La antipoesía y la revolución permanente en la representación poética

 

Por Jorge Etcheverry

Leído en “Literatos latinoamericanos en centenario”, en la Universidad de Ottawa, Ottawa, Canadá, en octubre de 2014

La poesía de Parra, que él mismo plantea como antipoesía, hace ya décadas que dejó de ser anti, ya que se incorporó hace medio siglo, por lo menos en Chile, a la poesía canónica de la “corriente principal” de la literatura. Ahora tiene la familiaridad de los textos que se leen en la escuela, y ha dejado su huella en la producción de muchos poetas chilenos de las generaciones sucesivas. Pero ni este subgénero poético ni su creador han dejado de ser en cierto modo subversivos, y creemos que la práctica escritural antipoética lleva en sí su propia renovación. Sólo que ha corrido el destino de todas las innovaciones, de todas las vanguardias literarias y poéticas, que solo son reconocidas como tales cuando pasan a formar parte de la institución literaria, momento en que paradójicamente dejan de existir como lo que eran. Pero creemos que a diferencia de otras concreciones de la poesía, la antipoesía pareciera tener la capacidad de reciclarse permanentemente.

Nicanor Parra nace el 5 de septiembre de 1914 y publica su primer libro en 1935, Cancionero sin nombre, en que se ha señalado una veta lorquiana, sobre todo proveniente del Romancero gitano, de 1928, de Federico García Lorca. Este posible interés del antipoeta en la poesía de Lorca, que, sin dejar de ser compleja—siendo Lorca un poeta vanguardista—, incorpora elementos del lenguaje, la tradición y los mitos populares españoles, ya revela una doble vertiente, culta y popular en Nicanor Parra. En 1954, después de 16 años, aparece el segundo libro de Parra, Poemas y antipoemas, que abre un capítulo en la poesía chilena, hispanoamericana y escrita en castellano en general. Con este libro irrumpe la antipoesía. Pese al escándalo y la renovación que representó en sus inicios, y como sucede con las innovaciones cuando pasan a ser establecidas, se advierte que desde antes que se acuñara el producto y la marca de fábrica de la antipoesía, sus elementos ya existían: “se refugia en el pasado, en la época antigua, las saturnalia romana, y recoge, como mecanismo de escritura, el espíritu y las formas de la cultura medieval y carnavalesca en donde aparecen los más variados géneros literarios, frecuentemente en una dialéctica irónica y paródica con los más serios, para bucear en la condición humana, ante un supuesto cierre del horizonte histórico” ( La antipoesía en relación con la posmodernidad, Mercedes Serna Arnáiz).

Por supuesto que, como toda obra de arte, la antipoesía refiere a la realidad: “Los artefactos, entonces, despiertan al lector a una realidad que ya existe antes y fuera del artefacto” (La depuración del antipoema: artefactos y murales, Marlene Gottlieb). La vertiente popular de la antipoesía ha sido abundamente señalada. Sin el lenguaje popular, sus tradiciones, dichos, frescura, supuesta ingenuidad y picardía, por supuesto preexistentes a la antipoesía, ésta no existe. Pero tampoco podría existir sin la distancia que la mirada, el pincel, la pluma, el lente o la computadora del artista introduce y que establece un quiebre, distancia o contradicción entre el nóumeno de la realidad y la visión común, aparente, aceptada y manoseada que la enmascara, banaliza o distorsiona, en una malla de lugares comunes epistemológicos y del lenguaje que se aceptan como artículos de fe. En muchos casos el poeta o escritor pretende desenmascarar, oponerse, contradecir o mostrar esa falsedad o apariencia, expresando a la vez en este proceso su intimidad e intelecto, que es el vínculo clave con el lector. La antipoesía no es ajena a estas dualidades o dicotomías, ni a otras “En la obra poética de Nicanor Parra se une lo popular y lo culto, lo serio y lo cómico, la ciencia y la literatura, lo cotidiano y lo extraordinario”, nos dice Manuel Jofré, en la introducción a una entrevista que le hace al poeta.

Así, el emisor o sujeto poético de la antipoesía de Parra se despliega en el marco de una situación ya generalmente aceptada: el artista muestra un estado de cosas que ya estaba al alcance de la mano pero que no veíamos. Pero por otro lado, así como el lenguaje popular dista de tener la simpleza o ingenuidad que se le atribuye desde otros niveles más cultos, la visión crítica del artista o el poeta no está exenta del sesgo de la ideología o concepción de mundo de que se trate en cada caso, ni del narcisismo que en muchas ocasiones hace que el sujeto que se expresa en el poema aparezca lírico, dramático y centrado en sí mismo hasta un grado casi cómico. Estas determinaciones de la ideología y de la subjetividad o identidad suelen ser férreas y cuentan con el respaldo de la omnipotente y consensual institución literaria y los mitos sobre lo que es la poesía, pero no son inamovibles. Parra se refirió en su momento a los metaforones, tan abundantes no tan solo en la poesía chilena de vertiente surrealista, quizás el objeto preferencial del comentario del antipoeta. Él también se refirió a la actitud grave y solemne entre gran parte de los productores y cultores de lo que se llama o se entiende como poesía. "La poesía fue el paraíso del tonto solemne, hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa", dijo el poeta tras la publicación en 1954 de 'Poemas y Antipoemas'.

Y ahora me permito una anécdota personal, pero que creo pertinente. En 1969, en una entrevista en televisión que le hizo Antonio Skármeta a la Escuela de Santiago, por una controvertida antología de poesía chilena contemporánea que la Escuela contribuyó a editar, un miembro del grupo dijo que leer a Nicanor Parra era como leer el Condorito, personaje de la tira cómica de René Ríos Boettiger, Pepo. Condorito pasado a ser símbolo de la chilenidad popular: “La historia, en el fondo refleja fielmente lo chacotera que es la sociedad del país, a través de un humor sano. Condorito es un sociólogo de primera, es tan critico social como Mafalda, pero al estilo chileno”, dice Aldo Cordero Rivera. Se rumoreaba entonces que Parra había dicho que iba a hacer un antipoema que repitiera 33 veces los nombres de los autores de la antología, que se llamó 33 nombre claves de la actual poesía chilena. Pero la vinculación de la antipoesía con el popular personaje de esa tira cómica no era tan descabellada.

Quizás sea llevar las cosas muy lejos, pero el humor de Condorito también conllevaba la sátira, así como es innegable que el vínculo de Parra con el lector se efectúa básicamente a través del humor. Esa conexión Parra/Condorito no está quizás totalmente ausente de las presuposiciones y expectativas del lector chileno, como lo expresa esta cita sobre el cineasta chileno Raúl Ruiz “Adonde vaya, y va a muchas partes, continúa expresando el patiperro mestizo, alimentado por Condorito y Nicanor Parra, al borde del delirio etílico y dueño de una vasta cultura universal” (David Vera-Meiggs, sobre la película de Ruiz Días de campo).

La tira cómica se lee en un marco y con características específicas que son las que el lector presupone y espera de ella. La antipoesía, en cambio, se da en un horizonte de expectativa de lectura distinto, que es el de la poesía, enmarcada y leída como tal. La eficacia de la antipoesía se debe justamente a que desde dentro de la convención de recepción de la poesía se da como anti. La tira cómica se inscribe dentro de la cultura popular y del entretenimiento. La antipoesía tiene el nivel y prestigio tradicional de la convención poética que posibilita su existencia y por eso funciona. Por ejemplo, uno de los libros de Parra, los Artefactos de 1972, eran “ la novísima etapa de la antipoesía en forma de breves andanadas verbales, tan escuetas como lapidarias, tan desnudas como eléctricas, escritas - emitidas- a la manera del slogan publicitario o político, de la inscripción mural, del aviso luminoso, de la sentencia fulminante, del proverbio, del axioma científico, de la invectiva criolla” (nota crítica de Ignacio Valente). Ahora bien, si un artefacto o parte del mismo se contara como chiste en una situación cualquiera, como bien puede suceder, pierde su carácter rupturista, que opera como tal en la convención poética, y simplemente divierte. Vaya a manera de ejemplo el artefacto “la virginidad produce cáncer/vacúnate hoy mismo” cuya primera parte es una expresión popular chilena que a veces se ve escrita en las paredes. Por otro lado al interior de la tira cómica se pueden introducir temas y estructuras que a su vez le pueden dar una seriedad contestaria o axiológica, piensen en Mafalda, que acaba de cumplir sus cincuenta años. Así, la antipoesía, al funcionar en los parámetros y espacio poéticos, puede negarlos y combatirlos, pero justamente porque su efecto se da en los marcos y la lectura poéticas. El emisor o como se dice “hablante poético”, que aparte del autor o autora concretos y existentes, es un constructo del lector que asigna un sujeto al discurso poético, es la figura compuesta que el lector responsabiliza por ese texto literario. En el caso de Parra, el humor y la parodia o ironía, son los elementos miméticos que implican a un lector por el lado de la diversión y del poema como comentario de un estado de cosas.

En la antipoesía no parece haber declaraciones de principios, por así decir serias, sobre el poeta, o sobre la poesía. El mismo tono de la emisión desvirtúa la por así seriedad de la declaración (de principios). Todo esto se juega en la antipoesía y su potencial revolución permanente en la representación poética. En el caso del constructo que como lectores llamamos Nicanor Parra, él es la negación de esa figura tradicional poética que él mismo llama “el tonto solemne” Él aparece distinto del Neruda vanguardista y luego solemne y comprometido, del pequeño dios huidobriano o del vociferante y exuberante de Rokha.

La poesía, y también la antipoesía, se recibe y se emite en el marco del fenómeno epistemológico de la representación, que sitúa a un espectador o lector, frente a una concreción reflejante, que se construye como parte del friso del mundo alternativo de la representación. La representación poética, siendo lingüística, está sujeta a la reiteración de un universo finito de palabras y lo que designan, un universo también finito de estados de ánimo, narrativas y contenidos. Entonces la novedad poética (y literaria) se gasta, acaba por perder su novedad. Para seguir teniendo efecto en el receptor y seguir produciendo empatía, la representación poética gastada por la repetición y el uso, tiene que adquirir una nueva intensidad, volver a hacerse perceptible, convertir nuevamente lo “a la mano”, el ámbito práctico, la instrumentalidad en lo “ante los ojos” según la terminología heideggeriana, haciéndolo existir para el espectador. Separado del espectáculo por una mediación, a la vez mediatización , ya que esta distancia es a la vez camino, el espectador necesita verlo, distinguirlo enmarcado—y lo mismo vale para un cuadro, página, video, etc. Se requiere que el contenido se ponga de relieve. Pero ese objeto se hace habitual y pierde su carácter revelador, subsumido a poco andar en lo cotidiano. Para introducir en el mundo alternativo de la representación algo que atraiga la atención y por ese medio, comunique contenidos y valores, el producto deberá aparecer doblemente distanciado, tanto respecto a los otros elementos de la serie de representaciones como al mundo del espectador. La actividad antipoética facilita este proceso: el recurso al coloquialismo y el lenguaje popular se unen a un hablante poético con escasos matices líricos, más bien un presentador, una mirada humorística e irónica, que puede armar textos cuyo contenido son los componentes siempre cambiantes de la cultura popular y mediática, sin recurrir por ejemplo a teorías sobre el hombre, el mundo, como el inconsciente de los surrealistas, o esquemas totalizadores sobre el hombre, la poesía, el lenguaje, a veces el universo, pero que gatillan las innovaciones formales en un momento dado.

En general, las poéticas o concepciones del arte aparecen situadas y delimitadas a su momento histórico y situacional. Mientras más especializadas y circunscritas, más rápida su obsolescencia, aunque pueden pasar a convertirse en el acerbo cultural y denotar, incluso en el lenguaje popular, como en el caso del surrealismo, ciertas imágenes o situaciones del mundo de todos los días, como por ejemplo cierta hermeticidad o cierto absurdo o simplemente rareza. En el caso de la antipoesía, aparte de que su retórica o poética consiste en dejar que los discursos sociales pasen al poema, no hay una concepción del poeta, la poesía, el lenguaje, etc., ni siquiera una posición ideológica o escatológica, aunque Parra pueda hacer muchos comentarios sobre esto o aquello y responda a todo tipo de cosas en diversas entrevistas. Así es que recurrimos a ese término acuñado del pensador marxista León Trotzky, quizás extrapolando un poco, la revolución permanente, para describir este proceso. Las poéticas, declaraciones o manifiestos de Parra sobre su obra son humorísticas, equívocas, irónicas y sobre todo no ofrecen coherencia programática que vaya más allá de situar a ese observador hablante como una mirada/palabra mordaz y crítica “Nicanor Parra es el anarquista de la poesía; es un subversivo perpetuo que propone la revolución no como un acto definitivo que acaba con un orden para imponer otro mejor, sino como un modus vivendi, un acto persistente” (La depuración del antipoema: Artefactos y Murales, Marlene Gottlieb). En este poema, que traigo a colación, más bien se plantean interrogantes al lector para que defina al antipoeta y a la antipesía, pero de manera tal que el humorismo y la coloquialidad impiden desde ya una respuesta por así decir seria:


Test

Qué es un antipoeta:
un comerciante en urnas y ataúdes?
un sacerdote que no cree en nada?
un general que duda de sí mismo?
un vagabundo que se ríe de todo
hasta de la vejez y de la muerte?
un interlocutor de mal carácter?
un bailarín al borde del abismo?
un narciso que ama a todo el mundo?
un bromista sangriento
deliberadamente miserable?
un poeta que duerme en una silla?
un alquimista de los tiempos modernos?
un revolucionario de bolsillo?
un pequeño burgués?
un charlatán?

un dios?

un inocente?

un aldeano de Santiago de Chile?
Subraye la frase que considere correcta.

Qué es la antipoesía:
un temporal en una taza de té?
una mancha de nieve en una roca?
un azafate lleno de excrementos humanos
como lo cree el padre Salvatierra?
un espejo que dice la verdad?
un bofetón al rostro
del Presidente de la Sociedad de Escritores?
(Dios lo tenga en su santo reino)
una advertencia a los poetas jóvenes?
un ataúd a chorro?
un ataúd a fuerza centrífuga?
un ataúd a gas de parafina?
una capilla ardiente sin difunto?

Marque con una cruz
la definición que considere correcta.


Entonces es el lector el que decide. Lo hace al operar sobre los lugares y comunes y los clichés culturales y lingüísticos, básicamente mediante la parodia y la ironía, pero también el humor y el absurdo. Lo que hay es la variedad y actualidad de los contenidos, extraídos de diversos discursos sociales yuxtapuestos por esa mirada que básicamente presenta y destruye o descarta lo presentado con una ocasional declaración. Dado a que no hay un marco formal estricto, aparte de la accesibilidad general del lenguaje antipoético, ni un reservorio de imágenes fijo, la productividad del lenguaje social en su permanente renovación es lo que garantiza el reciclamiento de esa actitud antipoética. Claro está que esa actividad poética no se puede sostener sin esa alteridad que dialoga con nosotros y cuyo nivel de consciencia es la que en último grado garantiza esta especie de revolución permanente. No hay muchos que puedan entregarse a esta práctica con la eficacia de Parra. En realidad, nos pasa de contrabando una conciencia aguda y muy culta, algo así como la de esos adolescentes de Sobre héroes y tumbas, de Sábato, o la del idiota que espera las ranas para aplastarlas junto al pozo de Rulfo. En realidad, su interlocutor o lector apelado es culto y quizás sofisticado, pero que se deja llevar por esa popularidad, universalizando así en este acto de lectura ese tipo de conciencia. Y sin embargo les creemos, y ahí está su maestría.

 
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