Por Leo Lobos
A mi primo Francisco Olea
Lagos in memoriam
A todos
los lectores les diría que no nacimos de la nada. Nos ha determinado
la lengua castellana, el entorno y el misterio de que haya tanta
editorial y tanto poeta de talento, en esta larga y loca geografía.
Estamos vivos de una manera singular, fuera de los caprichos
del mercado, la poesía es un acto de rebeldía en un mundo que
agoniza de alegría artificial. La belleza y muerte son una misma
cosa. Pues en la poesía convive el resplandor y la ruina, la
fiesta y la ceniza, como en este libro que celebramos, las “Cicatrices
y estrellas” de Francisco Véjar, publicado en la colección La
Rama Dorada que dirige Mercedes Monmany en Huerga Fierro
Editores, Madrid, España, este recién pasado año 2016.
El libro parte con una declaración de principios. Leemos en Gravedad
y gaviota: “No es simple constatar la indiferencia de los
amigos ante el paisaje. / Ellos olvidaron la costumbre y la manía
/ de reconocer otras huellas en la arena de la playa. / Las dunas
en ese lugar guardan secretos de adolescentes / que luego la
noche se encargará de reunir. / Al mar se le debe mirar de frente
/ y visualizar sus cambios del turquesa al plata, / seguir el
vuelo de las gaviotas que desafían nuestras leyes de gravedad
/ y viven emigrando de un país a otro / como ropajes de gitanas.
/ Por lo menos aquí se puede andar / con el cuello de la camisa
abierto y descalzo, / esperando las sílabas que pronuncia el
oleaje, / ondulaciones que no se preocupan / de figurar en el
mapa.” Se hace necesario decir que este volumen está dedicado
a la memoria de Krupskaia García Concha, su mujer durante casi
veinte años. Subyace en muchos de los versos aquí citados.
Por lo mismo,
constatamos que la poesía de Francisco Véjar (1967,
Viña del Mar, Chile), está estrechamente vinculada con la naturaleza
del paisaje, las ciudades, el mar, las azotadas costas del espíritu
humano. Todo aquello que encuentra en ese entorno, ríos, caminos,
animales, personas, libros, viajes, el cine, el jazz que forma
parte de la respiración interna de estos textos que pueden convertirse
en el lugar y en los personajes donde encarnará el poema.
El crítico
británico Terry Eagleton, decía: “En un mundo
de percepciones huidizas y eventos consumibles instantáneamente,
nada permanece lo suficiente como para dejar que se asienten
esas huellas profundas de la memoria de las que depende la experiencia
genuina”.El cotidiano, las huellas de los pies sobre la arena,
el instante que se privilegia, la escena que se vuelve a mirar
y se resignifica, un detalle que se enfoca para decir. Con actos
de este tipo se teje la escritura de Francisco Véjar,
en cualquier caso, el hacer poético, en sus múltiples y posibles
escenas se resiste a la rutina de ver lo mismo y propone nuevos
enfoques, nuevas versiones de lo real activadas por quien la
escribe: “Si somos o no universales, / no importa. / Afuera el
río fluye, mudo y silencioso /como las hojas de los árboles”.
Otro ejemplo: “Hay pasos que oyen, / hay ojos disueltos que observan,
/ también el destello de la nada. / Allí duerme mi padre, / frío
y delicado como la nieve.” El misterio de la vocación tiene que
ver con la infancia, casi siempre.
En Francisco
Véjar, destacado cronista de la Revista de Libros de El
Mercurio, poeta, antólogo y difusor de la poesía chilena,
dicha vocación se manifiesta desde su difícil juventud, sus
lecturas de Rosamel del Valle, Robert Creeley, Robert
Graves, John Ashbery y Simone
de Beauvoir, por mencionar algunos nombres que se
transformaron en modelos familiares, para el armado de puentes
poéticos comunicantes. Escribe Véjar: “Nada
de lo que te ofrezco / puede ser imposible / pensamientos que
vuelan como pájaros, / un puente entre ambos mundos”. Su padre,
los escritores cercanos, sus amores y amistades profundas son
materia de esta voluntad expresa, a este respecto nos comenta:
“Mi padre murió cuando yo tenía 9 años y quería conocer gente
que viniera del Chile profundo. De esa época rescato mi amistad
con ellos y la maravilla que fue tenerlos de amigos, porque
se transformaron en mis maestros. Jorge
Teillier, es uno de los más grandes amigos que he
tenido en mi vida, desde que yo tenía 19 años". Y agrega:
“Yo estaba con él cuando conocí a Claudio Giaconi, Armando
Uribe, Miguel Serrano y José
Donoso”. Otros protagonistas de sus crónicas son Enrique
Lafourcade, Nicanor Parra, Rolando
Cárdenas, Germán Arestizábal y el
director de cine Raúl Ruiz. Artistas de un
Chile que definitivamente es otro Chile. En el poema titulado
Estación Leopoldo María Panero, apunta: “Es tan bella la ruina,
tan profunda / que ni siquiera el tiempo puede hacernos morir.
/ Niebla en la calle Miguel de Cervantes, / niebla en la estación
Leopoldo María Panero”. La escritora chilena Sandra Maldonado
sobre su poesía nos comparte estas impresiones para finalizar
esta nota: “Sin duda el niño y el adolescente que aún viven
en un rincón del alma de Francisco Véjar se asoman
por la ventana de sus sentidos, le permiten oler y visualizar
la vida con el mágico encanto con que lo hizo en aquellos dulces
y primeros años, reflejando toda esa belleza en su poesía”.