Frente
al teclado (ante el vértigo de la pantalla que te observa y espera) |
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Una
frase - “El acto de escribir es como un orgasmo prolongado”.- y
un libro viejo, rescatado de una caja –“Azul, casi transparente”-
gatillaron esta reflexión. ¿Qué busca el escritor cuando escribe? ¿Un ejercicio narcisista de mirarse en un espejo que le devuelve su imagen realzada? ¿La delicia? ¿Una epifanía? ¿O el terrible desafío de tratar de ser coherente con lo que persigue cada uno desde lo más profundo de su alma? Un tema no menos inquietante es el rol que se le asigna a los escritores (si es que se pudiera hablar de roles, de papeles predeterminados, de metas concretas por cumplir) es el hecho de tener que tener explicaciones para cuanto sucede en el mundo, como si su labor intrínseca fuese tener que responder cuando otros callan, supeditando su talento a la capacidad para enfrentar los vaivenes sociales, culturales y políticos de su entorno. El placer de ser escritor radica también en el descubrimiento de ser lectores voraces, porque al leer, nos damos cuenta de modo rotundo que nuestro esfuerzo ya fue camino transitado por otros y que, de ninguna manera, el acto escritural está disociado de lo que otros pensaron, soñaron, sufrieron y fueron capaces de plasmar.
Es por medio de las lecturas que conocemos ese placer indefinible
que produce la exactitud de las palabras, la riqueza del lenguaje
y el disfrute de entender lo que hace la cultura que se revela a
través de formas extrañas, de combinaciones impensadas, en materiales
complejos y en la increíble capacidad que adopta la creación a partir
de su artificio magnífico.
Es lo que alguien planteó: “La exquisitez de entender que el empleo
del lenguaje se une indisolublemente al acto de disgregar y volver
a construir la realidad por medio, precisamente, de ese lenguaje”.
Es la palabra lo único que sobrevivirá. Despojados de todos los
celos y mezquindades terrenales, solo quedará de nosotros lo escrito,
la idea, el sueño, el fantasma, el personaje nacido –acaso- de una
noche afiebrada o de una madrugada plena de descubrimientos y de
asombros.
Coincidamos entonces que escribir es una actividad característica
del ser humano, en tanto ser solitario y social. Solitario en el
oficio de crear la obra, social en el ejercicio de experimentar
con “realidades” nacidas desde el terreno de la mente humana, en
el camino que conduce a la creación misma, Escribir es un acto maravilloso,
inefable y, siempre, uno de los actos que más placer produce. *Víctor
Bórquez Núñez nació en Antofagasta, Segunda Región, Chile, en 1960.
Periodista, Magíster en Educación. Comparte la docencia con el periodismo,
especializándose como comentarista de cine en la prensa, radio y
TV de su ciudad. Es académico de la Universidad de Antofagasta;
comentarista de cine del diario “El Mercurio de Antofagasta” y columnista
de diversas revistas virtuales a nivel nacional. Tiene diez libros
publicados, el último de los cuales lleva por título ‘Mujeres Suspendidas’
(cuentos).
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