Gabriela Mistral: Tótem y Tabú


por Mónica Gómez

 

Digámoslo: Gabriela Mistral le quedaba grande a Chile. Tan grande como también le quedaba Marta Brunet, narradora que hoy día comienza a rescatarse y reinterpretarse.

Gabriela Mistral, la maestra Lucila Godoy sobre la que circulan tantas especulaciones, la de un amor frustrado por un suicida que la habría convertido en poeta, la maternal, la madre frustrada que decide dedicarse a los niños, etc., etc.

Ella, eligió llamarse como un viento - mistral - y sopló (al parecer demasiado fuerte) desde la Cordillera de Los Andes hasta la Patagonia, se hizo de las fuerzas telúricas de la tierra chilena, de los misterios y la savia del Valle del Elqui, y fue (cuesta admitirlo aunque hoy nos regocijemos con un Nobel y - horror de horrores - la firma de un pisco) una extranjera entre nosotros. Los versos de su poema de igual título, La extranjera, parecieran referirse a ella misma:

‘Y va a morirse entre nosotros

en una noche en la que más padezca

con sólo su destino por almohada

de una muerte callada y extranjera’.

Aún hoy día sigue siendo entre nosotros una ignorada ilustre: deificada por la aureola que concede el peso de un Nobel, nos sirve de ostentación aunque no se la haya realmente leído y aunque en nuestros colegios no se pase de sus Recados y sus Rondas, priorizando una imagen (deformadora, por incompleta) que soslaya toda una vastísima zona de su gran poesía como son Tala y Desolación, por ejemplo.

No es de extrañar entonces, que diera las gracias a México por haberla propuesto para el Nobel y que su poesía se constituyera de sus recuerdos (vivencias) patrias y los desgarramientos de su extranjería.

‘Tierras me nombraron que no son país

y en país sin nombre me voy a morir:

(...)

Hay países que yo recuerdo

como recuerdo mis infancias...’.

 

Su poesía, en sus momentos más altos, alcanza la voz de la propia tierra, en la conjunción de los elementos indígenas y cristianos que, con naturalidad se confunden en ella, en versos que en los libros anteriormente señalados, Tala y Desolación, alcanzan en sus momentos cimeros, la hondura y el desgarro de un César Vallejo.

¿Cómo mirar, de cerca, lo que es demasiado grande? Quizás la proximidad limite, por próxima, la visión, y ésta pueda volverse más sagaz (y comprensiva) desde la distancia.

 

 

 
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