He
aquí un fragmento del libro Nascimento, el editor de los chilenos.
En su convocatoria 2013, el jurado del Concurso Escrituras de la Memoria,
otorgado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, declaró
ganador por unanimidad a un hasta entonces inédito libro de Felipe
Reyes, obra que rescata la vida e importante labor de un emigrante
portugués que por obra del destino, y producto de su pasión por la
literatura chilena, se convertirá en el más importante de sus editores.
Afines
de la década del cincuenta, la industria del libro chileno comienza
a manifestar síntomas de enfermedad. Se genera una crisis que provoca
el cierre de varias editoriales y librerías y relega a la producción
local por debajo de la argentina y la mexicana, que por entonces comienzan
su despegue sustentadas en políticas estatales de apoyo a la producción
editorial.
En el mes de octubre de 1959, el diario La Nación publica un suplemento
dedicado a establecer las causas y deficiencias de la industria local,
Frente y perfil de los problemas del libro chileno; instancia en la
que los distintos actores de la escena librera local –escritores,
editores, libreros– pasan revista a la crisis y proponen soluciones.
En dicho suplemento, Carlos George-Nascimento, “uno de los puntales
de la industria del libro en nuestro país”, y de cuya editorial “han
salido las mejores ediciones de las obras nacionales, que siempre
contaron con la marcada preferencia de Nascimento”, reflexiona en
torno a este tema y afirma:
Es una proeza editar autores nacionales. A diferencia de España, Argentina
y México, la industria editorial chilena es la Cenicienta de las industrias
nacionales. No solo no recibe estímulo alguno, sino que encuentra
numerosos tropiezos. Para una mayor expansión de la industria editorial
chilena habría que contar con el mercado latinoamericano, ya que nuestro
propio mercado está limitado por una población tres y cuatro veces
menor que la de esos otros tres países. Y el mercado latinoamericano
es de difícil acceso para nuestros libros, debido a los altos costos.
Nuestra industria gráfica no cuenta con ninguna facilidad especial
para la importación de maquinaria moderna, única manera de abaratar
costos y mejorar la calidad. Por otro lado, hay papel nacional en
cantidad, pero con poca variedad, y los precios son bastante más altos
que el papel importado. Los papeles que comenzaron a venderse barato
(bulky) han subido tanto, que ya casi se han nivelado con los otros.
Y las tintas, que no pueden importarse, anulan todo esfuerzo para
mejorar la nitidez de las impresiones.
Creemos entonces que es una verdadera proeza haber resistido casi
medio siglo editando únicamente libros de autor chileno [sic], sin
apoyarse en ediciones de revistas y sin contar con ninguna protección
directa ni indirecta. Pero, para terminar, continuaremos editando
de todas maneras exclusivamente autores nacionales, esperando que
algún día, como lo han hecho en España, Argentina y México, se favorezca
a esta industria tan ligada a la cultura nacional.1
Para el escritor José Santos González Vera –entonces secretario de
la Comisión Chilena de Cooperación Intelectual, organismo dependiente
de la Universidad de Chile–, otro de los consultados, resultaba “algo
milagroso el hecho de que nuestro país, todavía de rala población,
tenga tantos lectores. Más milagroso aún el caso de libros que en
menos de un semestre se venden cantidades que oscilan entre los tres
y los cinco mil ejemplares”.
Para el autor de Vidas mínimas, refiriéndose a una solución integral
del problema del libro, también resulta determinante la gran cantidad
de analfabetos existentes en nuestro país, los que por su condición
quedaban al margen de la lectura. “Por otra parte –continua González
Vera–, las nuevas plantas de energía eléctrica han alargado el día
en cinco o seis horas en unos 700 fundos, caseríos y pueblos, que
se alumbraban con el resplandor del brasero, chonchones o velas. Supongamos
que bajo la ampolleta los hombres arreglen sus aperos; las mujeres
cosan y los niños y adolescentes preparen sus tareas y lean. ¿Qué
pueden leer? Algún silabario, diarios y revistas viejos, porque no
hay libros en los sitios apartados. En las ciudades tampoco el proletariado
puede leer. El libro es caro. Sin embargo, al menos las grandes empresas,
dan a sus trabajadores una fracción. ¿No sería viable que parte de
esta entrada se dedicara a la formación de bibliotecas gremiales?”,
concluye el escritor.
En dicho suplemento, un equipo de asesores del Ministerio de Economía
entrega un desolador diagnóstico sobre nuestra “subdesarrollada industria
editorial chilena”. En ese momento, para los economistas no existía
una industria editora que pudiera llamarse como tal, calificando de
“lamentable” el estado en que se encontraba. También lamentan que
Chile no aprovechara la coyuntura del año 1936, cuando decayeron las
editoriales españolas para crear una pujante industria del libro.
Según el informe, el mercado español fue acaparado con gran visión
por México y Argentina. El informe también aconsejaba no dar gran
importancia a la protección estatal, y añade: “El fomento de la industria
como factor económico, solo puede estudiarse desde el punto de vista
de la exportación, porque la poca población del país es un freno para
las ediciones. Pocos son los autores nacionales cuyos libros alcanzan
a venderse dos mil ejemplares. Los que llegan a cinco mil, probablemente,
no son más de cinco autores”.
Respecto al equipamiento y maquinaria de imprenta, el informe es categórico.
En él se señala que “la industria gráfica está pésimamente equipada,
tal vez sin ninguna excepción. Su maquinaria es muy antigua y corresponde,
en general, a equipos de una mediana industria de 1920. Hasta ahora
no contaban con facilidades para la renovación de sus equipos. Actualmente
hay libertad para importar cualquier maquinaria con sólo un depósito
de 200%, o bien sin depósito de ninguna clase, si se adquieren con
créditos diferidos, que pueden pagarse en cinco años, lo mismo que
los derechos aduaneros”.
En cuanto a la materia prima y mano de obra, el informe continúa siendo
poco optimista: “No se producen en el país papeles adecuados para
la impresión de libros, ni en variedad, calidad, ni precios. En la
actualidad – agrega el documento – hay libertad para importar cualquier
clase de papel. Las dificultades para hacerlo nacen, exclusivamente,
de si es o no económico hacerlo, en vista de los depósitos y de la
falta de editoriales. […] Las tintas que se producen en el país, en
general, son aceptables, pero para una edición de lujo se necesitarían
no sólo importar tintas y papel, sino también maquinarias y personal
técnico”.
Dicho informe resultaba totalmente contrario al diagnóstico dado por
los editores, escritores y libreros. Sin embargo, el último punto
del estudio aunaba posiciones. En él se afirmaba rotundamente que
“los libros no sólo no están al alcance de los hogares modestos, sino
que ni siquiera pueden ser adquiridos por la clase media. Ello es
igualmente cierto para los libros nacionales y extranjeros”, concluía
el documento.
Según Bernardo Subercaseaux, autor de La historia del libro en Chile,
desde los inicios de la expansión editorial chilena a mediados de
los años veinte: “no hubo ni un rol activo por parte del Estado, ni
menos una política de fomento o una legislación proteccionista y sectorial
específica como lo hubo con respecto a la industria del azúcar. Por
el contrario, a la industria editorial más bien se la perjudicó al
subir los aranceles a la importación de maquinaria y papel”.
En este escenario, pese a todas las dificultades y apoyada en la imprenta
propia, editorial Nascimento logra mantenerse a flote económicamente
y seguir publicando. (páginas 259 - 262)
Autor:
Felipe Reyes Flores
Minimocomún Ediciones
Formato rústico / Impresión digital
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