La nada
misma, de Cristian
Arregui Berger. Poesía, 104 págs. |
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Por Juan Mihovilovich
El polvo sobre el polvo, la esfera que gira temerosa, alza el vuelo, desciende y se posa en ninguna parte. Y dentro de la esfera nosotros, el, vosotros, ellos; y el poeta discerniendo sobre el sentido de la Nada, del Todo, de uno mismo. El poeta, transido, cansado, maloliente a veces, dubitativo, férreo, mordaz, hiriente, sagaz, pálido de vivir y de morir al mismo tiempo…y oh, el tiempo, esa cosa que se nos parece y que se divulga y crece siendo Nada. He ahí el drama de la comedia: vivir, vivir que algo queda. Morir, morir, que algo nace. Y Arregui navega en ocasiones por el deslinde de un sueño colectivo: avanzamos hacia el mero hecho de existir y entonces, habituados a no vernos nunca nos consolamos mirando hacia lo alto, pero, ¿es en verdad hacia lo alto que miramos cada día? ¿No nos seduce a diario el pan, la vigilia, la comida, el sueño y otra vez el despertar hacia la nada que nos consume cotidianamente? En esta vorágine de sentimientos esparcidos como sobre una tela infinita, la eternidad ha creado ese infinito por compasión, para no quedarse sola y perdida en medio de la Nada. Allá, en los confines de un principio que somos y en el que nos movemos, somos y seremos, la idea de Arregui no es la idea conformada por el conformismo común, por que da lo mismo, y/o porque es lo mismo cada cosa. No pareciera que fuera de ese modo, aunque en ocasiones sus versos supuestamente en entredicho dan la impresión de consolarse con los contrarios. No hay tal. Es apenas un juego serio que nos deja indefensos contemplándonos por dentro. Si, esto somos, ni más ni menos: / ¡Nada soy!/ fue su más fuerte grito /no en la victoria, sino en la derrota/ esa derrota que era la victoria de su nada/ Guerrero de la nada, tuya es la gran valentía/ Toda tu lucha por nada/Todo tu corazón lleno de nadidad/ Nulo en el triunfo y en la derrota…/ (Epopeya de la nada. II. Pág. 46-47). Somos el eco de un canto que no cantamos, pero que paradójicamente nos creó, nos dio forma y contenido, o más bien, se materializó y rodó por los bordes de los ríos, los bosques y las plantas, caminó por caminos inexistentes y construyó huellas que se borraron al mirar hacia atrás. Y el individuo, maravilla de las maravillas, no vio nada detrás y al contemplar hacia adelante vio que nada se alzaba por sí mismo, sino que todo obedecía a una naturaleza que lo excedía, que lo sobre pasaba y que, no obstante, lo hacía caminar extasiado de un paisaje que ya no era suyo, que quizás nunca lo fue o que olvidó que lo fuera. /Un ave de luz cruza el cielo/ ¿En quién me he reconocido?/ No cantes ya las viejas consignas del militante/ Canta la libertad de los árboles, la voz de las aves/ Canta el canto que cantado Es/ Y nada más. (El canto anonadado. Pág. 89) La nada se construye, si, se construye en medio de un universo ajeno (¿?), pero ¿será posible que nada nos pertenezca, ni siquiera ser parte de esa nada que nos atosiga y nos aplasta contra una pared de sombras y de dudas? Si al menos supiéramos mirarnos los unos a los otros para vernos solos y parecidos. Si al menos tuviéramos la entereza de saber que la muerte es cada día y que los segundos no corren en contra, sino que avanzan con nosotros, quizás La Nada que Arregui nos otorga como una bofetada cósmica no sea otra cosa que una llamada de atención, una patada en el trasero para despabilarnos en medio de nuestra comodidad citadina mientras los pueblos se yerguen a lo lejos sembrando y contando los días, las semanas y los meses, hasta que un año cualquiera alguien muere, otro más, y la pregunta retorna con más fuerza, con saña, con fiereza, para quedarse allí, apenas como la pregunta de siempre y de ninguno.
Este no es un libro para decir tan poco de él, o no decir, sencillamente
nada. Este es un libro deslumbrante, que nos socava el poco espíritu
que nos queda, que nos ataja a la hora en que descendemos a las profundidades
del sueño sin saberlo, que nos revierte el sentido del sinsentido
acostumbrado. No. No es un libro sobre La Nada Misma. Es un poema
a la belleza de estar vivos y ha olvidarnos que lo estamos. Es una
sátira. Lo es. Es una epopeya. Lo es. Es una ascensión a ras de suelo
y un culto sobrenatural a lo que naturalmente obviamos: la vida para
ser vivida y amada. |
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