Lucrecio Caro: “Ninguna cosa cae en el abismo/ Ni en el Tártaro negro: es necesario/ Que esta generación propague otra;/ Muy pronto pasarán amontonados,/ Y en pos de ti caminarán: los seres/ Desaparecerán ahora existentes,/ Como aquellos que hubiesen precedido./ Siempre nacen los seres unos de otros”.

La poesía no deja de sorprenderme, es el surtidor de una fuente de agua siempre fresca, que calma nuestra sed y reanima la existencia de quienes se agotan en el trajín cotidiano. He llegado a pensar que es la verdadera fuente de la juventud. Y son las mismas aguas del principio aunque parezcan otras en la ilusión del devenir. Y su origen esté oculto en un tortuoso laberinto. Y a propósito del tema, leo en el poema Dédalo: “En las paredes escribí mensajes con sellos de arcilla, para que los visitantes se embriaguen con su lectura y se pierda cada uno en su propio laberinto”. Y nos abruma la incertidumbre en Minotauro: “Atravesamos puertas, sótanos y corredores esperando la salida del sol. Buscamos algo que nos permita entender por qué cualquier lugar es otro lugar”. Y será el verbo alentador de Ariadna quien mantenga la esperanza al decir: “Aférrate al hilo, estoy bordando la salida”. Porque a pesar de todo lo que se diga, la poesía es una cuestión de fe en el propio fuego interior. El gran amor. Y para cerrar con una invitación a leer el libro, les dejo estas palabras del poema Muerte de Safo: “La poesía ha sido mi única y verdadera amante. (…) Poesía de labios suaves y dientes que quieren arrancarte la lengua. Poesía, tumba de mármol, mi amor no es suficiente para ti”.


 
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