Esa fascinante actividad de escribir, de leer y reescribir...

 

Por Víctor Bórquez Núñez *

 

Recuerdo siempre las palabras de mi maestro, el poeta esencial del Norte Grande, Andrés Sabella Gálvez, cuando me dio el que tal vez haya sido su mejor consejo: “si usted quiere dedicarse a escribir, sepa que es lo más fácil del mundo. Pero si quiere escribir de verdad, aprenda a corregir porque eso sí que es tarea ardua”.

Cuando han transcurrido ya casi cuatro décadas desde entonces, y ante una gran cantidad de jóvenes que me visitan casi a diario en mi oficina para preguntarme qué “receta” deben seguir para aprender este oficio tan delicado de escribir, yo solamente les digo: “no hay recetas, solo hay esfuerzo”. Y claro, agrego lo que me dijo mi maestro y le añado también lo planteado de manera lúcida por más de un teórico, se debe leer todos los días para incrementar el lenguaje y reforzar las ideas.

Porque en estricto rigor el acto escritural es al mismo tiempo una lectura, porque quien escribe lo hace finalmente para ser leído, para ser reconocido por medio de la reconstrucción de una idea que ha quedado plasmada antes en un escrito.

Recuerdo que alguien señaló también que se escribe para leer aquello que se ha escrito. Y eso es un hecho indesmentible y placentero.

Cada persona que escribe lo hace porque detrás de sus ideas, de sus pensamientos transformados en palabras impresas quiere expresar algo, comunicar algo, poner en común algo con los demás.

Y desde esa perspectiva todo escritor debe ser un lector voraz, que se deleite con el consumo de textos de todas las índoles, de cualquier procedencia. La lectura –qué duda cabe- nos permite entender modos de comportamiento, sumergirnos en culturas distantes y desarrollar la imaginación en esta época en que las redes sociales, o mejor planteado, el mal empleo de estas redes sociales, han significado un paulatino deterioro y empobrecimiento de la exquisita actividad que constituye la lectura.

LEO, LUEGO ESCRIBO

Se ha planteado también con meridiana claridad que eres lo que lees. Parafraseando, por lo que leas serás reconocido.

Y es que efectivamente no puede existir un aspirante a escritor serio que no disfrute con la lectura o la relectura de un libro. Los escritores de gran trayectoria suelen reconocer que mientras más leen, más regresan a un puñado reducido de textos medulares que los han forjado plenamente en su existencia.

Hay en la actividad previa a la escritura una actividad insoslayable: leer. Leer con pasión, con convicción, con el deseo conciente de que se está ampliando la mirada respecto de todos los mundos posibles.

Aquello que se ha leído puede ser entonces parte sustantiva de un escrito, la materia prima para aquello que ha fascinado los sentidos como lector.

Es inevitable que se produzca este trasvasije de lo leído en el acto escritural. Lo que se incorpora como lector influye de manera directa en todo lo que se produce como escritor.

Y por esto tenía plena razón el maestro Sabella cuando me decía que escribir es fácil. Porque cualquiera puede hacerlo. El verdadero arte está en la reescritura, en la corrección, en el análisis de lo que uno desea entregar a los demás, teniendo presente que lo escrito, lo plasmado, queda y nos expone de manera brutal delante del ojo crítico de los lectores.

Este acto de escribir es fascinante, en la medida que se asuma como un viaje en búsqueda de motivos que nacen y es preciso darles un curso exacto y perentorio.

Pero cabe todavía otro elemento a es “receta” que tanto anhelan los que aspiran a plasmar sus mundos en la palabra escrita: el acto de la escritura no puede ni debe ser fruto de la vanidad.

Escribir (como leer) es un arte y un oficio al mismo tiempo. Nos permite aprender, nos ayuda a modelar nuestras ideas y experiencias. Nos obliga a reconocernos y a reconocer que existen tantos que, de manera indudable, son mejores que nosotros, que poseen más experiencia, que han obtenido la sabiduría que uno recién atisba en esto de la exposición a los demás.

Lo más gratificante termina siendo que mientras uno más escribe, se torna (o debiera tornarse) más humilde y descubre que apenas está contribuyendo con un punto de vista, con una mirada –limitada, ciertamente-respecto de un sinnúmero de temas y situaciones. Es en esa humildad que debemos sentar las bases para lo que vendrá.

Y lo que vendrá, vaya uno a saber qué será, constituye lo gratificante de esta experiencia.

 

* Víctor Bórquez Núñez, periodista, escritor, académico del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Antofagasta.

 

 
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