La noche eterna: una mirada leve sobre Alberto Fuguet y “Sudor”, su desmesurada indagación en el homoerotismo de la era millennial

 

Por Víctor Bórquez Núñez

 

En apretada síntesis, “Sudor”, la nueva obra de Alberto Fuguet, resulta una sátira feroz respecto de personas y personajes, ligadas al mundillo literario, donde se cruza la genialidad con la pose, el hambre por triunfar con la vanidad desatada, en una espiral que no cesa. Todo esto, a propósito de la hiperventilada presencia de un escritor mexicano nacido en Colombia y su hijo, que vienen a Chile a presentar su obra escrita en conjunto “El aura de las cosas” que no solo es el equivalente a Carlos Fuentes e hijo, que efectivamente estuvieron en el país, sin que además son el pretexto para lo que ha de venir en esta novela ambiciosa y necesaria.

Este telón de fondo –la publicitada gira de prensa de Rafael Restrepo Carvajal, y su hijo, Rafita, autor de las fotos del volumen- le sirve a Fuguet para abrir un abanico donde está presente esa fauna de personajes que venimos descubriendo desde su debut literario con “Sobredosis” hasta esa fascinante y dolorosa nouvelle en forma de conversación que es “No Ficción”.

“Sudor” es una indagación descarnada en el submundo gay, en donde nada es lo que parece, la sensibilidad se corrompe con el contacto del cuerpo extraño y todo se reduce a efímeras relaciones sexuales con roles intercambiables, elevadas al cubo por la aplicación Grindr, red social de contactos homosexuales que le sirve a Alf, el protagonista, ligar con desconocidos desechables que solo le ratifican su soledad y necesidad de afectos. Mientras Alf, el editor mimado de la casa que trae a los Restrepo a Chile, deambula por un Santiago nocturno y fantasmal en donde todo puede suceder (y sucede), mientras sus amigos, conocidos, clientes y enemigos acérrimos aparecen y desaparecen en estos días de locura absoluta que significa la llegada del icónico Restrepo y su hijo hemofílico y gay, Rafita.

Es evidente la madurez que ha alcanzado Alberto Fuguet, especialmente a la hora de entrelazar una multiplicidad de situaciones y personajes, dándole voz y presencia en momentos clave de la novela, haciendo que algunos se queden con nosotros porque su mundo interior los delata en su ansiedad de cariño, de piel, de afectividad real y no efímera.

Fuguet no le teme a la polémica. En Mala onda (1991), su primera novela, mostró a la clase alta chilena con la fresca irreverencia de un joven debutante, misma que desató en la antología McOndo (1996, coeditada con Sergio Gómez), donde abandona la reverencia respecto del denominado boom latinoamericano, que los críticos denominaron como una pelea que parece hoy como un frustrado intento de ruptura generacional.

Pero sus obras mayores están, lejos, unidas a su descubrimiento y puesta en escena del mundo familiar y de las travesías homoeróticas que pueblan sus libros actuales, donde se huele un asumido apego a la literatura de Manuel Puig, sobre todo en la calidad y calidez de los diálogos de sus personajes. Así, en “Missing” (2009), el motivo central es buscar a Carlos Fuguet, su tío perdido en Estados Unidos, donde une su propia historia familiar con la creación de una ficción que se confunde con la realidad misma.

Pero más allá de los escándalos y las rupturas con tal o cual, lo que importa es la estatura que alcanza con “Sudor”.

Obligado por la editorial a la que pertenece, el protagonista debe acompañar, entretener y cuidar al delicado e impredecible enfant terrible que es Rafael Jr. En los tres días que dura su visita al país y que parece la llegada de un Mandatario, donde hasta el Presidente de la República ha agendado un encuentro con los Restrepo. Esto ocasiona que Alf y Rafita comiencen un itinerario por la desenfrenada vida sexual de la noche gay santiaguina, donde la droga, el alcohol y Grindr resultan indispensables.

El mérito mayor de Fuguet es crear dos miradas que se complementan a la perfección: el vacío y banalidad de la burguesía intelectual chilena y latinoamericana, donde no se salva nadie y que Fuguet describe irónicamente como un universo de pura pose, arribismo y cruce de egos que nadie puede soportar, por un lado, y por otro un recorrido acaso moral por el desenfreno gay santiaguino, en donde predominan los estímulos digitales, las aplicaciones de los celulares para captar parejas de una noche y en el que impera la sensibilidad de una generación que hace rato perdió la brújula y se refleja en infinitas fracturas de la soledad imperante en todos los actos que conocemos.

Alf, como ocurre generalmente en la buena literatura, es un testigo/protagonista de una decadencia que lo asquea tanto como le seduce. No es un héroe, acaso un tipo tan fracturado como necesitado de alguien con quien continuar más allá de una noche caliente de sexo que no alcanza a perdurar más allá de la resaca del día siguiente.

Todo el libro exuda códigos y referencias a la propia literatura de Fuguet, como también a la cultura pop que le fascina. Esta intertextualidad hace de “Sudor” un libro indispensable y señero. Sobre todo porque Alf está saliendo de su dañina relación con el factor Julián y se deja deslumbrar con el brillo y esplendor de un chico frágil, hemofílico e insoportable que sabe que sus días están contados y que trata de vivir a concho cada segundo.

El deseo homoerótico siempre presente, la fauna gay que aparece y desaparece, las conversaciones salpicadas de ironía, crueldad o desesperación, las fiestas under y derechamente clandestinas se cruzan con las ferias literarias, la gimnasia sexual en camas desconocidas y, a veces, ciertos besos que son espejos para la soledad, el deseo y la ausencia de un cable a tierra.

¿La obra de madurez de Fuguet? Quizás.

Lo que no deja de asombrar es su desmesura bendita (más de 600 páginas y un enorme abanico de personajes) que se opone al casi minimalismo de su pieza literaria anterior, la entrañable e incomprendida “No Ficción”, donde dos casi amigos, casi amantes, se reúnen en un departamento para poner las cosas claras en una relación que acaso nunca fue y puede ser.

“Sudor” se puede equiparar a la explosión y vitalidad de un Fellini en el cine o acaso, siguiendo con la analogía cinéfila, con la estética de Paolo Sorrentino en “La gran belleza”.

Porque acá, en efecto, la noche es eterna y su protagonista, después de tanto sexo, drogas, fiestas del jet set criollo y de tanta feria de vanidades, queda triste, solitario y final, en un Santiago que como pocas veces se antoja como un mundo que no conocemos cuando caen las sombras.

 
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