Canas
verdes , de José Tomás Labarthe |
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por Luis Herrera Vásquez
“Aún
lo recuerdo en ese cerro de La Reina Sin metáforas accesorias, sin imaginerías lingüísticas barrocas, el poeta nos sitúa en un tiempo y espacio mínimo y secreto. Íntimo. Propio. Identificable por cada uno de nosotros, porque repercute en nuestro propio lenguaje como una experiencia que puede también estar alojada en nuestros recuerdos. Si bien es cierto, los poemas son variopintos, cada uno de ellos busca con precisión detenerse en un punto mínimo: un comentario en la calle, acordar un reencuentro, un proyecto efímero, una frase que surge al voleo desde lo más recóndito del animal salvaje que es la letra: “Perdón
Gato Tom Otro: Otro: En el juego de rescatar la sensación nula, el sentimiento breve, el significado impronunciable, Labarthe se alinea en un tránsito que ha ido desde un Huidobro que ha buscado “crear” con el lenguaje, un Parra que ha rescatado el lenguaje de la tribu, un Lihn que ha cuestionado el lenguaje, un Lira que ha pop-articulado el lenguaje, hasta ubicarse en una vereda cercana a un Bertoni que, desde el haikú japonés, busca captar lo mínimo de la rutina. Una rutina en ocasiones sorpresiva, en otras, aterradora. Una rutina que en su propia cotidianeidad, nos presenta los fragmentos concisos de ese relámpago del que hablaba Heidegger, pensando en Hölderlin. “la
lengua ¿Dónde
se esconde ese relámpago? ¿En la lengua o en la carta? Lo que recrea
el lector, ¿Dónde se guarda? ¿Junto a la palabra “lengua” o junto
a la palabra “sobre”? “Finalmente
los poetos Otro: En la intervención del objeto poco poético –cinturones de seguridad u otros- el poema recorre un abismo. Por un lado la supremacía del mundo de la tribu, por otro la banalización de la poesía. El límite, siempre difuso, entre un desarrollo poético o un error escritural, en la utilización de estas imágenes es lo que ha llevado a gran parte del escenario poético actual al fondo del despeñadero. Labarthe mantiene la sutileza, cuando el balón poético pareciera perderse por la línea de fondo, el hablante lo recoge y lo reincorpora al campo de juego. Más aún, el diálogo popular de un partido de provincia se transforma en un trabajo lírico enigmático, a la manera de Duchamp que toma el objeto cotidiano y lo instala en una galería de arte, el poeta toma el diálogo pobre, vulgar y lo instala en un marco celebratorio adquiriendo una magia que no podría tener en la galería. Para finalizar, destacar que detrás de todo narrador puede haber un buen poeta, así como detrás del buen poeta Labarthe puede haber un gran narrador. Parte importante de canas Verdes está escrito en un código narrativo. Sin distinción de géneros, el poeta hace de la narración un acto poético, en sintonía con el rescate casi fotográfico de los acontecimientos cotidianos, sea una biografía, sea una secreta misión, sea la casa de Jorge Teillier, el hablante tiñe las narraciones de relámpago, generando una cálida simbiosis entre la atención del relato y el brillo del poema.
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