Este verano, ¿cómo está su imaginación? Historia inconclusa.

 

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La historia


Muchas desavenencias y poco sexo, eso nos ocurrió con Cecilia. Así las cosas comenzaron a ponerse color de hormiga. Después de 35 años de matrimonio era difícil aceptar que estábamos más viejos y que ya no nos queríamos. El mundo empezó a caerse a pedazos y ninguno sabía qué hacer para remediar la situación, o si ésta tenía remedio. Vivir solo, o buscarse y encontrar otra pareja a los 60 años es difícil, puede pasar mucho tiempo antes de tomar la decisión y después adaptarse. Ninguno de los dos parecíamos hecho para eso, pero había que hacer algo porque las cosas no podían seguir como estaban.
Dejamos casi de hablarnos y dormimos en piezas separadas. Así evitamos; ella despertar varias veces por mis idas al baño, y yo dejar de dormir debido a sus ronquidos. De ese modo comenzamos a distanciarnos. Ella empezó a salir más con sus amigas y yo me convertí en un lector empedernido que devoraba libros encerrado en mi escritorio. De sexo, ni hablar, si antes era escaso, ahora no existía. Aquello que había sido un imán poderoso para mantenernos juntos y felices estaba ahora frío como un cadáver.
Nuestro trato se convirtió en un juego de frases cortantes, pero cordiales: buenos días, buenas noches, el baño está desocupado, las luces ya están apagadas, etc. Eso era todo. Suficiente para sobrevivir conviviendo en esa nueva etapa de nuestras vidas. Del divorcio no hablamos, tal vez porque ninguno de los dos quería, ni tenía la fuerza para comenzar de nuevo. Hasta que apareció Cristina…

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Cristina, 32 años, morena, alta, ojos negros, delicada, graciosa, llegó de improviso a nuestra casa un día de madrugada. Era la hija de unos amigos chilenos cuando vivíamos en Inglaterra, de esos amigos del alma con los que compartimos el exilio y de los que nos separamos al regresar a Chile hacía unos 20 años.
Allí estaba Cristina sonriente abrazándonos, preguntando si nos acordábamos de ella cuando pequeña, entregándonos los mil saludos de sus padres y entregándose a sí misma como si fuera un regalo.
-Aquí estoy, dijo, vine para quedarme, espero que su invitación siga en pie, preguntó, abriendo sus brazos de par en par. Por supuesto, dijimos ambos, por supuesto, bienvenida, esta es tu casa. Y la acogimos instalándola en una de las piezas ahora vacías que antes fuera de nuestros hijos.
Ese día almorzamos los tres y el ambiente fue distendido y cordial. Respondió a todas nuestras preguntas poniéndonos al día de la vida actual de su familia en Inglaterra y de como habían cambiado las cosas.
Ella seguía soltera, de ningún modo interesada en mantener una relación estable, con ninguno de los sexos, dijo. Ser libre es lo que más me interesa, remató.

Mario Pantoja C.

Nadie tuvo que decirle a Cristina de lo nuestro. Era obvio. Cuando ella nos conoció solíamos ser un ejemplo de pareja, mostrando nuestro afecto por donde fuéramos. Nunca nos separ+abamos. Teníamos fama de ser cariñosos y de estar enamorados. Ahora dormíamos cada uno en una pieza diferente. Y a pesar que en un principio su presencia nos descolocó y avergonzó la distancia era evidente y no era cuestión de montar y seguir una farza ¿para qué? Las cosas cambian, nosotros que nos queríamos tanto ahora no éramos los mismos. Estábamos más viejos, distintos, y complicados. Ella se debe de haber dado cuenta de inmediato, aunque no dijo nada.


María Luisa Jara Correa

Aunque nada dijo, nos observaba día tras día, veía que ya no éramos los que ella había conocido. En un fuerte intento por alegrar nuestras vidas ya sin vida, nos instó a realizar una celebración en nuestra casa, no tan sólo familiar, si no esta vez incluir a amigos y personas que no veíamos hace tanto tiempo. Al verla tan llena de vida pude darme cuenta que era lo que faltaba en mi relación, un segundo aire, aquello que muchos llaman reinventarse.
La tarea era saber cómo. Viendo a Cristina pude entender que lo importante era vivir y ser feliz, que la vida era sólo una …. Que ya no habían más oportunidades. Comenzó entonces mi interés por hacer aquello que durante mucho tiempo había anhelado hacer, y que por miedo, tiempo, responsabilidades, había dejado de lado. Lo primero era hacer una lista con cada una de aquellas cosas que siempre había querido hacer.

Paola Puebla

Era una tarde cálida y húmeda de verano…., con un sol alumbrando tímidamente; lucía hermosa y acogedora la terraza que esperaba a los comensales, Cristina había cuidado todos los detalles, coloridas flores sobre la mesa de mantel blanco largo y sobre ella dispuesta las copas de cristal que acompañaban finos platos con delicatesen que ella misma encargó. En una mesita adicional los vinos y licores, y la champagne sumergida en la hermosa hielera de plata de antaño, que fuera regalo de matrimonio de Cecilia. Cristina vestida con un pantalón blanco de lino, suelto, que dejaba traslucir su ropa interior y encima un blusón con los hombros descubiertos y bordados en el escote, lucía fresca y joven. Con cierto nerviosismo y curiosidad, cómodamente sentados esperaban los tres en amena conversación a los amigos de tantos años que habían dejado de frecuentar hace mucho.
De un momento a otro se llenó el patio, ahí estaban todos…., en parejas y solos, mostrando en el saludo inicial una ansiedad sin disimulo. Se iban instalando poco a poco y las miradas se cruzaban con un dejo de picardía que dejaba ver la sorpresa de verse y reencontrarse después de tantos años. El único ausente era Emilio, y fue él la motivación principal y secreta de Cecilia para lucir esa tarde un vestido hermoso y liviano, con delicadas flores que evocaban su feliz juventud.
Estaban en el primer brindis, en un ambiente distendido y feliz haciendo recuerdos, cuando sonó el timbre dos veces…., y en una complicidad tácita, ella y Cristina cruzaron miradas…

Olga Salinas

Cecilia se apresuro a la puerta. Mientras las miradas cómplices se reflejaban en el brillo de los ojos de Cristina. Alberto los vio de soslayo. Allí estaba Emilio, en cuerpo presente. Se veía en buena forma. Catorce anos fuera, en Francia, le habían favorecido. Vestido con pantalones color caqui y sus eternas camisas abiertas que le daban ciertos aires de conquistador. Saludaba de mano a muchos. A ella ¡No! ¡A ella la abrazó! Mientras, Cristina abría su abanico de sensualidad fragmentada. Podía verse su mano fina rodeando la cintura del hombre. Que complacido le susurraba al oído.
Alberto, tan pronto se acerco a saludarlo, se alejo, con el pretexto de ir a buscar un trago. Sin antes, acotar ¡Te dejo en buenas manos, Querida! Con una sonrisa transformada en mueca. Se retiró como si él hubiese sido el abandonado y no el abandonante.
Se sirvió un trago doble. ¡Quizás! En busca de la claridad que le faltaba para una extraña confusión.
Un golpe en el hombro interrumpió el curso que seguian sus pensamientos: De trozos. De motivos. De discontinuidad. De apariencias. Y su mirada se desvio a la abundante Melena de Cecilia…..


Aurora Posada

Emilio era un tipo alto y de aspecto desgarbado, con un caminar lento y desprovisto de gestos ampulosos. Pero bastaba escucharlo hablar para interesarse por él. Era ameno, entretenido, chispeante y locuaz. Volvió mirar a Cristina con ojos lascivos, como si no hubiera nadie más presente, y la besó largamente en la mejilla. Sus gestos eran seguros y arrogantes, y el resto del mundo existía solamente si él lo miraba. Estar con Emilio era estar ausente, hasta que él se dignaba regalarte una mirada.

Ricardo Sánchez Gracia

Entre la ilusión de Cecilia de encontrarse con Emilio, aquel viejo amor de juventud y la coquetería y frescura que irradiaba Cristina, Alberto intentaba convencerse que aquél brillo lúdico y perspicaz de la mirada de su esposa no podía deberse a un mínimo atisbo de recuerdo; no podía ser, habían pasado muchísimos años - pensaba. Sin embargo, él desconocía que Cristina, aun cuando fuera muchísimo más joven que Emilio, lo había conocido antes en Europa en una de aquellas fiestas nacionalistas organizadas por chilenos en exilio. Él fácilmente le doblaba en edad, pero sus aires de conquistador, su camisa semi-abierta y sus pantalones caqui outdoor lo presentaban como
un hombre maduro lleno de vida, encantador y cautivante. Perfectamente se podía pensar que era un trotamundos, lleno de historias que en sus íres y veníres por la vida a más de alguna jovencita podría haber enamorado.

Isabel Meneses Traipe

Como es el destino después de tantos años, que, serán 30 o quizás mas aunque siempre la recordé seguía siendo bella y tan dulce como antes. Ella fue mi primera vez y yo fui su primera vez éramos unos adolescentes y vivimos nuestro amor intensamente hasta que cada uno siguió su propio camino, recuerdo que después de 10 años de no vernos un buen día nos juntamos, ya teníamos cada uno nuestros hijos y parejas, fue tan mágico ese reencuentro. Aún recuerdo las miles de mariposas que sentí en el estómago cuando al despedirnos nos besamos, el fuego de ese beso jamás fue apagado pues no nos volvimos a ver hasta ahora, creo que a pesar de mi edad, la llama se volvió a encender y con mas intensidad...


Ann Ortiz

 


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