Geologia de un planeta desierto, de Patricio Jara


por Juan Mihovilovich

 

Un día cualquiera un individuo golpea a la puerta de la casa de su hijo y se presenta después de muerto, mientras la pareja del hijo asiste a la escena como testigo incrédula de una aparición fuera de foco.Si la síntesis extrema de la novela fuera esa, ya bastaría para justificar una trama que deja en descampado a un lector que espera un desenlace inmediato, cosa que naturalmente no ocurre y más bien dicha aparición de un cadáver, paradójicamente vivo, es apenas la punta del iceberg de una novela notablemente bien construida.

El regreso del padre muerto pareciera tener dos finalidades: primero, dar a entender que la muerte es un estado irreal y por ende puede llegar a ser un suceso absolutamente rutinario y normal si es que alguien decide la resurrección por sí y ante los demás; y segundo, que dicho deceso reconstruido como una parodia de la muerte física, sirve de pre-texto para evidenciar de manera lúdica a veces, y muy seria y profunda en la mayoría de los casos, que la vida natural sigue el curso de los acontecimientos yendo y viniendo desde el pasado hacia el presente, retomando la ilación de los mismos como un perfecto entramado de causas y efectos que el personaje central (el hijo, acaso no el padre como símbolo) va develando de un modo pausado, asociando hechos de la infancia, de la decadencia familiar producto del alcoholismo inveterado del “resucitado” y que deviene, finalmente, en una profundización exprofeso de la existencia de los mineros, de la subsistencia en un mundo plano y desértico y de la ausencia de vitalidad que pareciera subsistir bajo el polvo reseco de lo inanimado.Y paradójicamente, en esa virtual geología de los cuerpos y el suelo, se anida otro de los factores esenciales de la novela: rasguñar intencionadamente las capas de la superficie, desgarrar los sentimientos velados y exacerbar las pasiones dormidas, los hechos oscuros, las ausencias, las incomprensiones, las desidias y las explotaciones o esperas del trabajo de los mineros y esas empresas tan ocultas y soterradas que manejan el destino de un planeta caustico y desolado, entristecido y pálido desde sus raíces medio inexistentes.

Patricio Jara ha construido luego un universo a partir de un suceso nada de trivial, aunque lo presenta con una naturalidad pasmosa: el padre ha resucitado.Sin embargo, el mero hecho de volver y tocar la puerta de su casa un día cualquiera como si nada hubiera pasado, es apenas un ardid puesto a propósito para que el estigma de las dudas y de los anhelos de trascendencia resurjan en la duda misma, se patenticen en las preguntas que hace al progenitor y las respuestas de éste que insinúan casi con desidia e indiferencia un estado ambiguo, ambivalente, que hace que el lector se interrogue a su vez si el mero hecho de resucitar es verdaderamente auténtico o si se coloca con ese propósito escondido (y de nuevo paradójicamente evidente) de sacar a relucir toda la vida familiar, laboral y hasta planetaria en que el hijo se desenvolvió y en el estado actual en que su padre lo encuentra.De ahí, que Magaly, su pareja asista como una espectadora activa y casi piadosa procurando ser el enlace entre ambos: padre e hijo.Una suerte de puente que morigera el dolor del hijo y que acerca al padre muerto tornando parte del encuentro en algo extraordinariamente intenso.Quizás por ello el rechazo filial se torne luego en un acto compasivo, sobre todo cuando el hijo besa al padre en uno de los capítulos o cuando el padre lo acoge con ternura en otro.Y, no obstante, que en algún momento el hijo “descubre” que el resucitado, más allá de esa normalidad enfermiza con que aparece o reaparece en la vida física, es capaz de “levitar”, es decir, su paso y regreso tiene la sustancia de lo milagroso, aunque la radióloga le haya hecho toda clase de exámenes tendientes a dilucidar su carácter de individuo vivo, cuestión que claramente no logra al inicio de su aparición.

En suma, una novela que tiene pasajes conmovedores, situaciones de una comicidad contenida o clara, dependiendo de las circunstancias del relato.Una novela que atrapa desde la primera la última página, que el lector termina asumiendo como la historia de la vida y de la muerte al alcance de la mano, al alcance de los hechos cotidianos y que, no por nada, pueden convivir de una manera tan sencilla y directa que sólo cabe preguntarse si la trascendencia puede llegar a ser tanestremecedora como un escueto golpe con los nudillos de un muerto que viene a sacudir la abúlica indiferencia de los vivos, o lo que es mejor, (o peor, dependiendo del cristal con que se mire) las contenidas aprensiones y traumas familiares que se perpetúan en la conciencia individual sin que se crea posible modificar su entronización aparente.

Una novela que nos devuelve al fin a la buena literatura, que nos hace descubrir a un escritor de verdad con una historia tan fantástica como real y con tanta penetración psicológica que solo cabe que el lector agradezca y disfrute de ella en todas sus múltiples y variadas aristas.


 
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