Comentario al libro “Conjuros, lo importante es el ritual” de Jacqueline
Lagos |
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por Nelson Adrián Clavería Pizarro Pluma
en vuelo
Como ella misma afirma, es su última obra, cosa que leeremos como la conclusión de una etapa, el “cierre de un círculo”, como ella diría. Así que suponemos en esta obra a una autora madura, que nos manifiesta a plenitud su mensaje usando su propia estética y estilo, en las siguientes líneas intentaremos hacer acuso de recibo de ambos aspectos de un mismo todo: su “conjuros” I.- ELLA Suelta su pluma sin miedo, es una exploradora, pero no para buscar tierras que conquistar o pueblos para someter, sino para explorar lo que tenemos más cerca y que nos define sin ir a ninguna parte: nuestros sentimientos, sensaciones, deseos y todo lo que puede albergar el alma humana. ¿Por que bruja? ¿Por qué conjuros? Quizás porque es como las viejas instituciones han identificado el poder femenino para luego tratar de enterrarlo muy hondo o quemarlo en la hoguera. Pues entonces a levantarse con esa identidad, a vestir el antiguo manto para enfrentar el fuego de los modernos exorcizadores, (¡atentos! quizás podemos ser nosotros mismos). Este conjuro es un ruego encarecido a las mujeres para emprender el vuelo y sobre todo a nosotros los hombres para que cometamos ese acto de humildad que tanto nos hace falta, para que pronunciemos nosotros al fin el conjuro liberador, las palabras de perdón que podrían inaugurar una nueva era ¿y qué más femenino que eso? ¿Qué más cariñoso que cambiar el garrote por un susurro al alma? ¿Para qué todo esto? ¿Podemos acusar la labor de Jacqueline como algo ocioso, anacrónico o extemporáneo? Como quisiéramos evadirnos, pero si admitimos que la relación de pareja, la armonía de la familia no importan, claro, pero eso sería admitir que la felicidad humana está en el dinero que ganemos, en las cosas que compramos, en los bienes que vamos consumiendo. Otra vez sería el intento de querer definir la alegría de la vida como algo posible de objetivar y de medir. Otra forma de intentar negar que la felicidad está dentro de nosotros, en nuestra alma y en el alma de los que queremos y allí los cálculos matemáticos de poco sirven. Pero si hay cifras: la cantidad de mujeres criando solas, la crisis de las relaciones intergénero. La cantidad de padres huyendo de sus obligaciones con sus hijos e hijas ¿Acaso no es urgente enfrentar todo eso? Y frente a esto es que Jacqueline propone un cambio de enfoque: la finalidad no son las rejas ni los castigos, intentémoslo con otras armas: la palabra, la seducción, la magia cotidiana, la pluma que a pesar de ser sutil, debe ser capaz de “rajar” el alma, eso si, con la promesa anticipada de sanar la herida.
Sol Solar nos representa el guerrero, pero no el que siempre hemos querido ser: el conquistador de mundos y aplastador de enemigos. Nos insinúa que ese guerrero ya sucumbió en muchas guerras. Sol se esmera con mano pequeña en bosquejar el guerrero que se necesita para la nueva era: que lucha consigo mismo: sensible, capaz de reconocer el amor y rendirse ante el afecto, Sol Solar es La prosa justa que complementa el moderno pliego de Jacqueline, casi escrito a mano, casi enrollado y amarrado con una trenza de cabello para casi hacerlo circular a galope clandestino. De modo que en este juego de géneros y actitudes, la pelota vuelve a nuestras manos con la quemante pregunta: ¿cómo se responde a un ritual tejido por cuatro manos?
Antes de seguir, dejar sentado que este comentario no tiene una pretenciosa intención de universalidad, está hecha por una persona concreta, un pulso masculino en circunstancias particulares. Intentaré ser honesto aunque se que es muy difícil, ya que si recurriera a lo de siempre podría estar tranquilo, cualquier juicio de este estilo estaría apoyado por el juicio común, la opinión de todos, el respaldo de una sociedad machista que nos ha formado desde antes que tengamos memoria. Cuesta siquiera imaginar un juicio propio, una opinión enteramente nuestra, podemos creer que ha surgido desde nuestro yo profundo, pero ha sido susurrado por las miles de voces, las viejas voces de nuestra mente que han construido el gran embrujo de las ilusiones. Intentaré, de todas maneras, ser sincero.
¿Querer explicar la poesía y prosa de Jacqueline? Sería otro grave error, el error cometido mil veces por quienes quieren siempre develar los misterios y explicar y explicar… ¡No!, las letras de Jacqueline hablan por si solas, tienen mil significados, es más, cada vez que se leen pueden evocar cosas nuevas o develar significados distintos ¿para qué entonces tratar de fijarlos? Además, sería tratar de meternos en la complicidad sagrada que surge entre la escritora y su lector/lectora. Mejor dejar fluir la magia de esta relación. Esta obra nos obliga a abrir las sensibilidades para que entre el universo entero por cada poro de nuestra piel ¿Hay algo más difícil para nosotros, que aprendemos desde pequeños a ponernos duros, a tensar nuestros músculos y avanzar, no importa donde sea, no importa contra qué o quienes, pero hay que dejar todo atrás, al final lo logrado justificará todo lo que haya quedado en el camino? ¿lo justifica realmente? ¿No será que importa más cada huella dejada por nuestros pasos que la distancia recorrida? ¿Por qué este comentario? Eso también lo encontramos en sus propias palabras “porque se están develando los misterios” y eso nos asusta por dos costados: primero lo inesperado que vayamos a encontrar, pero también por lo que sabemos que vamos a encontrar: nuestras culpas y omisiones, la cloaca que hemos ido llenando de a poco quizás, pero por cientos, por miles de años. Porque ya es tiempo de aguantar el hedor y siquiera asomarnos a ella.
Quisiera ligarla a María Luisa Bombal, por ejemplo, que es una de las primeras escritoras chilenas que empieza a escribir con pulso de mujer; a Gabriela Mistral, poetiza y maestra surgida de tierras diaguitas que fue capaz de aportar a la estructura educacional mejicana; Quizás a sor Juana Inés de la Cruz, mártir mejicana del machismo latinoamericano que la iglesia de su tiempo confinó al silencio y enclaustró su pluma en el blanco de las paredes de su convento, por el solo delito de ser buena escritora y mejor que muchos; A una Marta Brunet que con su “María nadie” hace una feroz denuncia; o a Marcela Serrano, justamente reconocida con el premio “Sor Juana Inés de la Cruz”, etc.- . Pero Jacqueline no se vincula, su poesía obedece a pulsos internos que surgen a ritmo propio. Si intentamos clasificarla se escurre otra vez como sutil pompa de jabón que se deja elevar por el viento hasta quedar lejos de nuestro alcance. No, ella es profundamente contemporánea, vive su presente a todo lo que puede, y en ese vuelo se vincula a la filosofía maya, a la cosmovisión mapuche, a la magia de la vida. Eso si lo reconoce y “se hace cargo” plenamente. ¿Definirla socialmente? Es una tarea inútil, ya que no es heredera del feminismo a la europea que llegó por los años 80, proclamando por radio tierra y otros medios escritos el derecho al aborto, al auto placer, a la disputa con el varón, etc.-etc.-. ¿A Helena Caffarena que dio su vida por el derecho a votar? En su poesía reclama mucho más que votar junto al varón, quiere mucho más, si tuviéramos que traducir su literatura en propuesta política tendríamos que imaginar un “consejo de las madres” o algo así, con competencias exclusivas, tomando decisiones que todos deberíamos acatar, pero no porque fuera un decreto obligatorio, sino por cariño, por protección, por que sabríamos que es por nuestro bien. No, Jacqueline es más latina, más nuestra, ella lucha por restablecer el vínculo cósmico entre lo masculino y lo femenino como dos caras de la misma moneda, como la dualidad de la que surge todo, como el equilibrio que defienden las cosmovisiones originarias. ¿Delia Domínguez, Marta Catalán, Jacqueline Lagos? Tampoco podemos unirlas a pesar que las une el mismo territorio, porque no forman escuela ni corriente alguna, ¿Podemos pensar en egoísmos, individualismos, o quizás que otras anti virtudes? No tenemos derecho porque son tierras inexploradas para nosotros, porque no debemos proyectar nuestra necesidad (¿debilidad?) masculina de formar ejércitos y establecer alianzas para luchar nuestras batallas. Las mujeres funcionan de otro modo, como Las machis mapuche que necesitan de otras machi diferente con las que deben lidiar, así prueban sus destrezas, pulen sus poderes, aumentan el poder de sus conjuros y sanaciones. No podemos pedir a las machis que lleguen a paces o armisticios: o se hacen mejores o mueren.
Es una época de revelaciones, y sin duda Jacqueline va por ese camino, y a la vez una época de revisiones. Debemos revisar con urgencia hacia donde nos ha llevado la racionalidad imperante y la tecnología que resulta de ella. Debemos revisar nuestra relación con la naturaleza, Debemos revisar la política, que son relaciones entre los pueblos y sus gobernantes y debemos revisar las relaciones de género, que es nuestra conexión con el cosmos, como tan sabiamente nos advierte Jacqueline. Menos mal que Jacqueline escoge la poesía, menos mal para nosotros que es capaz de generar belleza de lo que pudo haber sido un insulto, una bofetada, mil bofetadas, interminables bofetadas hasta quitarnos de la cara esa expresión impasible y serena de zombie manejado por una voluntad ajena. Ella en cambio escoge la poesía suave y delicada, pero con un objetivo claro, “como algodones blancos en línea recta” y esto queda patenta en la descripción de Osorno, una descripción hermosa, amorosa, donde se destacan cualidades, y no se menciona, como en la descripción de un amante, lo que duele: y lo que duele en Osorno son las cifras sobre violencia intrafamiliar, sobre el daño a los y las menores y la violencia hacia las mujeres, en los que desgraciadamente lideramos las encuestas nacionales.
Pero más, mucho más hay en la poesía de Jacqueline, un mundo femenino lleno de sutilezas y detalles, imágenes de estrellas enredadas entre las servilletas. ¿Algo de altanería literaria? tampoco lo veo, sobre todo en el manifiesto con que termina su libro, en el que confiesa que no ha leído mucho de lo que le han sugerido. Pero quienes consideramos que se debe escribir bebiendo siempre de los manantiales de la vida y que para avanzar no siempre es necesario hacerlo por caminos gastados no tenemos problema. ¿Qué se corre el riesgo de repetir, de encontrar algo parecido? Pues que bueno sería encontrarnos con otra, y otra que se atrevan a desafiar “al imperio” con el deseo de hacernos mejores, y ojalá esas algunas se conviertan en multitud. Volvamos a la pregunta inicial ¿Para qué este comentario? Para una sola cosa: solicitar que esta obra no sea la última, que esa sensibilidad es para nosotros/as imprescindible, que motivos para escribir aún quedan muchos, Estas líneas no son mas que una rogativa; para pedir a la Tierra Madre que vuelva a tocar la pluma de Jacqueline. Ese es nuestro contraconjuro.
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