LA PALABRA QUE AMAN LOS MUERTOS



"Últimos Poemas"
Vicente Huidobro
LOM Ediciones, Santiago, 1994.


Por Marcelo Novoa


Releer los poemas póstumos de Vicente Huidobro a la luz de la actual posición de cabeza de serie literaria de este poeta creacionista, significa recordar, una vez más, la inutilidad de los esfuerzos humanos tras la esquiva fama y ante la infinita morosidad del tiempo que todo lo borra. Desde su ineludible paternidad de las vanguardias latinoamericanas que sólo lograría cabal reconocimiento muy a posteriori, hasta la benéfica y secreta influencia que ha venido teniendo para la poesía chilena contemporánea, con resultados tan diversos como originales, como es el caso de Eduardo Anguita, Oscar Hahn y Diego Maquieira, por mencionar sólo los más visibles.

Inclusive, la publicación de estos "Ultimos poemas" en 1948, meses después que falleciera el poeta en Cartagena, sólo consiguió sepultarle aún más junto con su obra. La Segunda Guerra Mundial había arrasado, además de media Europa, con los sueños utópicos de las vanguardias en todo el mundo. Ya no serían posibles -en este siglo al menos- los cambios radicales que tales visionarios pregonaron a quien quisiera oírles. El mismo Huidobro así lo expresó en varios de estos poemas, dispersos en revistas y diarios de la época, al contemplar las ruinas humeantes de un mundo que nunca le comprendió, pero que hoy le consagra como un visionario.

Hoy ya sabemos del incansable ingenio verbal de Huidobro, de su imán retórico para atraer imágenes nuevas desde sus titubeantes primeros títulos. Y que va in crescendo, desde "Espejo de Agua" hasta "Altazor", pasando por el insoslayable gran texto vanguardista que es "Poemas Árticos". Pero esta visión, muchas veces impresionista, de oídas o simplemente falta de lectura a fondo, no dejan entrever al autor de "Ecuatorial", "Temblor de Cielo" y los aquí reseñados, "Últimos Poemas". Todos ellos, textos cargados de una tensión dramática inesperada, mucho menos optimista y juguetona que sus anteriores cantos al futuro esplendor humano.

Junto a la selección de poemas memorables como "El paso del retorno", "Monumento al mar", "La poesía es un atentado celeste" y "El pasajero de su destino", completamente acabados y consagrados por la crítica que les incluye en cuanta antología, también nos maravillan los poemas sin nombre, aquellos que el poeta aún trabajaba cuando le encontró la muerte. Como leemos en el siguiente ejemplo: "Quiero desaparecer y no morir/ Quiero no ser y perdurar/ Y saber que perduro/ Llamo a las puertas de la muerte/ Y me retiro/ Llamo a la vida y huyo avergonzado/ Quiero ser toda mi alma y no lo puedo/ Quiero todo mi cuerpo y no lo logro" (pág. 41).

Interesante resulta reflexionar sobre las semejanzas y diferencias entre el gesto escritural del Huidobro póstumo y la estrategia textual de un Lihn a las puertas del más allá, en su "Diario de Muerte", proponiendo dos posibles lecturas sobre la poesía y los poetas modernos. Mientras en uno, la voz del poeta devenía en rayo generador de imágenes, el otro, tensaba su apasionado intelecto, en el siempre precario equilibrio de biografía y estilo. Intentando, ambos poetas multifacéticos e incansables, conjurar el lapso temporal que ya expiraba, a través del único artificio conocido por ellos, la palabra que nos salve del naufragio final.

Oscar Hahn prologa con acierto este libro, al puntear sencillamente, con abundancia de citas pertinentes, la presencia de la conflagración bélica (1939 -1945) como telón de fondo y tono monocorde de estos poemas finales. Aunque creemos que escapó a su observación, la elíptica travesía desde una reconocible poética creacionista hasta un virtuosismo exento de vanos experimentos verbales, punto donde toda escritura converge hacia su dimensión definitiva. Así, el Huidobro vanguardista da paso a un Huidobro inédito, "clásico" diríamos a fuerza de rizar el término consagrado por una tradición que aborrecía el poeta.

También quisiéramos aportar una curiosidad, acaso por muy pocos conocida, respecto a la génesis del presente texto. Sabido es que Huidobro trabajaba en un próximo libro al momento del derrame cerebral, también resulta obvio -pues aparece como tal una nota introductoria- atribuir la compilación de estos poemas a su hija Manuela. Pero la verdad es que dicha selección fue realizada por Braulio Arenas, quien pudorosamente ocultó esta labor, que lleva la impronta de su gran sensibilidad, amén del conocimiento cabal de la poesía creacionista, como lo puede atestiguar el agudo estudio que preside su edición de las Obras Completas de Huidobro.

Aquí se resumen sus andanzas por un lenguaje de época y resuenan los ecos de influencias antes invisibles (pienso en los barrocos españoles, los románticos alemanes y los metafísicos ingleses). Sus versos vibran atemperados por el vía crucis existencial de un hombre enfrentado al abismo. Pues, estos "Últimos Poemas" destilan una mirada obsesionada por la muerte como condición ineludible de nuestra existencia. Acortando, así, la distancia sideral entre el "atleta infinito" y su cansado paso mortal, resituando al "astro rey" frente a su pálida luz humana, o como el mismo Huidobro reconociera: "Acaso como un dios o más bien un poeta...".


 
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