Presentación de Espejismos con Stanley Kubrick, de Juan Mihovilovich
 

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Por Lilian Elphick
Nace en Santiago en 1968.titula de Ingeniero Comercial en la Universidad Católica de Chile.

Es una alegría para mí estar aquí hoy día acompañando a Juan en la presentación de su libro Espejismos con Stanley Kubrick, juego de narraciones e imágenes que logran que el lector caiga en el vacío propio de la extrañeza. Escribir no es fácil. Existen muchos escritores y escritoras y pocas nueces. Asimismo, existen los lectores o, en este caso, aquí y ahora, existo yo, que al leer la primera página de este libro me dije: Juan la hizo de nuevo. Y me repleté de preguntas. No quise incurrir en la tentación de leer el final para “comprender”. Fui leyendo la obra como si estuviera en un acto de comunión. A final, yo era un escarabajo envuelto en un paréntesis. Era sólo una conciencia lectora que buscaba las respuestas que el narrador Iván Aldrich había encadenado a su propio sueño.

El teórico ruso Mihail Bajtin manifestó que la interpretación de una obra supone un acto creativo y activo: “Comprender el texto de la misma manera como lo comprendía su autor”. “Cocreatividad de los que comprenden”. ¿Comprendo estos espejismos del mismo modo que Juan? Dejo esta pregunta en suspenso.

Decía que es escribir no es fácil. En Notas sobre el arte de escribir, de la escritora ucraniana y brasileña Clarice Lispector, se afirma que: Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra. He aquí la dificultad. La gran Clarice Lispector nos muestra la realidad desde la no-palabra. Leerla es un deleite que provoca extrañeza y un estado de inquietud que ilumina o ensombrece nuestros estados de conciencia.

[...] Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Aquí habla Marguerite Duras, autora de la gran novela El amante y de estremecedores cuentos como “El último cliente de la noche”.

Advierto en Espejismos… ciertas semejanzas en los escritos de Julio Cortázar acerca del acto escritural y que se refleja en muchos de sus textos:  “Mucho de lo que he escrito se ordena bajo el signo de la excentricidad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una clara diferencia... Escribo por falencia, por descolocación; y como escribo desde un intersticio, estoy siempre invitando a que otros busquen los suyos y miren por ellos el jardín donde los árboles tienen frutos que son, por supuesto, piedras preciosas.”

            “Y me gusta, y soy terriblemente feliz en mi infierno, y escribo. Vivo y escribo amenazado por esa lateralidad, por ese paralajeverdadera, por estar siempre un poco más a la izquierda o más al fondo del lugar donde se debería estar para que todo cuajara satisfactoriamente en un día más de vida sin conflictos.” (La vuelta al día en ochenta mundos, 1968).

            Esta ‘excentricidad’ se refiere, evidentemente, a lo descolocado, al estar fuera del centro y no en la pirámide de aquellos ‘ingenuos realistas’ que jamás entrarán al terreno de la extrañeza. Estas condiciones de excentricidad y extrañeza no son sinónimo de lo bueno y lo bello. El intersticio o agujero, como sitio extra-temporal desde donde brota la escritura, también revela la posibilidad de la pesadilla.

Aldrich habla desde esta grieta, su voz es íntima, pura, es tan personal que da pudor oírla o leerla. ¿Estaremos asistiendo a un diario de vida y alejándonos de la novela, del cuento o, incluso, el ensayo? ¿Será que este libro rompe con la larga tradición del establishment genérico? Kubrick es referencia lejana, absurda: Kubrick y No-Kubrick. Su esencia se disuelve al igual que la materia narrativa de lo novelesco propiamente tal. Los binomios cerca/lejos, sueño/vigilia, realidad/ficción se relativizan. Se trata de una existencia alterada. Sé que Aldrich es conciencia monstruosa que evoluciona: feto, niño, adolescente, adulto. Aldrich aúlla en su vórtice de palabras. Este monstruo, sin embargo, no va en línea recta. Múltiples líneas se entrelazan para conformar el texto:

En ocasiones me parece que soy parte indivisible del epicentro de la Vía Láctea y en otras me siento un simple agujero negro o de gusano. Y como de ninguna manera deseo ni aspiro a angustiarme, en los instantes de ocio, que son la mayoría, me dedico a mirar las resquebrajaduras del cielo raso. Por entre sus láminas descascaradas y húmedas vislumbro pequeñas protuberancias que asocio al recuerdo de figuras espectrales con las que deberé lidiar a menudo, más allá de que se trate de símbolos que no acierto a comprender en su real magnitud. De ahí a imaginar la existencia de miles de hormigas en las alturas, hay apenas un paso.

Agujeros, aullidos, gusanos, ratas, ventosas, obesidad; más adelante, instinto homicida, etc. Títulos de los relatos encadenados y libres. El modo parentético es significativo para aprehender que lo único verdadero –dentro del acto fictivo- es el último texto “Con Stanley Kubrick en París”, sin paréntesis, y en donde Kubrick niega su propia fábula, la película 2001: Una odisea del espacio, basada en el cuento “El centinela”, de Arthur C. Clarke. Aunque, debo agregar, que lo “verdadero” aquí no es sinónimo de “lo real” y que Kubrick traspasa el espejo de la historia, disolviéndose y ocupando el lugar del otro, el que dice llamarse Iván Aldrich. Y viceversa.

La literatura es un viaje de ida y vuelta. Recrea mundos insospechados que establecen un sistema interconectado con otros textos, otras palabras. Kafka no podría haber escrito La metamorfosis sin haber leído El escribiente Bartleby, de Melville. “Soy literatura y no quiero ser otra cosa”, escribió Kafka. El artista entregado por completo al arte hasta más allá de la muerte. El escritor va contra el tiempo, debe trabajar verticalmente y olvidar las largas parrafadas, los adornos, las tediosas introducciones. La escritura debe provocar una apertura, llámese silencio, extrañeza o no-palabra.

La historia de Aldrich, narrador de su propia odisea, es también una bildungsroman o texto de aprendizaje y formación, como El lazarillo de Tormes, que luego de pasar muchas pellejerías, aprende a defenderse de sus malvados amos. O “Sucker”, hermoso relato escrito por Carson McCullers. Y aquí, comparto plenamente las palabras de Antonio Skármeta para la contraportada: “Estos relatos novelescos de nacimiento, niñez, adolescencia y adultez revelan grandes grietas de estas edades donde la violencia, el desamparo, la crueldad, aproximan peligrosamente la vida a la muerte y su terrible zoológico.”

Quiero terminar citando uno de los epígrafes que enmarcan el libro de Juan Mihovilovich:

“¿Quieres irte lejos de mí? Muy bien, es una decisión perfectamente respetable. Pero, ¿a dónde vas a ir? ¿Dónde está ese lejos de mí?.” Esto pertenece a Kafka, aunque me temo que esta cita no existe en el cuento brevísimo “El silencio de las sirenas”, sino a Cuadernos en octavo, una serie de reflexiones y aforismos del escritor checo. El epígrafe, que bien podría resumir la existencia y obra de Kafka, también es un modo oblicuo de aprehender e intuir Espejismos con Stanley Kubrick desde el carácter fragmentario y relativo hasta la inconclusividad de la materia narrada.

Juan la hizo de nuevo: escribir desde una zona existencial profundamente compleja y donde la historia se teje y desteje, se arma y desarma, se construye y, finalmente, se destruye.

En el marco de la literatura chilena e iberoamericana, esta manera de narrar, el modo de apropiación de lo escrito y su fuga, me parece muy original y más allá de toda contemporaneidad.



 

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