El ensayo en escorzo


por H. Ortega-Parada


En primer lugar, nos matricularemos introduciendo unos cuantos pensamientos en torno a materias iconoclastas de la Literatura (con mayúscula). Es indudable que esta materia esencial del espíritu humano le es propia desde cuando razonó que la Naturaleza le proveía de instantes de maravilla, ora levantando la vista hacia la luna y las estrellas, ora contemplando el nacimiento de las flores y de sus frutos, o en aquel instante sagrado cuando las sombras lo invaden todo. No vamos a abusar de descripciones latas porque toda persona que lee, suponemos que entiende de estos fenómenos. Lo que no está bien entendido, incluso por muchos escritores y críticos, es que la Literatura pertenece al reino del Arte. Por lo tanto, todo ejercicio artístico compromete una capacidad de creación a partir de un sentimiento o de un ensueño (o de ambos elementos). Las sensaciones que la mente y el corazón transforman en lenguaje escrito o pronunciado por los labios, conmovidos por un sentimiento de belleza (las cosas oscuras o denostaciones o diabólicas, también suelen ser detonantes), estos constituyen formas literarias. Los recuerdos o remembranzas de mitos y leyendas, pronunciados junto al fogón, portan -a no dudarlo- el magma definible de un espacio del Arte. El lenguaje también se expresa a través de formas físicas: talla o modelación de materia, de la línea extendida en un soporte con el propósito de representar un ser o una inquietud; como, asimismo, por uso del color sobre variados elementos (el color también habla). Contemporáneamente, vemos cómo el artista -muchas veces sin preparación especial- se manifiesta usando tecnología fotográfica o digital, con resultados maravillosos. En suma, el lenguaje artístico se ha apoderado en la actualidad de todo elemento físico o electrónico factible de ser manipulado en función de aquel fenómeno que nos preocupa. Si retornamos a la creación verbal de ese orden, tenemos ya múltiples géneros tradicionales: la poesía, la narrativa, la crítica, el memorial, el drama o la comedia para el teatro, y el ensayo específico. Hay autores, como Raúl Zurita, que descreen de la supervivencia del poema, del cuento, de la novela y del ensayo como géneros separados; en tanto es posible entender que un poema puede ser en prosa (Baudelaire) y que una larga historia recibida a través de la tradición fue, por último, escrita como un poema (Homero). Demos crédito, además, para entender que los grandes textos sánscritos o védicos contienen implícitamente un arranque psicológico poético ordenado por la cosa mística y la ordenación moral de una sociedad. La Biblia está escrita en versículos.

En este minuto, el acto compulsivo es retener ante nuestra vista y nuestra comprensión profunda, el género literario llamado ensayo. Para ello, vamos a comentar algunas propuestas. Estamos en el año 2015 y es honesto introducirse en la web. Wikipedia dice en el primer párrafo: ”El ensayo es la interpretación o explicación de un determinado tema: humanístico, filosófico, político, social, cultural, deportivo, por mencionar algunos ejemplos”. El ensayo, ¿interpreta o explica una cuestión? Eso nos parece un dudoso comienzo; sin embargo, el autor de ese intento frustrado (a nuestro parecer), agrega algo más complaciente: “Un ensayo es una obra literaria relativamente breve, de reflexión subjetiva, en la que el autor trata de una manera personal, no exhaustiva, y en la que muestra de forma más o menos explícita cierta voluntad de estilo”. Esto último propone crear una obra literaria, no simplemente informativa. Las dos citas, en el fondo, se oponen y obliga a suponer que se trató de un pastiche o de un collage intelectual. Todo texto comunica algo, por lo cual también es superfluo el apoyo en la palabra “informativa”. Sí podemos consagrar un acuerdo pues estamos tratando un género literario. La brevedad tampoco es una condición del ensayo. Tengo a la vista “Ensayos de Montaigne”, en su primera traducción al castellano (obra de Constantino Román y Salamero, para Casa Editorial Garnier Hermanos, de París, s/f) y constato que el texto ”De la vanidad”, tiene 54 páginas en tipografía pequeña y apretada; ”De la filosofía”, 26 páginas; “Sobre unos versos de Virgilio”, 55 páginas. También es cierto que “Del desmentir”, ocupa sólo cuatro. ¿Eliminamos, en consecuencia, aquella supuesta condición de espacio?

Tengamos presente que esa fuente de información (wikipedia) servirá para que muchos estudiantes de letras corten y pegoteen, así como lo estamos haciendo aquí pero con otro propósito inconfesable. También es posible que académicos y escritores poco perspicaces, se beban esa coca-cola. Pero nuestra intención es desbaratar la serie de incongruencias allí establecidas; veamos, pues, otro parágrafo desprendido de allí: ”En la actualidad está definido (el ensayo) como género literario, debido al lenguaje, muchas veces poético y cuidado que usan los autores, pero en realidad, el ensayo no siempre podrá clasificarse como tal. En ocasiones se reduce a una serie de divagaciones y elucubraciones, la mayoría de las veces de aspecto crítico, en las cuales el autor expresa sus reflexiones acerca de un tema determinado o, incluso, sin específico tema alguno”. Sólo por azar, algo risueños, traigamos a colación una cita del propio Señor de Montaigne, que teníamos cercana: “Es locura amarrar a él todos nuestros pensamientos zambulléndose con afección furiosa é inmoderada”. Esto era en función de un verso de Ovidio. ”Ná que ver”, dirá un chusco. Léase con cuidado la cita del wiki. El lenguaje habitual de quien modeló para la modernidad (y después) este género, no es ni con mucho poético. Tampoco podemos decirlo respecto de los escritos de nuestro Martín Cerda. Que los hay, los hay. Muy distinto es entender que la actitud poética del escritor de ensayo sí es válida, porque se está dando libre curso a aquello que ‘les atormenta’ (decir del psiquiatra Fromantin). La actitud poética es primaria para todo ser que piensa, medita y trata de obtener respuestas a una íntima inquietud. Así, poetas y ensayistas son hermanos; ambos dentro de la literatura como lenguaje de arte (uso un pleonasmo para desasnar). Y aquí nos hemos remitido al verdadero maestro de nuestros tiempos, que entendió perfectamente a Montaigne y que nos ilustró sobre la fenomenología que respalda toda actitud reflexiva y creativa: Gastón Bachelard, el último sabio del siglo XX. Él descubrió la fantasía del conocimiento objetivo y descubre un nuevo movimiento de la imaginación, una sintaxis de la imaginación, una estructura de la imagen interior. Bachelard eleva la categoría de la imaginación porque es la parte creadora. Nos habla, pues, del dinamismo de la imagen. Martín Cerda fue alumno durante tres años de Gastón Bachelard, en La Sorbonne, y por tal su brevísimo ensayo ”Casa fantasma” es el epicentro de toda su gestualidad intelectual y social. Y no en vano el barcelonés Eugenio D’Ors llegó a decir que “el ensayo es la poetización del saber”; aunque mejor sería: poetización del querer saber.

Los “Éssais”, de Montaigne, no nacen, tampoco, de la nada. Desde la antigüedad greco-latina se conocen textos reflexivos, casi confesionales, y muchos de alabanza; todos los cuales van prefigurando el estilo tan particular de un texto literario como el que nos convoca. Nos permitimos, a continuación, tomar algunos segmentos del capítulo ”Martín Cerda. Vida quebrada”, del libro ”Tentación de recordar” (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2015), por derecho de autoría y pensamiento ya ilustrado. “Aunque en Chile ha habido excelentes ensayistas, la prosa y el fundamento de la escritura de Martín Cerda es una excepción. Afrancesado, le han dicho casi en tono peyorativo. Pudieron decirlo por ignorancia, para esconder la propia torpeza de criterio: no tuvieron aceptable capacidad de lecto-comprensión. También pudieron decirlo por recelo, por temor. Porque no es incierto que los ensayos de Montaigne, constituyen el fundamento del escepticismo moderno. Y, al decir de Martín Cerda: El ensayista, de este modo parte de una forma para vivenciarla, interiorizarla, sentirla e interrogarla; pero su trabajo no para nunca ahí, sino, al contrario, se prolonga cada vez que la lectura de un libro, la contemplación de una obra artística o la reflexión sobre una idea ajena, se convierten, a su vez en el punto de partida de su propio discurso... (“La palabra quebrada”, p. 21)”.

Cerda, además, podría haber sido admirador consciente o inconsciente de Nietzsche, en cuanto a la forma concisa, telegráfica, de sus mensajes; pero nunca con el totalitarismo y la franqueza desinhibida del fondo y propósitos del alemán que instaura la fe de la voluntad y del poder sobre sí mismo. No. Sin ser un ente contemplativo, Martín Cerda está en el baile de máscaras y baila. Y se hunde. Solamente que sus textos reflejan esa crítica moral propia del alemán. Su trabajo publicado en libros (escasamente dos, y algunos más post mortem) es, por lo general, autorreferente; en ningún caso el producto de una autobiografía, a pesar de lo que declara en términos del Discurso a la Academia Chilena de la Lengua (24.10.83), con motivo de recibir el Premio Academia por su libro clave ”La palabra quebrada”: “Se trata desde luego como todo ensayo de un texto sustantivamente biográfico, sólo que la vida que se asoma desde sus páginas es la de un hombre ocupado en leer, glosar e interpretar lo escrito por otros. Se trata, en suma, de un texto en el que se pretendió expresamente que re-sonaran esas palabras que, hace cuatro siglos, antepuso Montaigne a sus Ensayos: Ainsi lecteur, je suis moy-mesmes la matiére de mon livre“. Tampoco en “Escritorio” (1987) y en las papelerías que resucitan, abandona aquella actitud.

Respecto de la preparación de nuestros cuerpos docentes (que inciden directamente en la culturización de nuevos profesionales) hemos detectado (alguna vez in situ) que la enseñanza de la literatura abarca en Chile preferentemente las escuelas hispanoamericanas, dejando de lado la influencia docta y sistemática de un mundo de pensadores europeos. ¿Complejos? ¿Inhabilidad? ¿Ignorancia? No sabemos. Un amigo doctorado me ha dicho que en la universidad sólo mostraron de Bachelard sus revelaciones de los mitos que evidencian latamente los escritores, los artistas. Ese no es el sabio profundo. Hay que leerlo desde sus trabajos de psicoanálisis del espíritu científico.

En la Europa que conoció Cerda, fue discípulo directo de grandes pensadores del siglo XX: Maurice Merleau-Ponty (1908-1961; fenomenólogo del conocimiento humano), Gaston Bachelard (1884-1962; físico, filósofo, crítico literario, psicoanalista del mito y la poesía), Jean Hipolitte (1907-1968; filósofo, profesor de Foucault y Deleuze), Lucien Goldmann (1913-1970; filósofo y sociólogo), Jean Wahl (1888-1974; importante filósofo). A todos ellos los conoció en su plenitud de madurez intelectual. Punto aparte, su conocimiento de Giorgy Lukács (1885-1971; filósofo marxista, teórico y crítico literario, personaje político). Lukács, es un autor depresivo; encontrado y estudiado por un joven estudioso tan depresivo como él. Pero más que ellos, influenció al maestro chileno, su lectura microscópica de los textos de José Ortega y Gasset.

Cerda ha utilizado mil formas para definir el ensayo, materia difícilmente aprehensible si no se tiene en consideración este pensamiento suyo: ”Lo verdaderamente esencial en cada ensayo no reside, en consecuencia, en el objeto de que se ocupa, sino, más bien, en las preguntas a que lo somete discreta y, a la vez, radicalmente, porque esas preguntas suelen tocar -decía Lukács- la concepción del mundo en su desnuda pureza” (La palabra quebrada, p.24, edición 1982). Está hablando, por supuesto, de literatura como hija del arte; por lo tanto, no pretende demostrar nada, salvo un estado de ánimo: porque sus escritos son arte. Materia que, desde otra fuente imprescindible, es esencial para comprender la estructura del pensamiento literario: Por tanto, estudiando las literaturas se podrá hacer la historia moral e ir hacia el conocimiento de las leyes psicológicas de las que dependen los acontecimientos, sentencia que está en la Introducción a la “Historia de la literatura inglesa”, de Hippolyte Taine (París, 1864). Téngase presente. Si del fondo del Mar Egeo se extrae una escultura de bronce, junto a ese personaje emerge una voz que reconstruye una época, una costumbre por su apariencia de vestir, un modo de ser, un pensamiento inédito. ¿Qué desean que agregue, mirando en nuestro derredor? ”La sociedad no es una enfermedad, sino un desastre. Es un milagro estúpido que consigamos vivir en ella”, Emil Cioran.

En verdad, el tema en tabla es un paisaje vasto y hermoso que requiere de nuestra paz interior. Toda la lección está insistentemente tratada por el autor chileno en sus fragmentados escritos. “La tendencia de los géneros a invadir, a ratos, las heredades de otro, ocasiona confusiones. Alone solía teñir sus críticas literarias con las tonalidades leves y graciosas del ensayo”, supo escribir Hermelo Arabena. En ”Precisiones” (p.86), Cerda reflexiona: “Lo que, en rigor, define al ensayista no es la posesión de la verdad, sino su constante búsqueda. Hemos nacido, decía Montaigne, para cuestionar la verdad y corresponde poseer una fuerza mayor. Buscar la verdad implica, a la vez, haber reconocido previamente no tenerla. El ensayista, en consecuencia, no expone nunca un sistema u otro ideario previo, sino que, al contrario, adelanta sólo algunas preguntas que, además de infringir o cuestionar a lo ya pensado, preparan el advenimiento de un sistema nuevo o de una teoría no enunciada”.

Hace pocas semanas, nuestro amigo y novelista Jorge Calvo nos invitó a conversar en la Radio Nuevo Mundo (donde él ordena un espacio cultural) sobre Martín Cerda y el ensayo. Allí expusimos, impunemente, que el ensayo es el género literario más cercano a la poesía (a la poesía también como género, pues la poesía está arraigada en funciones íntimas de nuestro ser). Ahora bien, para un posterior encuentro en la SECH, dimos razón de un recorte periodístico donde Eduardo Solar Correa emerge y nos dice sin derecho a pataleo: “El ensayista podría definirse como un poeta de las ideas, tipo humano genuino de nuestra época”. En realidad, el fondo del trabajo ensayístico de Martín Cerda es para iniciados. La literatura -la literatura de pensamiento-, como en los tiempos medievales, se escribe en secreto y se entrega en secreto, tal como lo hacían los alquimistas; o, más atrás, como los esenios con su fe. Enrique Gómez-Correa, poeta surrealista y sabio en ocultismo, no hablaba de esto último... salvo con iniciados.

Recuperando el pensamiento de Zurita, es posible que Pablo Neruda haya construido con el Canto General, una memorable obra ensayística.

(Refugio Huelén, Julio 2015)

 

 
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