Impermanencia, de Annabella Brüning

 

Por Lila Calderón 

 

Encontrarme con este hermoso libro de poemas de la escritora Annabella Brüning me hizo considerar que compartimos como poetas y artistas visuales ciertas imágenes, asombros ante una naturaleza que muestra su poderosa presencia, su música, sus ecos o su silencio sobrecogedor en los distintos paisajes y estaciones del camino que estamos recorriendo. Son textos reflexivos y profundos, ellos contienen la extrañeza de la vida que experimentamos en este hogar cósmico tan vasto y lleno de sorpresas donde: “La luz se precipita penetrándolo todo. /Allí nace el amor/ ingrediente que liga cada nota furtiva/ que es sustancia intangible/ necesaria y eterna/ mutando a cada instante en continua impermanencia”.

Mientras sigo la cadencia de su voz, oigo alzarse desde las páginas el susurro de nubes que traen sus propias palabras, escapadas desde un arrebol estremecedor o un atardecer intimista, otoñal, donde aflora la belleza y las hojas crujen desde el mundo que ella construye, irradiando figuras, formas y encantamientos que poblados de latidos encienden los colores del paisaje y luego se disipan para dejarnos llenos de preguntas que no podemos responder.

Los momentos diversos que se suceden en la cotidianidad, la fragilidad del ser, la fugacidad de la existencia, la comunicación errática entre los pasajeros en tránsito que somos, el dolor de lo inesperado, el vacío, el movimiento, el silencio, la oscuridad o la luz, la soledad, la muerte y sus razones en este acoso persistente, el origen, entre otras preocupaciones, sontemas tratados aquí donde estamos siendo asediados al interior de “esta Babel llena de oscuros bagajes”, donde “No hay punto/ ni meta/ ni puerto/ ni andén de partida./No hay vamos/ no hay fuimos”.

La poesía no traza fronteras entre lo que está afuera o adentro de nosotros, lo real o imaginario, figurativo o abstracto, colectivo o personal. Estamos intentando la vida y registramos en el poema el encuentro con las mil caras de la belleza que germina en nuestra fértil alma. Vamos recogiendo las semillas que sembramos o que fluyen hasta nosotros de maneras que parecen arrojadas simplemente por el azar, pero todo es una crucial experiencia creadora, que en cuanto deja su huella hace crecer el poema abriéndolo como una nube en vuelo o una gaviota mensajera. Y los ojos del corazón irrigan la vida sin dejar de perturbarnos, como cuando Annabella nos dice: “Caen las horas/en cascada. /Acumúlase urgencia. /Me asusto:/ se me escapa el tiempo”. Y en esta sensibilidad que nos une, siento también la urgencia de un reloj interior que nos refleja en su luna velando el morir de los minutos entre sueño y sueño.

Mis felicitaciones a la autora por este hermoso retrato de la “Impermanencia”. Porque a pesar de ser tan condenadamente transitorios, podemos sonreír y ser felices.

 

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