El señorìo del lenguage, la obra poètica de Juan Antonio Massone

 

Por Ariel Fernández

 

1. ¿Quién es Juan Antonio Massone?
Un hombre que toma en serio la palabra, que vive un apostolado de su silencio metafórico, que cada instante, para él, significa una parte que se fuga de su tiempo. Pertenece a una generación de poetas que ha dejado la herencia de sus obra insertas en un plano de auténtica austeridad.Trabajador incansable de la meditación poética, como pocos la sostienen.De ahí su diversidad en los diferentes géneros de la poesía, el ensayo, la antología y la bibliografía. De sus libros, destacan: Pepita Turina o la vida que nos duele (1980); Jorge Luis Borges en su alma enamorada (1987); antologías donde figuran Fray Luis de León, Francisco de Quevedo, César Vallejo, Óscar Castro, Roque Esteban Scarpa, Fernando Durán Villarreal, entre otros, y una selección de poetas chilenos.

En poesía, mencionaremos: Alguien hablará por mi silencio (1978); Las horas en el tiempo (1979); En voz alta (1983); Las siete palabras (1987); Poemas del amor joven (1989); A raíz de estar despierto (1995); Pedazos enteros (2000); En el centro de tu nombre (2004 y 2015). A esta parte de su producción literaria, corresponde una muy significativa distinción, como es la de pertenecer a la Academia Chilena de la Lengua; ello motiva en nosotros, el agradecimiento de tener a un representante conspicuo de las letras nacionales, entre nosotros.

El título de este escrito obedece más a un sentido de pureza y sencillez que alcanza la experiencia de un metalenguaje, que comunica aquello que no está en la representatividad de las formas. He aquí como las palabras se fugan de su propio contenido visual, no obedecen a una simple grafía o construcción gramatical; más bien se dirigen hacia el monólogo interior, esa riqueza de palabras no escritas pero que están en la subjetividad emocional del autor, entregándonos una interpretación fluyente del tiempo, la vida y la muerte.

2. En la obra poética de Juan Antonio Massone hay un hilo sutil que nos acerca a “El mundo como voluntad y representación”, de Arthur Schopenhauer. Sabe que el hombre es un puente y no una meta; este sentido trascendentalista le confirma que todo accionar es un tránsito y uno ocaso que debemos amar. En este mundo de las ideas, el sentido ontológico de restituir lo perdido, está implícito en algo que no debemos olvidar. Recordamos en Massone este pensamiento de Zarathustra: “Es verdad: amamos la vida no porque estamos habituados a vivir, sino porque estamos habituados a amar”. Y esa va a ser la corriente de conciencia que alumbrará sus escritos.

Lo primero que nos presenta la poesía de Juan Antonio Massone, es la sublimidad que trasciende la circunstancia del hombre. Basta un detalle para abrir esa puerta tan oculta del yo esencial, ese centro que está más allá de los espejismos: “Es mejor callar algún día/ y escabullirse en el camino/ con uno mismo tan adentro/ como nos permitan/ el dolor y la fatiga/ de las manos…/ Es más bueno un poema/ al oído de una muchacha/ que nos olvidó muy pronto,/ hay más corazón en el recuerdo/ que en todo privilegio…”.

El poeta nos propone la ruptura temporal de las circunstancias; es un ámbito donde en algún instante de nuestras vidas reconoceremos igual que Borges, que “las paralelas no existen, son modificadas por mi presencia”.

Todo pensamiento, ámbito existencial, produce la consiguiente traslación metafísica. Así afirmará: “Usted está allí,/ en ese sitio donde ahora lee;/ yo, un quizás, un tal vez donde/ ni yo mismo me percato./ Está allí, aquí, justo en el tiempo/ de un sitio en donde yergue/ su vida y la dispersa”. Recordando a Borges sobre la opinión que diera sobre la poesía, diremos que ella no está en el poema propiamente, porque un poema está hecho de símbolos. La poesía está en el momento en que el poeta la escribe y en el que el lector la lee; y que las palabras son el instrumento de ésta.

¿Acaso no es el mismo poeta que también se dispersa en miles de fragmentos de vida, en una sucesión de instantes? Enfrentados el tiempo del autor y el del lector, distintas realidades, distintas apariencias, hechos, recuerdos y olvidos, lo que se rescata es una comunión de sentimientos, tal vez una divagación o la realidad de algo que va a suceder, no sólo en el ánimo del que lee sino también en el que firma En voz alta un libro, tal como su nombre lo define.

Juan Antonio Massone restituye a la poesía un verdadero sentido lírico, donde el sueño, la distancia, lo perdido, es algo que está más allá de la idea; es sentimiento vivo de toda representación del mundo creado. En esta disyuntiva inefable, confiesa: “Uno no sabe si llorar/ o interrogar al tiempo,/ si padecer la soledad encallada/ o vestirse en la noche de alba nueva,/ maldecir al sino indiferente/ o esperar que amanezcan los enigmas”.

En su poesía hay énfasis coloquiales, fragmentos sostenidos por raíces que están en todas partes persiguiéndonos; son esos recuerdos que agudizan palabras transformadas en simbologías que están más allá de toda historia. Massone no se queda en el hábitat propuesto por la poesía misma; son traslaticias sus imágenes, son como las constantes mareas que llevan en su seno los vertiginosos lagrimales de los ríos; en ellos puede desertar la luz y ser todo noche; mas nunca dejará el sentido platónico donde el asombro es creación. El sentido de ciudad lo conmueve, lo enfrenta al otro. Así dirá:

¡Ahora usted es un instante,

ahora los autos se persiguen,

alguna gaviota pierde a su bandada

y un albatros muere de pena contra un risco…

ahora hay un olvido

odiando a la memoria…”

 

Una de las claves de esta poesía está en la expresión dubitante de las emociones; esto no es una consecuencia analítica del poema; por el contrario, es alcanzar una autenticidad que otorga “un valor arcano y casi religioso, que va más allá de su propio contorno estético”. Esa emocionalidad dubitativa que expresa, es el mismo límite propuesto por William Blake, cuando dice: “¿No comprendes que cada pájaro que hiende el camino del aire, es un mundo inmenso de delicias cerrado para tus cinco sentidos?” Esta realidad que irá indagando, está implícita en toda su obra.

Otro de los aspectos que comunica, es totalizar el recuerdo no como simple dato de algo sucedido; es más profundo, más intemporal, más absoluto; es como ignorar los espejos incalculables de la representación para adentrarnos en lo vasto y sublime interior: es esa regresión a un pasado, a esa ansia de proyectarse antes de ser. Es buscar la síntesis, el origen de toda causa; la cuna de toda creación. El poema para Massone es la interpretación del mundo, ese paso de lo divino a lo humano y viceversa; pero también sabe que en cada paso, se van restando palabras y formas hasta llegar al encuentro del lenguaje único, aquel no pronunciado pero que está vivo en nuestro yo; ese mismo idioma antes de la dispersión de las lenguas en la Torre de Babel.Es un lenguaje que se expresa en silencio, en gestos, en susurros; es el mismo lenguaje de la naturaleza. Está en el poeta comunicarlo. Los inefables que alcanzan esa liberación de las formas exteriores, podrán dialogar con lo olvidado como si fuese el primer día de la Creación. El metalenguaje es una proposición que se angustia por la idea como naturaleza en desarrollo; es el drama y el origen de la poesía que se revela. Muy dentro de él, en la otra orilla, está inmersa “la muerte y su proclama”. Es el gran puerto cósmico adonde arribarán sus sueños primordiales, donde “cogerás en tus labios mi nombre/ y entonces seré voz de cicatriz/ por donde escape el recuerdo”.

3.“Hay que estar orgulloso del dolor. Todo dolor es un recuerdo de nuestra condición elevada”. Esto lo dice Novalis, y está presente en cada “espacio que lo envuelve”; ese encontrarse con el corazón puro en la más alta e íntima reflexión; saberse múltiple y a la vez uno; es hacia donde nos conduce esa peregrinación de mundos que se desgajan de la ilusión hasta encontrar la verdad a través del sueño, la naturaleza y el espíritu.

Recuerdo tres libros de Herman Hesse, en donde se percibe la metamorfosis del ser, la continua evasión para encontrarse con uno mismo. Ellos son: Demian, El lobo estepario y Sidharta. Juan Antonio Massone nos entrega entre líneas, esa actyitud congnoscitiva y crítica a la vez de Harry Haller, el protagonista de El lobo estepario, cuando penetra el mundo, toda esa fiebre de arribismo, vanidad y desvarío constante a través de un “espiritualismo fementido”. Herman Hesse dirá: “Por desgracia la mirada profundizaba aún más; llegaba no sólo a los defectos y a las desesperanzas de nuestro tiempo; de nuestra espiritualidad y nuestra cultura; llegaba hasta e corazón de toda la humanidad; expresaba elocuentemente en un solo segundo la duda entera de un pensador, de un sabio quizá, en la dignidad y en el sentido general de la vida humana”.

El poeta asume esa condición de la lucha consigo mismo, donde el hombre se cuestiona como sujeto de redención. Las siete palabras bíblicas, el vía crucis, la muerte y la salvación final, están sintetizados en dos líneas, cuando Massone nos confiesa: “Nadie puede alcanzarse/ si no sabe perderé”. Y esto tiene sentido circular: existe la posibilidad de alcanzar lo perdido, aquello que nos hace añorar y que forma esa nostalgia arcaica que es luz de los pueblos.

No es raro hallar en su proposición poética, esa metafísica de la luz que San Agustín toma de la filosofía platónica, concepto que se encentra en los Vedas y también en Heráclito y en los estoicos. De allí, la realidad sensible es reflejo de la Verdad Inmutable. Por su parte, Filón, manifiesta que la luz es sol intelectual, que no se conoce por los sentidos sino por la inteligencia. En este aspecto, cada palabra del poeta, es revelación de ese sol metafórico que la proyecta. Massone conoce el mundo real y el doble aspecto de las cosas; lo que hay dentro de ellas como cosa en sí y universal; lo que aparenta ser y lo que se evade; un pensamiento empírico de profunda interioridad reflexiva: “Olvidó mi lengua retener/ las palabras nacidas de otros/ cielos. El viaje termina aquí./ Alcánzame el amparo de la luna./ Quiero al fin poner mi oído/ junto a un pozo de sol/ y escuchar los pasos del mar”.

Otro de los aspectos existenciales en Massone son los estados cambiantes en procura de algo más, pero que siempre deja en el camino el sabor amargo de ser un fragmento de muchas vidas, de muchos recuerdos: “Pero ahora mismo hay tantas cosas, tantas/ que ninguna lengua sabe adormecer/ y los fragmentos están sobre la mesa”. Se enfrenta al mundo de hoy. Fracturado en su alma, sometido a turbulentas ambivalencias que sólo reconocen un valor globalizante en la sociedad consumista. La mesa representa el lugar del diálogo, acto ceremonial del gran banquete, donde la palabra es su fruta dolorida; en ella sucumbe toda hipocresía; sólo el señorío de la emoción ante el encuentro; aquellos que ya no están y los otros que conviven cotidianamente. Esa “raíz de estar despierto” es lo que lo convoca a escribir “como empezándome un mundo. Esto significa/ que mis ojos no quieren acostumbrarse/ a la muerte”.

4. Cada libro de Massone posee una unidad sentimental, un equilibrio racional exento de verbalismos inútiles, en sucesivas iluminaciones poéticas. Posee una emocionalidad lírica plena de connotaciones que van desde la intención de sugerentes estados coloquiales que asumen una cabal síntesis en la visión metafórica, hasta la íntima concepción del verso, en su expresión más diáfana.

Hegel afirma: “En el lenguaje el hombre es verdaderamente creador”; por ello, el lenguaje es la primera expresión de exterioridad; la más simple forma de existencia; lo que el hombre se representa, se lo representa como interiormente hablado y, por tanto, es la máxima libertad de la palabra. Cuando el lenguaje interior se lo somete a la racionalidad del hábito, únicamente el poeta puede transgredir esos límites para, entonces, volver a crear; instancia de reencontrarse con el origen perdido. Y ese origen es percibir el lenguaje de todo silencio.

La poesía de Juan Antonio Massone comonuica esa libertad subjetiva del estar en sí; y, por ende, lo que nos dice pertenece al mundo. Una eticidad como la señala Benedettto Croce, afirma esa trascendencia de la belleza que no sólo es un determinismo semántico, sino la expresión de un solemne ritual que es la poesía. Siente la compartida voz de la naturaleza y el arte como lo sostiene Jacques Maritain. En su obra se distingue una decantada perseverancia lingüística; un acceder a los más íntimos pliegues del alma. Expresa más allá de la instancia física, la emoción que se esfuma de la lluvia, más lejos de la pena pero dentro de la pena; cada vez más cerca del tú hasta llegar al tercero que tiene la potestad atemporal; una ascensión de lo diáfano hacia el transcurrir del tiempo. Una proposición es y lo que es se sucede. No es extraño que nos ubique en las orillas heraclitanas del fluir constante en el espejo de tantas multitudes, en lo real y lo aparente del Eclesiastés o en la esperanza de lo que hemos perdido; siempre ello será sustento, cuando la verdad está implícita en la naturalidad de su vibrante mensaje, pleno de meditación.

Su libro Pedazos Enteros está compuesto de tres partes: “Pedazos del alba”, “Pedazos de la tarde”, “Pedazos de la noche”. ¿No estaremos hechos de esta intemporal trilogía mística, donde el hombre, siente ser un río? Un río donde su cauce es el de la irrenunciable poesía, que hace del hombre un puente entre lo humano y lo divino.

La aseveración que hace Juan Antonio Massone de que “Alguien hablará por mi silencio”, quedará para la posteridad cuando se cierre el círculo, y sean otras voces las que hablen por su silencio.

 

 
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