Irreverencia y metanovela en “El caso Neruda” de Roberto Ampuero (La
otra orilla, España. Mayo 2009, 326 páginas) |
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Por Jorge Etcheverry
En
términos muy escuetos, en esta novela, el vate Pablo Neruda le encarga
al personaje principal, Cayetano Brulé, un detective privado que vive
un poco a “salto de mata”, como es habitual en el oficio, una investigación
que lo hace recorrer varios países, con un presupuesto proveniente
de los fondos del laureado premio Nobel y con el recurso de diversos
contactos de círculos y esferas políticas chilenos y extranjeros.
Se trata de autentificar el hecho de una presunta hija de Neruda,
para lo cual debe encontrarse con la madre y de ser posible con la
hija. La figura de Neruda se nos representa como la de un hombre de gran talento que dedica su vida a su obra poética, dotado de gran sensualidad y agobiado un poco por la culpa de los sacrificios de que ha hecho objeto a sus sucesivas compañeras en pos de esta vocación. Difícil tarea y lograda, ya que el lector primero se asombra del desparpajo de que alguien pueda incluso titular “El caso Neruda” a una novela, sobre todo de este género, después va aceptando esa figura ambivalente, que va entregando Cayetano Brulé, él mismo oscilando entre la absolución y la condena, pero al fin reconociendo la totalidad humana del ser del vate al que esta humanización creemos que en lugar de disminuir, más bien ha enriquecido. En
la novela, Neruda se revela como quien orienta a Brulé por el camino
del detectivismo privado, ya que lo incita a la lectura de las novelas
de Georges Simenon y la familiaridad con Jules Maigret, el maduro
y corpulento héroe belga, sedentario, casado por décadas, enemigo
del cambio, que opera en un país europeo occidental. El reverso de
lo que es Brulé. Las alusiones al género policial y su contraste tanto
con las circunstancias de la vida diaria como con las condiciones
reales de la investigación en la América Latina—aún y a pesar de todo—
tercermundista, es otra versión de la metanovela o metanarrativa ya
presentes desde el Quijote. Un poco la distancia entre Amadís de Gaula
y Alonso de Quijano es la que existe entre Brulé y Maigret, entre
el detective del mundo desarrollado en un entorno racional, organizado,
y este otro que opera, mal que bien, en Chile: “tuvo la sensación
de que se iba convirtiendo en un Maigret caribeño” (P.280); “—Desde
luego que no. Ya te lo dije hace tiempo. Él es parisino, Cayetano,
como Monsieur Dupin, no un latinoamericano de tomo y lomo como tú.
Tú eres diferente, auténtico, nuestro, un detective con sabor a empanadas
y vino tinto, como diría Salvador, o a tacos y tequila, o a congrí
y ron”, le dice Neruda a Cayetano Brulé en la página 240.” . Esta
es una manifestación más de la distancia entre los patrones rectores
de los géneros literarios y sus personajes arquetípicos o canónicos
metropolitanos y las variantes del nuevo mundo, o en general, la realidad.
“Los detectives de la ficción se convertían en héroes con facilidad,
pero los de carne y hueso no pasaban nunca de su condición de proletarios
de la investigación”, (P.202). Esa distancia está presente en la manera
cómo se vive en relación a modelos que se nos enfrentan desde el mundo
alternativo de la representación, que pese a no existir concretamente
puede tener más significado que la realidad de todos los días: “..mirando
la torre de Televisión que descollaba al final de Unter den Linden
esbelta e iluminada, como la Torre Eiffel en las novelas de Simenón
por encima de los techos de París” (p.200). Esta distancia o diferencia
entre la versión metropolitana (desarrollada) y la periférica (en
desarrollo) no se nos presenta en esta novela desde la reflexión o
la indagación en la subjetividad, el yo y la identidad patentes por
ejemplo magistralmente en el Obsceno pájaro de la noche, de José Donoso,
o en la distancia insalvable entre el paradigma de cultura pop norteamericana
y su recepción mitificada y atrasada en la periferia argentina de
Manuel Puig en su Traición de Rita Hayworth. Aparece entreverada como
un elemento más en esta novela que no se quiere seria y sin embargo
es profunda. Lectura fácil y rápida, con personajes que tienden ocasionalmente
al estereotipo o al personaje esquemático, funcional para la trama—el
lector no se espera las angustias y disquisiciones de un Karamanzov
o un Roquentin—porque sus expectativas son otras en esta novela que
se enmarca en su género a la postre policial, subgénero o paraliteratura
para algunos, y que, sin embargo, entrega esa visión ambivalente y
compleja de otros, por ejemplo del personaje ficticio, que lo es a
pesar de todo, del vate.
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