El director tiene muy clara la película y planificó cada una de
las nítidas escenas, acertando en los planos durante todo el metraje,
un tremendo mérito, y rematando con un final que sorprende por
su honestidad, renunciando siempre al sentimentalismo y sometiendo
a Paulina García a un trabajo conmovedor que desborda la pantalla
durante exquisitos 110 minutos.
Los encuadres son notables, sobre todo en las escenas sociales,
manejando con fluidez la complicidad entre los personajes secundarios,
donde casi ninguno tiene nombre, porque Gloria es artífice principal
de su vida, bordea los 60 años y Lelio se enfoca cien por ciento
en el punto de vista de su personaje, lo trata con cariño, con
una humanidad que permite el lucimiento de la actriz.
Hay un espesor narrativo interesante en el guion, que podría pasar
desapercibido durante el tiempo indefinido en que transcurren los
eventos en la vida de Gloria luego de conocer a Rodolfo Fernández,
un hombre de su misma edad, en una picada bailable para adultos.
Hay un doble discurso, un tanto maniqueísta, que corre paralelo
entre las peripecias de Gloria. Por un lado, ella percibe la realidad
como si fuera una adolescente, acaso la primera vez que la besaran
y la primera vez que le leen un poema, encontrando fantástico todo
lo que provenga de su nueva pareja.
Es notable la lírica de las canciones elegidas por el director
para interpretar lo que siente Gloria por dentro. Cada vez que
se sube al auto, cree ser “libre, libre…” como Paloma San Basilio,
la cantante. Sin embargo, Lelio escoge una canción de Massiel,
otra cantante, cuyo título “Eres” nos da cuenta de la otra faceta
que encarna Gloria, una mujer adulta, madura, que no renuncia a
su rol de madre, pero que a su vez se permite disfrutar de la vida
luego de haber criado a sus hijos.
Esta dicotomía es súper interesante, estamos en presencia de una
niña-mujer que se siente sola y busca compañía en los lugares menos
adecuados para encontrar cariño: la picada cumbianchera, el casino
de Viña y una discoteca con música alienante.
Recurre a la marihuana para no escuchar los ruidos del vecino
ni a sí misma. De alguna manera no quiere madurar y se nos muestra
como un ser vacío que debe recurrir a la parafernalia juvenil para
sentirse viva.
Rodolfo Fernández es un pelotudo redomado. Cualquier hombre que
se precie de tal ha hecho sufrir a su mujer mucho más que este
sujeto, no dando explicaciones tan pelotudas a cada uno de sus
actos, brindándole a la pareja momentos más memorables y siempre
compartiendo una sonrisa y jamás sintiendo esa culpa que le impide
siquiera perdonarse a sí mismo.
En suma, Gloria busca en lugares equivocados y encuentra a los
hombres equivocados, una y otra vez, sin embargo, su actitud ante
la vida, aunque vacía, posee un piloto automático que la hace despertarse
en la playa luego de una tremenda borrachera y volver al hotel
a intentar recomponer el curso para nada normal de los acontecimientos.
La lúcida escena de la peluquería rearma su temple, al punto de
articular una venganza contra Rodolfo que la termina haciendo reír
de buena gana, debido a que Gloria le gusta disfrutar de la vida
a su manera, disfuncional, que la transporta casi sin darse cuenta
a una fiesta de matrimonio, bailando sola, porque es mejor estar
sola que mal acompañada.
Gloria es una mujer valiente que se siente y seguirá cada vez
más sola con esa filosofía de vida. “La verdad y la mentira se
llaman Gloriaaa…”
La película está cruzada de un patetismo delicioso que por arte
de magia brinda una visión esperanzadora al espectador. Mérito
del director.
Frase para el bronce: “Las redes sociales (Facebook, Twitter)
son como una revolución más espiritual” (reí de veras).